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Las personas dicen que la vida es difícil y a veces cruel, quizás sea así, porque aun comprendiendo gran parte de ella, para mí es como un gran y retorcido laberinto, en donde a cada paso que des al elegir un camino, puede llevarte a la salida o adentrarte al peligro. Cada decisión que tomamos nos lleva a un nuevo rumbo y como si no fuera poco, las decisiones de otros pueden entrelazar sus caminos con el nuestro para bien o para mal. Pero nunca debemos olvidar que la última decisión la tomamos nosotros y con ella siempre podemos cambiar nuestro futuro, porque ese todavía no está escrito. Antes de que todo mi mundo se viniera abajo, yo era una chica normal, con una vida llena de días buenos y otros malos como todos. Pero todo puede derrumbarse en un abrir y cerrar de ojos, mi mundo se destrozó a pedazos y no pude evitarlo. Todo lo que sabía, lo que quería y en lo que creía se esfumó como la fantasía que era. ¿Si me arrepiento de mis decisiones? Pues no, estaría mintiendo si dijera lo contrario, porque todas y cada una de esas decisiones me condujeron hasta aquí y ahora. Encontré un mundo totalmente diferente que ni sabía que existía, hallé a las mejores amigas del mundo, que se convirtieron en familia, y lo encontré a él, la única persona en el mundo capaz de verme tal y como soy, conocer cada una de mis facetas, y, aun así, sentir lo que escondemos, porque a pesar de ser prohibido e inapropiado, es nuestro, nos pertenece. Nadie puede quitarnos eso, después de todo, lo que sentimos, lo que experimentamos, es realmente lo único que importa ...
Levantarme temprano en la mañana a pesar de no tener entrenamiento, es algo que ya se me hace "costumbre". Suplico por media hora más, pero mi cuerpo responde con gruñidos para que me levante y aún en contra de mi voluntad lo hago, contando con que lo último que deseo es desperdiciar durmiendo hasta tarde, los últimos días de verano que me quedan antes de convertirme en una adulta a toda ley, y comenzar un verdadero empleo de tiempo completo.
Ha mediado de septiembre comenzaré a trabajar en un Bufete de abogados de la ciudad en donde trabaja el padre de Meredith, mi mejor amiga desde la infancia.
Luego de una larga ducha me pongo un vestido de verano, azul turqués floreado de corte veraniego con una chaqueta de hilo color blanco y unas zapatillas deportivas. La verdad es que no es la típica ropa atrevida que una mujer de 24 años se pone, pero a mí me gusta. Salgo a las calles de mi ciudad dejando que el calor del sol me abrace, mientras disfruto de los olores que emanan los pequeños negocios.
A los 3 años Helen y Jack (mis padres), me adoptaron y decidieron mudarse a esta ciudad. Desde entonces vivo en Detroit, tiene una población de 886,671 habitantes. Fue fundada en 1701 por comerciantes de pieles franceses, quienes a finales del siglo XIX la apodaron la Paris del Oeste. Amo mi ciudad y adoro su historia y creo que eso es algo evidente.
– ¡Mierda!
«Terminar de rodillas en el suelo no es mi idea de comenzar el día, pero ¿cuándo las cosas me han salido como las planeo?»
A duras penas logro evitar que mi rostro se lleve un gran impacto que me habría dejado unas horribles marcas y ya con eso puedo sentirme agradecida. La peor parte se la llevó mis rodillas y mis manos que frenaron el impacto, esto me va a doler como el infierno dentro de un rato.
«Creer que esta penosa caída es todo lo que a alguien como yo le puede suceder en un solo día es un tremendo error, pues ... la mala suerte va tomada de la mano con la torpeza aferradas a mi cintura.»
Maldigo mi suerte unas 3 veces por lo bajo, aún en el suelo, harta de que estas cosas me sucedan siempre, pero una ráfaga de viento me cruza por la espalda, haciendo que el vuelo del vestido se alce dejando al descubierto una no muy "apropiada" por así decirlo, ropa interior.
– ¡Eyy, linda ropa interior! – grita un chico que pasa a mi lado en su bici.
Sin levantarme del suelo ni elevar el rostro para verlo, alzo la mano derecha en forma de saludo –. ¡Gracias! – grito tontamente dándome cuenta muy tarde de lo que he hecho.
Mi frustración está llegando a su límite y para estas alturas mis mejillas deben estar como tomate de pura rabia –. Una ovejita, dos ovejitas, tres ovejitas ... inhala, cuatro ovejitas, cinco ovejitas ... exhala, seis ovejitas... – digo para mí intentando calmarme.
