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Princesa por Accidente

Princesa por Accidente

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Elisa se enamoró perdidamente de John Hammond. Sabía que jamás tendría nada con él puesto que él era un príncipe y ella solo una doncella del palacio. No era tratada como una “Cenicienta”, la reina Portia era bastante buena con ella y cada miembro de la familia real, en especial la hermana del príncipe la tenían como su igual. ¿Y el cuento de hadas? No existe. Su amado John estaba enamorado de alguien más. Sin embargo, cuando las cosas se tuercen un poquito y la noche de un baile, John es culpado de mancillar la virtud de una mujer inocente, y con los problemas del pueblo y el dinero que no saben a dónde ha acabado, para no aumentar la rebelión y las guerras, John accede a pagar lo robado y a salvar el honor de Elisa casándose con ella. Puede que Elisa lo amara pero era claro que John no la amaba y odiaba como se había visto envuelto en tan indecorosa situación. Una vida de matrimonio sin amor, malos entendidos y peleas, no sería capaz de soportarlo sin la fuerza de su propio corazón. John por su parte no había pensado nunca en casarse con Elisa, pero obligado, lo hizo. El mismo día de su boda la escuchó decirle que sería una esposa excelente, que siempre lo iba a respetar. Él fue muy severo al dejarle en claro que solo era un matrimonio de nombre, que lo hizo solo para no dejarla en la ruina. Estaba molesto por como se había tornado todo. Una separación de parte del príncipe dejó en claro para todos que su matrimonio era falso y trataban a Elisa con desdén, incluso en bailes seguían dejándola de lado. Ella con el corazón destrozado, juró no volver a permitir que aquel sinvergüenza decepcionante compartiera su lecho. Ahora, tras años de matrimonio fingido, John necesita un heredero, por lo que se enfrentará a un desafío delicioso, intrigante: seducir a su propia mujer. Debe persuadir a Elisa, su princesa, pero esta vez, será él quien pierda el corazón.

Capítulo 1 Un príncipe y una plebeya

Para reinos prósperos y pacíficos, Darmid es presentado como un paraíso perfecto. Con paisajes hermosos que dejan abierto un puerto al turismo, una economía estable que se basa mayormente en la exportación de gemas gracias a la gran cantidad de estas en las canteras. Los cultivos y la ganadería bien administrados, y una monarquía que ha sido de las más sesgadas de toda Europa. Nunca ha habido guerras porque sus líderes han resuelto los conflictos, tanto internos como externos, con diplomacia. Los darmidenses son ciudadanos felices.

Siempre han estado en un gobierno justo y jamás les ha faltado nada.

Al menos ha sido así hasta el último año de la reina Portia de la casa Hammond. Tras la muerte de su esposo las cosas se han vuelto un tanto caóticas. En Darmid ha decaído bastante la economía y sus técnicas de modernización no han dado resultados. El dinero se estaba perdiendo aunque todo se estuviera haciendo con inversiones de Darmid, empresas del lugar y mano de obra directamente del país. Por eso la reina había concertado dos matrimonios por conveniencia para sus hijos, el príncipe heredero, John Richard Hammond con la princesa Amber del reino de Ekistan, y su hija, la princesa Viola Emily Hammond con el príncipe Damon Hewitt del reino de Bolgheri.

Al menos el saber que habría formas de salvar al país hizo que las huelgas se frenaran un poco y la temporada de bailes de caridad dadas por la aristocracia se abrieron. Los impuestos para los miembros de la nobleza subieron y hubo una breve época de paz.

Elisa Moore comenzó a vivir en el palacio de Darmid desde hacía dos años, pues su padre, Leopold Moore, un antiguo profesor del príncipe en su niñez fue tomado como consejero de la reina Portia y ella era una amiga muy cercana de la princesa Viola.

A Elisa siempre se le había dado bien ser astuta y mentir. Si eso era un defecto o una virtud iba a depender de quien lo viera. Para ella, era algo bueno, y más cuando se encontraba delante de un guardia del palacio que le impedía disfrutar de la noche que había planeado. Como plebeya que era no era posible que estuviera en una fiesta donde la realeza y la nobleza se reunía para celebrar el compromiso del príncipe con su futura reina. El pueblo estaba en fiestas y ella tenía intenciones de divertirse. —No puede estar aquí, señorita Moore. Vuelva a su habitación.

Se había metido por una de las alas del palacio para salir y pasar una noche fuera. —Lo lamento. No podía dormir por todo el ruido que hay en el salón de baile. He pensado que podía leer un poco. -Siempre llevaba un libro en la mano por si alguien la atrapaba. En los internados de Londres siempre había aprendido que un libro siempre era una buena excusa para justificar una escapada nocturna y a su padre no le hacía gracia que rompiera las reglas impuestas por la reina. Pero aún así, ella tenía el valor para desafiarlas. —Voy ya a mi habitación.

