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En el oscuro continente de Aedralis, donde los reinos de vampiros y licántropos han estado en guerra durante siglos, una vampira noble, Lenara Drakov, es traicionada por su propia familia y entregada a los licántropos como parte de un acuerdo político. Encerrada y humillada, Lenara se encuentra bajo la vigilancia de Kael Rhyvorn, un licántropo exiliado por desobedecer a sus líderes. Kael tiene sus propios planes de venganza: destruir al Consejo Vampírico y al Alfa de su manada, responsables de la muerte de su compañera. Pero la llegada de Lenara cambia sus prioridades. A pesar del odio entre sus razas, una atracción ardiente surge entre ellos. En medio de la traición, los secretos y las batallas, deberán unir fuerzas para sobrevivir y enfrentarse a los monstruos que crearon el mundo que los condena. Sin embargo, el precio de su alianza será alto: su amor prohibido podría desatar una guerra aún más sangrienta.
El aire estaba cargado de la humedad nocturna y el aroma metálico de la sangre. La luna llena se alzaba alta en el cielo, lanzando su luz pálida sobre las tierras de Valtheria, un territorio dominado por tensiones ancestrales entre vampiros y licántropos. Lenara Drakov caminaba entre los árboles con la cabeza alta, su vestido rojo de terciopelo ondeando tras ella como una llamarada. A pesar de su elegancia y porte noble, sentía un nudo en el estómago, una advertencia que no podía ignorar.
Esa noche, su padre, Lord Drakov, la había convocado al bosque bajo el pretexto de una misión diplomática. Lenara debía representar a su clan en una reunión con los líderes licántropos para discutir una tregua. Sin embargo, algo no encajaba. La tensión en los rostros de los guardias, el silencio opresivo del bosque... Todo indicaba que algo andaba mal.
-No temas, hija mía. Todo esto es por el bien de nuestra familia -le había dicho su padre antes de partir. Pero sus ojos, normalmente fríos y calculadores, parecían esquivar los de ella.
Lenara apretó los dientes. Había aprendido desde joven que en el mundo de los vampiros, confiar en alguien, incluso en tu propia sangre, podía ser un error fatal.
El crujido de ramas rompió el silencio, y antes de que pudiera reaccionar, un grupo de figuras emergió de las sombras. Eran licántropos, altos y musculosos, con ojos brillantes que destilaban odio. Lenara retrocedió instintivamente, pero pronto se dio cuenta de que estaba rodeada.
-¿Qué significa esto? -preguntó con una voz que pretendía ser firme, aunque su corazón latía con fuerza.
Uno de los licántropos, un macho de pelaje gris y cicatrices cruzando su rostro, avanzó. Su mirada era fría, pero había algo más: desprecio.
-Tu familia nos ha pagado un precio alto para que te llevemos como prisionera, vampira -escupió.
La revelación la golpeó como un puñetazo. Su propia familia, su padre, la había traicionado. Pero antes de que pudiera procesarlo, sintió el ardor de una cuerda mágica rodeando sus muñecas. Los licántropos la ataron rápidamente, inmovilizando su poder.
-Esto es un error. Mi padre no haría algo así -dijo, aunque su voz sonaba menos convincente con cada palabra.
El licántropo soltó una risa amarga.
-Los vampiros son todos iguales. Te utilizan y te descartan. Nosotros solo somos el medio.
La obligaron a caminar durante horas, adentrándose en las profundidades del bosque. Cada paso era una mezcla de humillación y furia. Su mente giraba en círculos, buscando un motivo para la traición de su padre. ¿Había hecho algo para deshonrarlo? ¿Era esto un castigo?
Los licántropos no hablaban mucho entre ellos, pero su vigilancia era férrea. Aún así, Lenara no era una noble cualquiera. Había entrenado en el arte de la manipulación y la estrategia desde pequeña. A pesar de las cuerdas mágicas que bloqueaban sus habilidades, sabía que debía esperar el momento adecuado para actuar.
Cuando finalmente llegaron al campamento, Lenara quedó impresionada por la organización de los licántropos. Aunque siempre había pensado en ellos como salvajes, el lugar estaba cuidadosamente estructurado. Las hogueras iluminaban los rostros de hombres y mujeres con cicatrices de batalla, y el aire estaba lleno de sonidos de actividad constante.
-Llévenla a la celda principal -ordenó el líder del grupo.
La empujaron dentro de una jaula de madera reforzada con plata, un claro mensaje de que no subestimaban su poder. Lenara se sentó en un rincón, aparentando calma mientras observaba a su alrededor.
Poco después, una figura emergió de entre las sombras. Era un hombre alto, de cabello oscuro y ojos dorados que brillaban con intensidad. Su presencia era imponente, y aunque su expresión era dura, había algo en su mirada que sugería un conflicto interno.
-¿Así que esta es la famosa hija de Drakov? -dijo con desdén, cruzándose de brazos.
Lenara levantó la barbilla, negándose a mostrar debilidad.
-¿Y tú quién eres para hablarme de esa manera?
El hombre se inclinó hacia ella, sus ojos estudiándola con intensidad.
-Mi nombre es Kael Rhyvorn. Y, a diferencia de ti, no tengo un clan que me respalde.
Lenara lo miró fijamente, intentando descifrarlo. Había oído hablar de Kael, un licántropo exiliado por desobedecer a su alfa. Su presencia aquí era intrigante, pero lo que más le interesaba era el odio evidente que sentía hacia los vampiros.
-¿Entonces qué haces aquí? -preguntó, intentando parecer despreocupada.
Kael esbozó una sonrisa amarga.
-Supongo que solo estoy esperando mi momento para vengarme de los tuyos.
La declaración fue como un puñal. Lenara supo en ese momento que Kael no era un simple guardián. Había algo más en él, algo que podía ser peligroso tanto para ella como para sus captores.
Esa noche, mientras el campamento dormía, Lenara reflexionó sobre su situación. Los licántropos planeaban usarla como una herramienta para desatar otra guerra, y su familia la había descartado como si no fuera más que un peón.
Pero Lenara no era una víctima. Si su padre creía que podía deshacerse de ella tan fácilmente, estaba equivocado. Y si Kael pensaba que su odio podría doblegarla, también aprendería a no subestimarla.
Con cada minuto que pasaba, su determinación crecía. Sabía que escapar no sería fácil, pero lo haría. Y cuando lo lograra, haría pagar a cada uno de los que la habían traicionado.
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