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A los ojos de la sociedad, Sonya es simplemente la sobrina del dueño de un burdel de renombre. Sin embargo, en secreto, lleva una doble vida como médica, atendiendo a personas de bajos recursos y a mujeres de alta sociedad que han sufrido abusos o buscan interrumpir un embarazo no deseado. Su vida, aunque caótica, la satisface profundamente. El destino interviene cuando Sonya conoce al joven rey William, quien recientemente ha asumido el trono. William está gravemente enfermo, y su salud se deteriora rápidamente sin una explicación clara. La noticia de su enfermedad podría desencadenar su destitución, especialmente porque aún no tiene un heredero. En un desesperado intento por mantener su condición en secreto, William recurre a los servicios médicos de Sonya, y para justificar su presencia en la corte, finge que ella es su nueva concubina. Al principio, la relación entre William y Sonya es distante y profesional. Sin embargo, a medida que el tiempo pasa, comienzan a surgir sentimientos mutuos. Mientras Sonya lucha por encontrar una cura para el enigmático mal de William, un reino rival acecha, decidido a arrebatarle el trono y a su fascinante concubina. ¿Podrá Sonya salvar al rey sin que ambos sucumban a las intrigas palaciegas y las amenazas externas?
La primera vez que lo hizo sintió mucho miedo, sobre todo, por si la descubrían. Pero pronto entendió que, si se vestía de mucama y llevaba un par de cosas en sus manos, ni la miraban.
Hacía cinco años que se dedicaba a atender a las personas tanto de bajos recursos como a las damas nobles que la solicitaban en secreto. Fue sencillo hacerse conocer, ya que, por casualidad, una de las mozas que trabajaba en el burdel descubrió que estaba estudiando medicina en secreto y, al poco tiempo, la llevó ante una condesa que necesitaba atención urgente. La joven había sido violada y luego brutalmente golpeada por su flamante marido. En ese momento, el destino de Sonya quedó marcado para un buen futuro... o al menos eso creía hasta hoy en día.
Ahora, ella se encontraba metiéndose a hurtadillas en otra mansión con el mismo fin, pero diferente paciente. Aún no sabía de qué se trataba; nunca lo sabía hasta verlas, así que por las dudas siempre llevaba su bolsa con todo lo que creía que podría necesitar. Aunque usualmente trataba embarazos y problemas de salud que su misma familia provocaba en sus paciente.
―Mi lady la está esperando en su habitación, a esta hora nadie las va a molestar. De todas formas, tenga cuidado. Le dije a los demás que tú serás momentáneamente mi reemplazo porque mi ama me mandó a buscarle algo. Así que ten cuidado con lo que dices ―le advirtió la dama de compañía, quien le señaló el lugar al que debía ir.
―Gracias ―dijo Sonya, observando el lugar.
Fueron hasta la parte trasera de la mansión, lugar que usaba la servidumbre para entrar y salir sin que nadie los viera y así limpiar toda la mansión sin molestar a nadie. La doncella la dejó sola al final y Sonya recorrió el sitio que le había señalado hasta llegar a una puerta grande de color blanco y adornada con oro. No se detuvo a pensar si era oro de verdad o solo pintura; la mayoría de los ricos ostentaban oro de verdad. Golpeó con delicadeza la puerta y desde adentro escuchó un apenas audible <
Dentro de la habitación había una mujer de unos treinta años. Estaba sentada frente a un hermoso tocador, lleno de maquillaje y perfumes. La mujer se encontraba peinándose su larga melena rubia, vestida ya con su ropa de dormir. Todo en la habitación estaba adornado de blanco y oro, incluso el vestido de ella era de un blanco impoluto. El lugar por completo estaba en orden, limpio y desprendía riqueza por donde mirase.
Se quedó parada en medio de la habitación, sin decir nada, esperando que su paciente rompiera el silencio. Aún no se habían visto cara a cara, aunque Sonya podía ver el reflejo de la dama en el espejo. Sin duda, era una mujer muy hermosa. Delgada, pálida y de rasgos muy delicados, una belleza que todo hombre desearía tener entre sus brazos.
―Entiendo que eres... médico ―dijo al fin la mujer, dejando su cepillo en la mesa y levantándose por fin de su asiento.
―Sí, señora.
―Bien, te llamé por ese motivo. Aunque es obvio que lo diga, claro. Te han recomendado muy bien, dicen que eres discreta y guardas el secreto. Necesito eso, que todo lo que vaya a ocurrir entre nosotras quede entre nosotras. ¿Sí? No hace falta que te diga lo que puede ocurrir si le dices a alguien, ¿verdad? ―preguntó, yendo hasta un armario que se encontraba oculto en la pared. Lo abrió y de él sacó un pequeño cofre. Caminó con paso tranquilo hasta acercarse a Sonya.
― Sí, señora. Sepa que jamás diré nada. Soy su confidente ―le aseguró, agarrando el cofre. No lo abrió, lo haría una vez que estuviera en el burdel. El pago siempre lo decidían sus pacientes. A veces eran monedas y otras veces joyas... hasta una vez recibió diamantes.
