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Habibi: Un amor imprevisto

Habibi: Un amor imprevisto

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Isabella ha pasado de ser una empleada del año en una importante empresa automotriz, a una desempleada en un parpadear de ojos. Con cuentas que pagar, solicitudes en línea para aplicar, encuentra finalmente después de meses un trabajo que puede sacarla del agujero en el que está financieramente. Pero, este trabajo no es el que le daría ese puesto para el que ha estudiado en su prestigiosa universidad, es para ser la asistente de un CEO que nunca le duran las empleadas por su carácter “especial”, así que decide correr el riesgo esperando ser quien sea la que se quede en ese puesto y no solo ser… De las que se van.

Capítulo 1 Prólogo

Ciudad de México

«Espalda recta» me ordené mentalmente. «Sonríe» puse la mejor sonrisa que podría darle a mis entrevistadores. Había aplicado para una visa de trabajo en la ciudad de Toronto, estaba brincando de la felicidad, ya que saldría de mi país en busca de mejor economía, no es que mi México no me guste, pero mi sueño siempre había sido radicar en Canadá, conocer cada rincón de aquel hermoso país.

—Su solicitud es impresionante, señorita…—comenzó a decir uno de los hombres de traje a través de aquella pantalla de mi laptop, —Sánchez. Isabella Elizabeth Sánchez Figueroa…—él arrugó su ceño— ¿Lo estoy pronunciando bien? —afirmé lentamente.

—Nos emociona tenerte en nuestro equipo de trabajo en WB Automotriz. Ya queremos verte pronto por aquí.

—Muchas gracias por la decisión que han tomado para reclutarme como empleada de su empresa. —les sonreí amablemente, nos despedimos y cuando la pantalla se apagó, pude soltar un largo suspiro, sacar la panza que estaba reteniendo hacia adentro y me solté, encorvándome un poco… Solo un poco.

La puerta de mi habitación se abrió y apareció Julio, mi hermano mayor.

— ¿Ya terminaste? —preguntó al ver que había bajado la pantalla de mi laptop.

—Sí, y antes de entrar, tienes que… ¿Cuántas veces tengo que decirte que se toca la puerta antes de entrar? ¡Por Dios! —dije irritada.

—Sí, sí, lo que sea, ¿Entonces? ¿Cómo te fue? —una sonrisa apareció en mis labios y él cerró sus ojos como si escuchar eso le quitara peso de sus hombros. Sí, siempre pensé que yo era una carga para mis tres hermanos, era la menor y la única mujer. Nunca dejaban de estar detrás de mí, alentándome a seguir mis sueños, ahora, uno estaba recién salido del horno. Abrió los ojos y sonrió. —Súper. Cumplirás un sueño de irte a Canadá y alejarte de nosotros como siempre soñaste. —eso último era una queja de su parte.

— ¿Alejarme? Por favor, ustedes siempre han dicho que siempre están preocupados por mi futuro y bla, bla, lo entiendo, pero ahora, yo tengo que seguir mi vida, hacerme mi propio camino.

—Y lo harás, de eso los tres estamos seguros, pero… ¿Por qué hasta allá? Puedes quedarte a administrar la panadería, ¿Qué por eso no te quemaste las pestañas trasnochándote para ser una excelente administradora en negocios? Pues este es uno y lo estás dejando ir, déjame decirte, Isa. —negué y puse los ojos en blanco.

—La panadería es de ustedes, yo quiero algo más grande. Nuestros padres siempre decían que teníamos que buscar nuestro camino y mi camino me lleva en avión hasta Toronto. —me puse de pie y me acerqué a él para abrazarlo, descansé mi mejilla contra su pecho, Julio era de esos hombres altos, yo era alguien pequeña a su lado.

—Bien, bien, felicidades por tu logro, lo festejaremos en la panadería, aprende, aunque sea antes de irte a hacer unas conchas de dulce. Así sabremos qué podrás hacer y te acordarás de nosotros en un país tan lejos, por qué Isa… estarás sola. No podremos correr a tu lado, no tenemos visas y ni boletos para un avión de ida y vuelta. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, no arruines el momento adelantando cosas que podrían no pasar. Estaré bien. No los necesitaré por un largo tiempo por qué estaré enfocada en mi nuevo trabajo. Seré la mejor de las mejores y podré ayudar en casa, así como en expandir la panadería de la familia. —suspiró.

—Bien, —dejó un beso contra mi cabeza y nos separó del abrazo. —Aprende por Dios santo a hacer pan y danos esa tranquilidad de que podrás estar bien, aunque sea comiendo eso, pero no mucho, creo que no querrás subir de nuevo de peso, eres más tóxica e histérica cuando la ropa no te queda.

***

El día había llegado, agité la mano en despedida hacia mis tres hermanos en el aeropuerto de la ciudad de México, el mayor, Julio, era el pilar de la familia, casi como un segundo padre, luego estaba Luis, era el más sentimental de los cuatro, se limpió las mejillas con una mano mientras se despedía a lo lejos, luego estaba Esteban, el más gruñón de los cuatro, creo que era el más realista de todos nosotros, me había dado una cátedra de seguridad, me había comprado una cosa que va en la puerta para que otro no pudiese entrar alguien del otro lado, un gas pimienta y la última semana me hizo practicar defensa personal, quería que cada mañana al despertar me reportara y si algo no iba bien en algún momento y corría peligro, debía de decir la palabra clave: Horno de leña. Algo que era fundamental en la panadería de mi familia, así que él pensó que sería fácil de recordar. Las lágrimas las mantuve a raya, no quería que me viesen así toda llorona antes de subir al avión, cuando las escaleras me llevaron más allá, los perdí de vista. Cerré los ojos y apreté la agarradera de mi maleta de viaje, tomé aire y lo solté lentamente. Quería borrar ese sentimiento de querer solo abrir los ojos e irme de regreso con ellos a casa, tenía que meterme en la cabeza que este nuevo rumbo, sería lo mejor para todos, podría ayudar en casa y cumplir el sueño de todos: Ser alguien en la vida.

Durante cuatro horas y cuarenta minutos de vuelo, había llegado a Toronto, a suelo canadiense, mi corazón se agitó con fuerza, emocionado por la nueva aventura que tendríamos. Alguien chocó con mi maleta al pasar a mi lado después de cruzar las puertas de cristal del aeropuerto, lo pasé por qué realmente no importaba, yo tenía los ojos alrededor de mí, observando cada detalle.

— ¡Este será el mejor día de tu vida, Isa! —exclamé emocionada. Un hombre de traje tenía un letrero, “Isabella Sánchez” le hice señas de que era yo, me sonrió y me contó que me llevaría al edificio donde había departamentos y eran de los empleados extranjeros, podría vivir en él hasta seis meses en lo que yo encontraba algo por mi cuenta, era un apoyo temporal que brindaba la empresa. ¿Quién no juntaría dinero para rentar en estos meses? Con el sueldo podría darme el lujo de encontrar algo bueno, barato y bonito en la ciudad… ¿Qué podría ir mal?

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