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Damián es un hombre con muchos secretos, con un lado aterrador, violento y Psicópata. Pero su mundo cambia drásticamente al conocer a la joven ciega que llega a su consultorio. Rachel es un joven que ha atravesado por mucho dolor, pero encuentra su refugio en su ardiente terapeuta.
No sé en qué momento mi vida se convirtió en un maldito infierno.
Aún recuerdo el color de sus ojos; eran de un azul tan profundo, casi celestial, como el cielo en una tarde despejada. ¡Sí, azules! Brillaban con una intensidad capaz de iluminar incluso las sombras más oscuras de mi mente.
Siempre he tenido esa debilidad por los hombres de ojos azules, sobre todo cuando son tan hermosos y profundos como los suyos. Me perdía en ellos, sumergiéndome en un océano de tranquilidad y misterio.
Recuerdo su sonrisa perfecta, que iluminaba su rostro de manera que todo parecía cobrar vida a su alrededor. Sus dientes, de un blanco puro y reluciente, contrastaban vivamente con su piel bronceada.
¿Existirá acaso alguien más con una sonrisa tan deslumbrante? Me quedaba hipnotizada cada vez que sonreía, deseando eternizar ese destello de perfección.
No importa cuánto intentara, nunca lograba que mis dientes alcanzaran esa inmaculada blancura. Los míos parecían siempre vivir en la sombra de su resplandor.
Su cabello, oscuro y ligeramente despeinado, le confería un aire de indómita rebeldía que lo hacía irresistiblemente atractivo. Como estrella del equipo de fútbol americano, poseía un físico imponente, musculoso y definido, que capturaba las miradas de todas a su paso.
Todas lo deseábamos, aunque en secreto. Incluso yo, a quien mis amigas se referían como «La inalcanzable», no podía dejar de soñar con él. Brillaba con una luz propia, inalcanzable como una estrella distante.
Se rumoreaba que había tenido varias novias antes de que yo llegara a la universidad, pero nunca conocí a ninguna. Su historial amoroso era un misterio envuelto en especulaciones y aunque me moría de curiosidad, temía descubrir sus secretos.
No sé por qué, pero mis amigos decían que cuando rompía con ellas, simplemente preferían cambiar de escuela o desaparecer. Era como si huyeran de algo, o de alguien, pero ignoraba qué podría ser tan aterrador como para tomar tal decisión.
Se decía que prefería a chicas de mi tipo, de origen humilde y recién llegadas a la ciudad. Mis amigas incluso insinuaban que podría tener una oportunidad con él. ¿Pero quién se fijaría en alguien como yo, baja y rellenita?
---
★ Damián.
Me duele la cabeza. De nuevo, mañana debo levantarme temprano. Ser jugador de fútbol americano es realmente agotador. Siempre trato de ser el mejor, aunque en realidad, nací siendo el mejor.
Visto mi chándal gris y un chaquetón grueso; hoy hace mucho frío, no como ayer que el sol brillaba con fuerza. El clima es horrible hoy.
-Madre, buenos días -la saludo con una sonrisa amable y un beso en la mejilla.
-¿Qué tal la universidad? -pregunta sin dejar de mirar por la ventana.
-Muy bien, madre -respondo, intentando ver lo que ella mira, pero su vista no parece enfocada en nada en particular.
Ella se queda sentada, inexpresiva, hasta que rompe el silencio.
-Creo que será un día soleado hoy -dice levantándose y subiendo las escaleras.
Desde la muerte de Anabel, mi hermana melliza, madre ha cambiado. A veces, cuando me ve, parece como si mirara a través de mí, probablemente recordando a Anabel, cuyos ojos eran verdes, mientras que los míos son azules.
Salir a caminar bajo la lluvia no suele molestarme, pero hoy siento como si alguien me observara. Cada gota que me golpea parece cargar el peso de una mirada incesante, como si una presencia invisible escrutara cada uno de mis movimientos. Aunque camine con lentitud, la sensación de ser seguido se intensifica, esperando, quizás, el momento perfecto para mostrarse.
Después de unos minutos, había estado a punto de llegar a la universidad, así que decidí apresurar el paso. Sin embargo, cuanto más rápido caminaba, más rápido sentía que esa persona que me seguía también aceleraba su marcha. Cada vez que echaba un vistazo furtivo hacia atrás, la sensación de inquietud se intensificaba en mí, como si estuviera siendo perseguido por una presencia que no podía ver ni comprender.