Continuó contando por lo bajo mientras guardo mi trasero.
¿En serio le acabo de dar las gracias por celebrarme la ropa interior? – Soy una cabezota sin remedio, por suerte me puse la....... ¿cuál me puse hoy? – hablo en voz alta recordando que mi desgracia nunca tiene fin.
«O no, o no, tierra trágame y escúpeme en el infierno, júrame que no traigo puesta la tanga que me obsequió la señora Olga en el intercambio de regalos por navidad.»
Claro que sí ... por supuesto que traigo puesta la braga color rosa pálido decorada con corazoncitos y estrellas de brillo con un gran letrero detrás que dice: AMO A MI y justo debajo de esas palabras una enorme y verde tortuga.
Esto quizás no sería tan vergonzoso si tuviera ... digamos 15 o 17 .... ok sí, sí sería igual de vergonzoso, solo que para mí lo es aún más, porque tengo 24 y me faltan 3 días para cumplir 25.
– Seis ovejitas, siete ovejitas, ocho ovejitas ... inhala, nueve ovejitas ... exhala, diez ovejitas ....
Unas veinte ovejitas después y ya estoy algo más calmada.
Sí, sí, pues, ¿qué se puede decir? Esto solo se suma a una larga y extensa lista de vergonzosas escenas protagonizadas por ... mí, mientras que algo me grita que si mi suerte cambia no es para mejor.
____ ♦♦♦ ____
– Lis, vamos ya es hora de despertar cariño – pide mi madre dejando un beso en mi mejilla.
– Mamá, por favor, solo 5 minutos más – suplico en vano conociendo la respuesta de antemano.
– Lis ya está amaneciendo y llegarás tarde a tu práctica – refunfuña cansada de lidiar con su hija ya más que adulta.
– ¡Por Dios! – me quejo haciendo un mohín para luego enroscarme un poco más en las sábanas y adormilarme otra vez. El hecho de que no me guste desperdiciar mis últimos días de libertad, no quiere decir que me agrade despertar a la seis de la mañana.
– ¡Lis! – su voz me toma por sorpresa haciéndome dar un respingo en la cama.
– Ya voy, ya me estoy levantando –. Me incorporo como puedo aún algo adormilada, llevándome tremendo golpe en el dedo pequeño del pie con la esquina de la pared –. ¡¡Mierda!! – grito abriendo los ojos de golpe y quedando ahora muy despierta.
– Niña, ¿con esa boca me besarás? – reprende una muy molesta Helen.
Alzo el pie lastimado haciendo presión con ambas manos dejando como soporte de mi cuerpo únicamente mi pierna derecha –. Auch, auch – me lamento distrayéndome, lo cual no es buena idea. Naturalmente para mí, pierdo el equilibrio y en un intento por estabilizarme sin colocar el pie dañado en el suelo, giro sobre mi eje en busca de una pared cercana y al aproximarme a ella con una mano esta me falla, y termino con el rostro incrustado en la pared.
Treinta minutos después de maldecir y quejarme del odio prominente que me tiene el mundo, ya voy bajando las escaleras de dos en dos y milagrosamente sin tropezarme ni caerme.
Jum, creo que mi día va a mejorar un poco hoy – celebro esperanzada.
– Ma, ¿qué hay para desayunar? – Pongo cara de perrito lloviznado y muy hambriento.
– Solo hay cereal de trigo con leche y frutas para ti hoy jovencita.
– ¿Qué? o vamos mamá, podías haber preparado algo más delicioso y dulce, suculento –. Casi se me chorrea la baba de la boca por pensar en unos Waffles.
– Lis, ya introduces suficiente comida chatarra a tu cuerpo, no voy a agregar más.
– ¡Pero ma! – Le ataco despiadadamente con un puchero irresistible.
– Nada de peros, llegas tarde a tu entrenamiento, ¿recuerdas? –. Mi madre se gira velozmente mientras declara: «puchero evadido»
– Sí, ya sé, termino y me voy. A veces odio tanto entrenamiento – murmuro más para mí.
De inmediato ella deja de fregar tensándose en el lugar con la mirada perdida viajando a un sitio en su mente al cual no me gusta que esté.
Inmediatamente me arrepiento de lo que dije –. Mamá – le llamo esperando que salga del trance, pero no funciona hasta que me le acerco y apoyo la mano en su hombro atrayendo su atención. Al sentir mi toque se voltea a verme con una fingida sonrisa en los labios.
Odio verla así.
– Ma, lo siento, no ... no quise decir eso, vamos, que no lo odio. Sé por qué me inscribiste y estoy feliz de saber cómo defenderme después de lo que ... – la voz comienza a temblarme haciendo mis palabras incomprensibles –. Después de lo que pasó esa noche yo ... – no puedo terminar.
