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Eddy Bass está a punto de perder lo poco que tiene. Los conflictos que le han ocasionado sus borracheras, así como su incontrolable adicción al sexo, lo llevan a cometer locuras poniendo en riesgo su trabajo como periodista y el amor de su hija. Necesita estabilizarse. Mientras piensa en eso se mete en serios problemas. Una mujer severa (y hermosa) lo toma con fuerza del abrigo, lo tumba al suelo y apresa sus manos con unas esposas. Él no pone resistencia, más bien, sonríe de manera seductora dispuesto a conquistarla, pero pronto descubre que esa ocasión es diferente. Cupido ya no lleva consigo un arco y una flecha, sino un lanzacohetes múltiple capaz de destrozarlo. La mirada ruda de ella lo hechizó, aunque impedirá que alcance su exclusiva y recupere su dignidad como profesional y el amor de su hija. ¿Hará algo por evitarlo o se dejará atrapar?
Aquel no era el primer culo abultado con el que Eddy Bass se topaba, pero sí el único cubierto por unas mallas estampadas con el rostro sonriente de un unicornio.
Miró el infantil diseño con recelo, aunque pronto se tranquilizó. Aquel culo, por su tamaño y contextura, así como las largas y atléticas piernas que lo acompañaban, debían ser de una mujer con permiso para portar armas, no de una niña.
Se irguió olvidando que evaluaba los precios de las latas de tomates en conserva para admirar con mayor descaro a esa hermosa tentación.
Sonrió satisfecho al descubrir que la dueña de ese trasero era una mujer de piel negra, de unos veintitantos años, de cuerpo curvilíneo y mirada decidida.
Adoraba a las mujeres de carácter fuerte. Eran sus favoritas.
-Las conservas son jugosas -comentó él con picardía al notar que la chica valoraba las latas de tomate que había estado evaluando antes al tiempo que lloriqueaba por el teléfono móvil.
Se quejaba porque su novio la había dejado embarcada y no respondía ni a sus mensajes ni a sus llamadas.
Ella interrumpió la conversación y lo observó con cierta repugnancia.
-¿Hablas conmigo?
-No, con el unicornio -ironizó, y le dedicó una mirada seductora y una sonrisa torcida.
La mujer alzó una ceja y lo repasó de pies a cabeza. Le gustó lo que vio.
Aunque el impertinente, por su cabello un poco canoso, parecía rondar los cincuenta, resultaba muy atractivo.
-Te llamo luego -dijo a la persona con la que hablaba por el móvil y enseguida cortó la comunicación para detallarlo con interés.
Eddy hacía poco había cumplido los cuarenta y nueve años, pero le encantaba ejercitarse.
De esa manera expulsaba los rastros de alcohol que quedaban adheridos a su piel luego de sus habituales borracheras, dejándole un cuerpo tonificado, de músculos duros que tanto encantaba a las jóvenes.
Sus cabellos oscuros como el ébano, abundantes y mal peinados, estaban salpicados por algunas canas que le aportaban un toque clásico; y su barba tipo balbo, con bigotes y vello en toda barbilla, le daba una apariencia sexy.
La chica se mordió el labio inferior fijando su atención en los ojos profundos del hombre, que llameaban con malicia por las ardientes promesas que ofrecían.
-El unicornio no habla, pero tú y yo podemos entendernos muy bien -aseguró.
Eddy se relamió los labios y admiró con avaricia aquel cuerpo que poseía el color del chocolate, sabiendo que pronto lo degustaría.
El trabajo estaba hecho, era hora de divertirse.
La escoltó hacia las cajas registradoras tomando por el camino algunos aperitivos y bebidas energizantes.
Luego del difícil día de trabajo que había tenido ese día necesitaba de mucha ayuda extra para poder estar al mismo nivel que esa recia mujer. Ella exudaba seguridad y fortaleza, y él... ya tenía varios cartuchos degastados.
Entre risas y caricias subidas de tono superaron el tráfico de Nueva York hasta llegar al edificio donde él se residenciaba.
Apenas estacionó el auto, la chica se lanzó sobre sus brazos besándolo con furia, haciéndole algo difícil la tarea de bajar, cerrar el vehículo con precaución y llegar a los elevadores.
Al lograr cumplir con todas esas tareas y mientras se cerraban las puertas de la cabina del ascensor, ella le abrió la bragueta de los pantalones y sacó el endurecido pene.