En un momento, me giré bruscamente y me detuve en seco para enfrentarla. Pensé que así los sorprendería infraganti, pero al girarme solo vi a tres estudiantes corriendo con sus mochilas sobre la cabeza. Sus risas resonaban en el aire húmedo, mezclándose con el eco de la lluvia que caía implacablemente sobre nosotros.
-Date prisa, nos mojaremos -dijo uno de ellos con voz entrecortada por el esfuerzo.
-Sí, vamos -añadió otro, con su sonrisa traviesa iluminando su rostro.
Ambos pasaron corriendo a mi lado, pero esa sensación de ser perseguido no desapareció. Era como si el fantasma de aquella persecución aún se aferrara a mi espalda, acechándome en la penumbra de la tarde lluviosa.
Me quedé observando cómo desaparecían dentro de la universidad y luego me giré para explorar la calle de donde habían venido. Estaba desierta, salvo por los charcos que se formaban en los bordes de la acera y los faroles que parpadeaban débilmente bajo el peso de la lluvia.
-Hola, ¿te encuentras bien? -me preguntó una voz que no había oído antes.
Era una chica que no había visto; su voz era como una melodía en medio del silencio que me rodeaba.
-Sí, ¿te conozco? -pregunté, intentando enfocar mi mente en el presente y dejar atrás la sensación de inquietud que me había perseguido hasta ese momento.
-No, soy nueva aquí, me llamo Cleo -respondió, con una sonrisa tímida en los labios.
Sus ojos brillaban con una chispa de curiosidad mientras me observaba.
-Soy Damián -me presenté, devolviéndole la sonrisa con un gesto amable.
Era reconfortante hablar con alguien nuevo, alguien que no estaba cargado con el peso de las expectativas y las suposiciones.
Cleo era encantadora. A pesar de que mis amigos dirían que necesito anteojos por mis gustos poco convencionales, su presencia era innegablemente magnética.
Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando su rostro de facciones suaves y expresivas. Una luz cálida iluminaba su piel morena, resaltando sus ojos marrones como dos joyas preciosas en un mar de serenidad.
No me atraían las típicas modelos de las revistas de moda que leía mi hermana; ellas siempre parecían tan artificiales. Prefería la belleza natural, la autenticidad que se reflejaba en los pequeños detalles, en las imperfecciones que hacían a cada persona única y especial.
-No hace mucho que llegué a la ciudad, aún no me acostumbro a estos cambios de clima -comentó Cleo mientras caminábamos hacia el interior de la universidad, sumergiéndonos cada vez más en el oscuro romance que la tarde lluviosa prometía.
Su voz era suave y melodiosa, resonando como una caricia entre el tumulto de pensamientos que me abrumaban aquel día.
-En esta parte de la ciudad experimentarás todos los climas en un solo día: lluvia en las mañanas, sol al mediodía y frío al caer la noche -comenté con una sonrisa, intentando suavizar la tensión que flotaba entre nosotros.
-Sí, me he dado cuenta. Es increíble que anoche hiciera tanto calor y hoy haya amanecido lloviendo -respondió ella mientras caminábamos hacia los vestuarios.
La lluvia azotaba con fuerza, pero dentro de los pasillos de la universidad, estábamos a salvo de su implacable caída.
El eco de nuestros pasos reverberaba en el aire mientras nos adentrábamos más y más en el laberinto de aulas y corredores.
-¿Anoche hizo calor? -pregunté, intentando distraerme de la persistente sensación de desasosiego que me había acompañado toda la caminata.
-Sí, ¿acaso no lo sentiste? -replicó Cleo, deteniéndose frente a su casillero para sacar una toalla y comenzar a secarse el cabello empapado.
Su tono era amable, pero la curiosidad en su mirada me inquietaba aún más.
-Yo siempre tengo frío. Déjame ayudarte -ofrecí, acercándome para tomar la toalla y empezar a secar su cabello con movimientos suaves y cuidadosos.
Ella poseía una belleza asombrosa, una que deseaba poseer por completo, un deseo oscuro y devorador que se iba apoderando lentamente de cada fibra de mi ser. A pesar de la gentileza de mis acciones, una sombra de obsesión comenzaba a teñir mis intenciones, alimentada por el enigma y el magnetismo de su presencia.
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