– Hey cariño lo sé, lo sé, solo quiero que estés bien y que nadie te lastimarte nunca.
– No lo harán – sentencio –. Gracias a ti no lo harán –. Beso su mejilla mientras la envuelvo en un abrazo fuerte para alejar sus preocupaciones.
– Ya me voy, ten un buen día – me aparto sintiéndome un poco mal por ver la tristeza reflejada en su mirada.
Mi madre me devuelve los buenos deseos acompañados de una sonrisa que no llega a sus ojos azules tan diferentes al verde que porto en los míos. Salgo tan rápido como puedo y dejo que el aire fresco de la mañana me calme de camino al gimnasio que está a pocas calles de mi casa.
Detesto despertarme temprano, pero cuando veo los primeros rayos de sol tocando los edificios de la ciudad, mientras el azul del cielo se tiñe de amarillo con tonos vareado y mágicos rayos dorados tocando e iluminando todo a su paso, me siento mejor. La vista se me hace sencillamente hermosa, como la vida misma, haciéndome sentir que todo marchará bien, que hoy puede ser un día mejor.
Algo que no existe en mi vida, por supuesto.
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Caigo penosamente al colchón gracias al alto, atlético y bronceado entrenador que se ha empeñado en continuar pateando mí ya machucado trasero por tercera vez.
– Mirada al frente, no te distraigas y por el amor a Dios, levanta esa defensa – gruñe observando mis puños por debajo de la mandíbula –. Hasta mis estudiantes más pequeños te patearían hoy.
Mi cara debe estar muy retorcida por dolor, porque me siento hacer unos movimientos muy extraños.
– Puedes hacerlo mejor, lo sabes. No pienses en el combate, siéntelo, no visualices el próximo golpe, ejecútalo.
– Ya lo sé –. Mi irritación es casi palpable, Sergio levanta una ceja y le miro con cara de pocos amigos, no tengo ni que pronunciar palabra, ya sé lo que significa. Mi día no está saliendo como esperaba, cosa a la que uno pensaría que ya debería de haberme acostumbrado.
Sergio pasa una mano por su cabello y toma una larga respiración –. Lis, sé que este día es duro para ti –. Toma otra respiración y aguarda a ver mi reacción. Le asombra no verme explotar como cohete de feria, sino que continúo sentada en el colchón, con la espalda tensa al percatarme del rumbo que tomará la conversación, él igual continúa –. Eso ocurrió hace varios años, ya tienes que dejarlo ir muchacha.
– Sí, lo sé mejor que nadie y no quiero hablar de eso Sergio –. Mi mal humor va en ascenso y la respiración se me agita alarmantemente.
– Lis, escucha lo...
Automáticamente elevo las palmas de las manos de forma defensiva escabullendo la mirada lo más alejada de él posible, lo último que deseo es que me vea luchar por contener las lágrimas.
– No haré esto Sergio, no hablaré ni escucharé nada de eso, hoy no y no me mires con lástima porque no la necesito – intento escabullirme pasando por su lado y me lo impide atravesándose en el camino.
– Eso lo sé mejor que nadie, ya no eres esa niña indefensa –. Se acerca y me toma por los brazos para obligarme a mirarle y no me niego a hacerlo –. Eres una mujer fuerte, valiente y preparada para acabar con quien sea que desee herirte. Hace años tu madre te trajo a mí, ¿recuerdas la promesa que te hice ese día?
No espera mi respuesta, sino que continúa –. Te dije que nadie te lastimaría, porque sabrías qué hacer y estoy muy orgulloso de ti, ¿me entiendes? – Levemente me sacude como si quisiera regresarme a la realidad en donde todo quedó ya atrás, en donde su ausencia deja de ser el látigo de mi culpabilidad y el dolor en la mirada de quien más quiero –. La única lástima que siento es por el pobre infeliz que se atreva a meterse contigo.
No puedo creer todo lo que escucho, pero solo me basta mirarlo y observar la vehemencia y la certeza con la que habla. Todo cuanto quiero es llorar a sopla moco, pero resisto las ganas y soy recompensada con una mirada de orgullo, para terminar, me regala un guiño de ojo al que correspondo con una sonrisa.
Sergio es un hombre alto, corpulento de unos 40 años, sus facciones son fuertes, con muestras de su edad en ellas, con grandes ojos negros llenos de ferocidad y cariño paternal hacia mí.
– Bien, ahora cierra tu mente y solo deja una cosa en ella ... luchar.
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