—Señorita Moore, su habitación está en la otra ala. -Ella giró la cabeza un segundo y volvió a mirarlo un tanto coqueta.

—¿En serio? -Preguntó mientras fingía no haberse dado cuenta. —Habría jurado que estaba hacía allá. -Dijo señalando con la mano el pasillo de mármol con brillantes espejos y jarrones ming del siglo XV. Ella sabía exactamente que había tomado el camino equivocado a propósito. Era el ala que solía llevar a la terraza y ya lo había preparado todo para salir justo por el jardín trasero del palacio. —Es todo tan confuso de noche, siempre me pierdo. Hay tantos pasillos iguales… -moduló la voz para parecer inocente y confusa, y luego sonrió. Sabía que su sonrisa podía derretir a cualquier hombre y era un arma que utilizaba siempre que era preciso.

Y aquel guardia era un hombre que no era inmune a sus encantos.

—Es comprensible, señorita Moore. -Dijo el hombre mientras le devolvía la sonrisa. —entiendo que no pueda dormir. Pero sabe que no puedo dejarla deambular por los pasillos.

Elisa sabía que aquella decisión se había tomado después de un escándalo donde una de las hijas de una condesa que pertenecía a la corte tuvo un amorío con un soldado y se escapaban durante la noche para encontrarse. —No estaba deambulando. Ya le he dicho que no podía dormir. -le dijo Elisa un tanto compungida al guardia. —Es solo que me equivoqué.

—Estaré encantado de acompañarla hasta su habitación. -Puede que aquel hombre no fuera de piedra pero tampoco era un idiota. Elisa suspiró y permitió que la acompañara un tanto resignada. Sabía que solo era un retraso temporal en sus planes. De nuevo en su habitación pensó en otra manera de salir. Estaba bien cubierta y su vestido no se veía en lo absoluto, esperó un poco, sería lo mejor. A oscuras volvió a salir y buscó otra salida para dirigirse a la terraza. Esperó a que el guardia de patrulla doblara la esquina y se deslizó suavemente por los pasillos para probar suerte con otra ruta de escape.

La luz de la luna iluminaba los pasillos por las ventanas, y también con la fiesta en el país, los fuegos artificiales también llenaban el cielo nocturno. La música y el jolgorio eran por el compromiso de la princesa Amber y el príncipe John.

Cuanto más se acercaba a los lindes del palacio, más fuerte le llegaban los sonidos de las fiestas, pero justo cuando iba a sacar las escaleras escondida tras los materos de la terraza para bajar al jardín fue interrumpida de nuevo.

Saltó asustada al sentir una mano en el brazo, pero al dar media vuelta, se encontró con la persona que había planeado encontrarse. —John. ¿Qué haces aquí?

—Estaba en el salón principal tomando una copa, y noté algo muy curioso.

—¿Algo curioso?

—Sí -Dijo él con una risita. —te he visto atravesar el pasillo corriendo, así que he decidido seguirte. ¿A dónde vas hoy?

—Tú deberías volver a tu baile. Todos están ahí dentro esperando por ti, celebrándote a ti y a la princesa Amber.

—¿Sabes? Desde que vives en el palacio las cosas aquí son muchísimo más divertidas. Los últimos dos años han sido perfectos, Elisa. -Lo que sabía Elisa Moore de John es que desde el momento en que lo vio quedó completamente enamorada de él. Le sonrió y agachó la mirada. —¿Ibas a la fiesta del reino?

—Es por tu compromiso. La princesa Amber y tú… -Saber del compromiso del príncipe le había roto el corazón. —Y sí quería ir a ver toda la fiesta. Sabiendo de este compromiso las personas han estado más felices.

—Tengo suerte, sí. Creí que Amber y yo no seríamos compatibles. Pero me equivoqué, al conocerla a ella descubrí que teníamos mucho en común y tengo que decirte, creo que estoy enamorado de ella.

Que le dijera aquello le rompía más aún el alma pues ella amaba realmente a John, sabía que nunca sería de ella pues era una plebeya, hija de un profesor y que aunque había tenido una educación igual al resto de las mujeres de la realeza y la nobleza no era realmente una de ellas. Jamás estaría a la altura de un príncipe. —Estoy feliz por ti, príncipe John. -Dijo dándole una reverencia.

—¿Príncipe John? ¿Ahora usas mi título? Eres mi amiga ¿No es así?

—Siempre seremos amigos, John. Siempre. Serás feliz en tu matrimonio, lo sé.

—¿Lo sabes?

Ella asintió y luego se abrazaron. —Sé que sí. Estás enamorado y es la cosa más maravillosa que podría estar pasando. Y es mucho mejor que esta boda sea la solución de muchos problemas del reino. Estoy orgullosa de ti, y algún día cuando subas al trono serás un magnífico rey.

—Gracias por creer en mí.

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