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¿Cómo se siente estar encerrada en cuatro paredes? Del cuarto a la sala, de la sala a la cocina, de la cocina a la biblioteca y de la biblioteca a la habitación. Pues Mia Johnson podía identificarse a la perfección con Rapunzel. Ella al ser hija única, de padres católicos y adinerados, tuvo que ser obligada a estar detrás de esas cuatros paredes, estudiando y esforzándose por ser la hija perfecta. Pero eso cambia cuando un tornado por nombre de Matías Dallas llega a su vida. Cambiando su forma de pensar y adentrandola a un mundo lleno de peligros y adrenalina. Puede que sea el típico chicle del chico malo y la chica buena, o puedes que ese chico tan liberal que la ayude a sentirse libre por primera vez en su vida. Es seguro que ella no espero, que ese chico que ahora era su vecino, la sacaría de su rutina y que la haría hacer cosas que jamás pensó que podría hacer. Triangulo amoroso, peligro, peleas clandestinas, vecino, amistad, y mucho drama.
En la cuidad, las personas tenían diferentes formas de entretenerse.
Ir de fiestas, jugar videojuegos, una salida con amigos, ir de compras, al café a comer o al parque.
Pero una chica en especial hacia todo lo contrario de lo que una joven de su edad deberías de hacer.
Releer sus libros, ver televisión, practicar piano, estudiar clases particulares, hornear, practicar la pronunciación en inglés frente al gran espejo de la sala de práctica mientras mueve sus manos y piernas perfeccionando los movimientos de ballet.
Pero todo lo hacía dentro de esas cuatros paredes de su casa.
Mía termina de hacer un Pirouette, totalmente satisfecha por hacerlo a la perfección.
- ¿Bonjour, mon numéro est Mia, pourriez-vous me dire où se trouve un hôtel à proximité? - pronuncia en francés, inclinándose para poder quitar sus zapatillas de ballet. *Hola, mi nombre es Mía, ¿podría decirme dónde queda un hotel cerca?*
- Señorita, el almuerzo estará listo en unos minutos - anuncia la mucama detrás de ella.
Mía levanta su mirada para ver la sirvienta le que hablo a través del espejo, quien estaba detrás de ella detallando la habitación de entrenamiento.
Mueve sus ojos para detallarse a sí misma luego de verla salir.
Su cabello castaño que le llegaba más abajo de los hombros estaba amarrado en una coleta.
Sus ojos castaños detallaban su rostro en busca de algún defecto. Ve los los labios carnosos, con un color rosa natural y su piel un poco bronceada sin llegar a ser oscura.
Su ropa que en esos momentos consistía en un conjunto de una licra y top deportivo rosa.
Termina de quitar sus zapatillas para ponerse sus pantuflas de gato color blanco.
Sale por la puerta, encontrándose con la sala impecable, la decoración de la casa era elegante, impecable sin nada fuera de lugar.
Un sofá grande de color carne en medio de la sala, con dos sillones del mismo diseño a sus costados, mientras que en el medio de estos estaba una mesa de café con un pequeño jarrón con lirios artificiales.
Las paredes eran de un blanco pulcro, que era decorado con retratos familiares o solo cuadros caros.
Detrás del mueble, en un espacio considerable estaba las escaleras para el piso superior, y en frente de encontraba el comedor.
Mía camina esquivando las escaleras. Ya que el cuarto de entrenamiento estaba debajo de está.
Sube las escaleras para llegar al segundo piso, encontrándose con un pasillo. Camina hasta el final ignorando las puertas que pasaban por sus costados.
Se detiene frente a una puerta blanco con un cartel decorado con su nombre sobresaliendo de plástico.
Gira la Manilla y abre la puerta, cerrándola detrás de ella.
Su cuarto era una combinación de colores crema, su cama tamaño King cubierta con sábanas rosadas crema.
Las paredes blancas con diseños de lazos, círculos y flores de color azul claro.
Las dos mesitas de dormir a los lados de la cama de color blanco con los gabinetes rosas, el gran televisión pantalla plana frente a su cama con un equipo de sonido.
Las dos puestas a los lados del televisor, la derecha era el baño y la izquierda en armario.
El puf azul frente al televisor, encima de la alfombra color naranja muy suave, casi color carne.
Aparte del escritorio, la mini biblioteca y otros pocos inmobiliarios, todo era sencillo y bonito.
