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Jeanne Boucher se enfrenta a una situación desgarradora cuando la enfermedad de su padre pone en peligro su vida. En un intento desesperado por salvarlo, acepta a regañadientes la propuesta de su terco y seductor jefe, Émile Dubois: un matrimonio de conveniencia para proteger el patrimonio familiar de este último. A pesar de la atracción que existe entre ellos, él ve a Jeanne como un juego y busca tenerla bajo su control, en su cama, y satisfacer sus deseos más perversos. Sin embargo, ella no sucumbe a su encanto y resiste sus intentos de seducción. A medida que la tensión entre ellos crece, se enfrentan a una tentación inevitable que podría poner en peligro los términos de su acuerdo temporal y desafiar sus propios sentimientos. Sin que ellos lo sepan, después de noches apasionadas en las que se dejan llevar por el deseo, Jeanne lleva en su vientre el fruto de su unión. Con el fin del acuerdo temporal, se cava un abismo entre ellos cuando él permanece completamente ignorante de la existencia del hijo que ella espera. Esta revelación pone en peligro los términos de su acuerdo anterior y desata una tormenta de emociones que desafía sus creencias y los sumerge en un territorio desconocido.
Jeanne estaba nerviosa mientras intentaba preparar todo perfectamente para la llegada de su nuevo jefe: el Sr. Dubois.
La gente decía que era un hombre frío, que siempre tenía algo malo que decir de manera gruñona, pero ella estaba dispuesta a soportarlo, ya que necesitaba desesperadamente el dinero.
Las facturas no dejaban de acumularse, y su padre había comenzado a sentirse mal, por lo que debía llevarlo al médico lo antes posible.
-Recuerda decir solo lo necesario y siempre ser servicial y amable -le habían advertido sus compañeros de oficina.
El coche de Émile Dubois llegó al edificio Heathrow después de un largo vuelo y de haber estado atrapado en el tráfico durante más de una hora.
Su ánimo estaba peor que nunca.
-Odio Nueva York -dijo fríamente y de manera impersonal, obteniendo una respuesta monosílaba de su conductor.
Como inglés acostumbrado a Londres, encontraba esta ciudad llena de ruido y gente completamente sobrevalorada.
Se dirigió a la entrada y, sin esperar más, fue directo al ascensor, suspirando cada dos segundos debido a su lentitud.
Aún no había conocido a su secretaria, pero le habían descrito a una joven con ojos color miel y cabello ondulado y sedoso tan oscuro como el café, eficiente y muy inteligente.
Este último punto era el que más le importaba; sus características físicas le eran indiferentes de todas maneras, porque no era su tipo.
El hombre imponente caminaba hacia su oficina cuando ella salió bruscamente de la sala, chocando de lleno con él. Émile, teniendo buenos reflejos, la atrapó rápidamente antes de que cayera al suelo.
Ella se apartó de él y se disculpó sin levantar la vista, sintiéndose muy avergonzada por lo que acababa de suceder. Su mirada permanecía fija en esos zapatos de cuero negro impecables.
-Señorita, ¡tenga cuidado! ¿No ve por dónde va? -dijo, dándose cuenta de que ella se quedaba inmóvil, comenzando a sentirse algo irritado.
Jeanne dedujo inmediatamente que este hombre debía ser rico. No hacía falta ser un experto para saber que una persona con pocos recursos no podría permitirse un par de zapatos como esos.
-¿Eh, me está escuchando? -la voz del Sr. Dubois interrumpió sus pensamientos.
Ella lo miró y le sonrió, molesta.
-¿Acaba de sonreír? -preguntó él, entrecerrando los ojos y poniéndose más frío.
-¡Ah! -Jeanne pasó las manos por su suave cabello castaño y miró al hombre frente a ella. -¿Así que nadie le enseñó a pedir perdón?
Sus palabras y actitud lo tomaron por sorpresa.
Jeanne no estaba acostumbrada a que alguien la pisotease, menos aún un hombre que parecía rico y pensaba que podía hacer lo que quisiera.
-¿Qué? -los labios del hombre se apretaron y su frente se frunció. -¿Me acaba de hablar así, con ese tono arrogante?
-Claro, ¿a quién más debería hablarle? ¿O acaso tiene un fantasma a su lado? -preguntó Jeanne, levantando el mentón hacia él para demostrar que no le tenía miedo.
-¡Qué descaro esta chica! -sus ojos brillaron mientras la evaluaba, sintiendo que podría cogerla por el cuello en cualquier momento. -¿Tiene idea de con quién está hablando?
Jeanne cerró brevemente los ojos; no era así como quería comenzar su nuevo trabajo, discutiendo con alguien que ni siquiera conocía.
Ya estaba harta de esa pelea; comenzaba a molestarle.
-Mire, señor salido de la nada -inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró de arriba abajo. -Los dos cometimos un error, eso es todo. No haga como si hubiera cometido un pecado, ¿de acuerdo? Siga su camino y déjeme en paz, estoy esperando a mi jefe.
-Pero yo soy...
-¡Me importa un bledo quién sea usted! -agitó la mano. -Si no sabe disculparse, mejor siga su camino.
-¡Sr. Dubois, bienvenido! -lo saludó uno de los empleados, y ella se quedó congelada en su lugar, el corazón latiéndole con fuerza.
-¿Dubois? -casi no se atrevió a levantar la vista, tragó saliva con dificultad, y vio unos ojos grises fríos que la observaban con curiosidad y algo de irritación.
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