Eddy se sorprendió al principio y tuvo intención de detenerla, pero al ver cómo ella le sonreía con avaricia mientras se arrodillaba frente a su «niño consentido» quedó paralizado.
Esa imagen era demasiado excitante como para interrumpirla. Así que, cerró los ojos, respiró hondo y rogó en silencio para que ninguno de sus vecinos lo descubriera en medio de aquella faena.
Al llegar a su piso casi tuvo que arrastrarla para salir al pasillo. La chica no quería soltarlo y reía con estridencia.
Se dirigió a su departamento con el pene palpitándole, embriagado por las poderosas caricias que la boca experta de esa joven le había dedicado. Exigía más, pero él no deseaba apresurar las cosas.
A pesar de las quejas de ella se cerró la bragueta del pantalón y la llevó a la cocina sacando del refrigerador una botella de vino.
Como todo buen seductor, tenía a la mano las herramientas necesarias para hacer feliz a sus conquistas. Sirvió dos copas y colocó en un plato los afrodisíacos pepinillos con picante que había traído del mercado.
Con dificultad cortó una hogaza de pan en trozos, ya que la chica jugueteaba con él pretendiendo bajarle los pantalones, ansiosa por saborearlo de nuevo. La tomó por la cintura y la sentó sobre la mesa abriéndole las piernas para ubicarse entre ellas.
Le dio de comer de su mano y cuando alguna gota del jugo de los pepinillos caía en su rostro o en su pecho, él la lamía dejando besos regados por la zona, produciéndole gemidos.
Su pene se frotaba con estudiada seducción en el sexo hinchado y húmedo de ella. A pesar de la ropa, la chica podía sentir la gruesa punta queriendo abrirse paso en su interior. Las sensaciones sublimes de aquel roce la enloquecían y la volvían sumisa.
Luego de algunos bocados y de una copa, los besos se volvieron intensos. Las lenguas dejaron de explorar con reserva las bocas que invadían y se enroscaron como serpientes entre sí buscando absorber cada suspiro de satisfacción.
Eddy acunó entre sus manos los suaves y generosos senos, ya desnudos y de puntas endurecidas. Los apretó y sorbió con deleite, degustándolos, pero se volvieron embriagantes cuando la joven aplicó encima de cada uno un chorro de vino.
-¡Ey! Te volverás un vicio -bromeó antes de lamer el licor.
-Eso quiero -codició ella y cerró los ojos alzando la cabeza en dirección al techo para emitir un jadeo cuando él absorbió con energía uno de sus pezones, mordisqueando la punta.
La piel se le erizó por completo y en su vientre se agitó una marea incontrolable de deseo.
Se aferró a los cabellos de Eddy de forma brusca para quitárselo de encima y comenzar a desvestirlo.
Él estuvo a punto de quejarse, pero al notar la ansiedad de la joven se quedó callado. Ese tipo de mujeres, aunque lo lastimaban, le hacían pasar un muy buen rato. Su cuerpo llameó anhelando el exquisito dolor.
Al estar desnudos, cambiaron de posición. Él se sentó en el borde de la mesa y ella en una silla, entre sus piernas, para poder entretenerse sin incomodidades con aquel pene tenso.
Lo chupó de forma ávida, dejándolo de nuevo palpitante, y a él a punto de un colapso. A Eddy el corazón le golpeaba con agitación las costillas y el orgasmo se le agolpaba en el pecho produciéndole mareos.
Necesitaba culminar, pero la chica tenía otras intenciones.
Lo acostó en la mesa, inmovilizándole los brazos al atarlos a las patas usando la ropa de ambos como soga. Le cubrió los ojos con un paño de cocina y le bañó el torso y el pene con el vino.
Él se entregó al placer sin importarle nada, ni siquiera, lo que ella hacía sin su conocimiento. Se lo devoraba, dejándole marcado en la piel sus dientes y uñas.
Un par de minutos después, la joven sacó de su cartera un kit de juguetes sexuales que incluían dilatadores anales, vibradores, bolas chinas, pinzas y lubricantes.
Dejó a la mano su teléfono móvil, dispuesta a grabar la sesión, pero prefirió continuar un poco más con el delicioso tormento antes de utilizar sus artefactos.
Sonrió al escuchar los lloriqueos del hombre, estando a punto de sucumbir por las llamaradas que ardían bajo su piel, pero un grito atronador la interrumpió empujándola hacia atrás como si hubiera sido arrollada por una avalancha de nieve, que la tumbó al suelo.
-¡¡¡PAPÁ!!!
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