Mía entra al baño, para desvestirse y darse una corta ducha.
Ella se posiciona bajo el agua artificial de la regadera. Dejando que está impactara en su piel de forma suave.
Toma el jabón, pasándola por su piel con suaves caricias.
Después de ducharse, envuelve el paño rosa para caminar hacia otra puerta que se encontraba al lado del lavamanos.
Al entrar se encuentra con su armario, dónde busca un vestido suelto de color azul claro, junto a unas sandalias del mismo color.
Sale por la otra puerta para estar en su habitación de nuevo.
Se sienta frente a un tocador, para secar su cabello y mejorando su aspecto.
Escucha como tocan la puerta, después de terminar de arreglarse. Se levanta dirigiéndose hacia allí.
- Señorita, sus padres están esperando que baje para almorzar - dice la mucama, después de abrirle.
- Vamos - Mía camina junto a la señora.
Su nombre era María, una latina de 55 años que trabajaba para sus padres desde hace 10 años. Se podía decir que era su Nana.
- Hija, pensé que no bajarías - habla una mujer hermosa, su cabello castaño y lacio caía como cascada por su espalda, el ligero maquillaje en su piel blanca la hacía parecer más joven de lo que era.
Su madre tenía 32 años, pero su apariencia de 20 la hacía sumamente atractiva entre las mujeres de su edad.
Su padre, a diferencia de ella, era más mayor, por ende, aparentaba de más edad aún tenido 40 años.
En comparación con su madre, ella era más delgada. Sin tantas curvas.
A pesar de no tener los ojos azules de su madre, ni su cabello, ni su actitud. Pero eso no la hacía menos atractiva.
Su padre, era una una copia de ella pero en versión hombre y más adulto.
Ella se sienta, esperando que sus padres hablen.
La mucama, ya hace tiempo se había retirado del comedor.
- Cariño, ¿Haces los honores? - Pregunta su madre.
- Si... - su padre solo agachó la cabeza y cerró sus ojos, después de habernos tomado de la mano sobre la mesa.
Toda la familia cierra los ojos, esperando a que el hombre de la casa, rezará por los alimentos.
- Bien.
- Gracias por nuestros alimentos, da de comer al que no tiene, da salud, prosperidad y paz - Se detiene, apretando la mano de su hija, Mía.
- Y sobre todo, ayúdanos a unirnos, que nuestra familia crezca y siga siendo prospera para seguir ayudando a los que necesitan. Amén...
- Amén - repiten.
Cuando estaban por tomar los cubiertos, llaman a la puerta, interrumpiendo su almuerzo.
Su padre mira a las dos mujeres en la mesa y se levanta, escuchando a la mucama abrir.
Luego de unos minutos, en que Mía y su Madre solo se veía a los ojos, curiosas, su padre las llama.
Ella, se levantan y caminan hacia la sala, dónde estaba una pareja con sus hijos de la edad de Mía.
- Cariño, ellos son nuestros nuevos vecinos, el señor Adán Dallas junto a su esposa Laura y sus hijos Matías, Diego y Ellen. Vinieron a presentarse - Dice con una sonrisa, el padre de Mía.
Mía se siente incómoda al sentir una intensa mirada en ella.
Mira al culpable y se encuentra con unos ojos grises mirándola de arriba a abajo.
La que ella supuso que es Matías la recorre con la mirada con descaro.
Una sonrisa coqueta con hoyuelos fue su regalo por descubrirlo mirándola.
Siente su cuerpo temblar bajo esa mirada.
Al contrario, su nuevo vecino ensancha la sonrisa a ver en la posición en que la dejo.
- Ella es mi esposa Anabella y mi hija Mía - La presenta su padre.
El chico Matías se acerca a pasos agigantados a su madre, tomándola de la mano y dejando un beso en sus nudillos.
Su madre avergonzada solo le sonríe con educación.
El chico cambia la mirada a Mía, y se acerca para tomar su mano al igual que hizo con su madre, pero con mucha más lentitud.
O eso creyó Mía, viendo como de a poco bajaba su cabeza para posicionar sus cálidos labios en su mano.
Sus ojos se conectan, y Mía cambia a un color rojo intenso, haciendo divertir a su nuevo vecino.
- Un Placer conocerte. Mía... - pronuncia Matías con la voz ronca.
Mía solo pudo apretar sus piernas, sintiendo de inmediato sus pantis humedecerse.
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