― Perfecto... Hace semanas me encuentro mal. Tengo náuseas, mareos... Me siento más cansada de lo usual. Pienso que por ahí es porque me estuve alimentando mal. Pero un comentario de una amiga, la que te recomendó, me puso los pelos de punta. Así que quiero sacarme de dudas.
― ¿Cuándo fue su último sangrado? ―preguntó con tranquilidad Sonya.
― Sinceramente, no lo recuerdo. No suelo llevar la cuenta, mi doncella sí. A ella debería preguntarle...
― Bueno, no se preocupe. Sin embargo, ¿ha tenido algún sangrado recientemente? Aunque haya sido poco o de un color débil, distinto al de siempre, con duración mínima. ¿Algo diferente a lo de los demás?
― Sí, eso sí. Fue de un color débil y me duró dos días. ¿Tiene algo que ver? Pensé que era por el estrés, así que no le di importancia.
― Puede ser, pero necesito revisarla. ¿Podría por favor acostarse en la cama? ―le pidió con amabilidad.
Sonya ya se daba una idea de lo que era, pero no podía afirmarlo así nada más. El leve abultamiento de su vientre la delataba, aunque en otros podía pasar desapercibido aún. Vio cómo la mujer se puso levemente nerviosa, siguió la instrucción y se acostó. Sonya dejó su maleta a su lado y se arrodilló al frente de ella. Luego de pedir permiso, le levantó la falda del vestido. Tocó con delicadeza, pero con mano firme, su bajo vientre y sintió una "bolita".
― Está embarazada, de cuatro semanas ―dijo al fin.
La mujer empezó a llorar. Sonya no dijo nada.
―No puede ser... en serio que nos cuidamos... tomé esas semillas que me recomendaron, me dijeron que funcionaba... no lo entiendo ―lloraba la mujer.
Sabía perfectamente de qué semillas hablaba e intuía que no las preparaba como debía. Algo que la iba a asesorar luego.
―Mi marido se fue al Este hace cinco meses... ¿entiende? ¿Qué le voy a decir cuando vuelva? ¡Él me matará! ¡No puedo tener a este bebé! ―dijo con desesperación.
―Puedo... puedo ayudarla a interrumpir el embarazo. Sin embargo, debo decirle que hay muchos riesgos...
―No creo que sean tan graves como los que me esperan con mi marido ―la detuvo, sentándose de golpe.
―En serio, son graves. Puede morir desangrada o de una infección. El mismo procedimiento puede convertirse en un trauma incluso ―siempre intentaba ser sincera, los problemas psicológicos que podían experimentar, podían ser igual de difíciles de tratar, aún más cuando no se creía en la salud mental.
―No me importa eso, cargaré con las consecuencias de mis actos. No quiero a este bebé, por favor. Haga lo que sea para que no sepan de mi estado ―le suplicó, agarrando sus manos.
Sonya la miró y asintió con la cabeza.
―Iré a preparar las cosas que necesito. Por favor, usted también debería prepararse para lo que se viene. No quiero darle miedo, pero esto será doloroso ―le informó.
Salió de la habitación y fue a la cocina por agua, tenía que preparar un té de plantas y semillas para inducir el parto, además necesitaría agua para ayudarla asearse después.
Ya era de noche, la mayoría de los sirvientes se habían retirado y solo quedaban aquellos de guardia que estaban por si venía algún invitado inesperado. Cuando entró a la gran cocina, había una joven sentada en una silla cerca del fuego, tejiendo.
―Perdón, mi lady necesita agua. Dice que no se siente bien y quiere darse un baño caliente para relajarse, así que necesito llevarle agua ―explicó, quedándose parada a la mitad de la habitación.
La joven asintió con la cabeza y la llevó a la parte de atrás, donde había barriles llenos de agua fresca. Sonya siempre podía ver la comodidad que tenían los ricos, mientras las personas de bajos recursos debían salir por su agua al río sin importar la hora. Tener barriles en casa era costoso, por los químicos que se necesitaban para limpiarlos y así evitar que el moho contaminara el agua. La verdad, solo necesitaba un balde lo suficientemente grande. Así que se llevó uno y, sin decir nada, salió hacia donde estaba la dama.
La mujer estaba caminando de un lado a otro, apretándose las manos, claramente nerviosa. El miedo se reflejaba en su cara.
―Quiero decirle que habrá sangre, sin duda. Necesito que en el momento en que sienta mal, deberá posicionarse encima de una fuente, para evitar manchar algo. Deberemos cubrir el lugar con alguna prenda oscura, para evitar que la sangre traspase ―a veces, las mujeres solían sangrar mucho en las primeras horas. Luego continuaban sangrado por un par de días más, pero con menor abundancia. Tendría que idearle una dieta que fuera nutricional para compensar la pérdida de sangre.
―Mi marido me regaló este vestido cuando cumplimos dos años de matrimonio. Es de seda, lo mandó a buscar desde el Oeste. Lo usé una sola vez... puede funcionar ―el vestido era precioso, con una cola larga y con muchos vuelos. ― Podemos poner otro vestido debajo, por las dudas, y luego tirar todo...
Sonya comenzó a preparar el té y una vez que lo tuvo todo mezclado, lo dejó infusionar en agua caliente. La mujer se encontraba sentada, mirando cada movimiento que ella hacía, sin decir nada.
―Bébalo todo. Es amargo y fuerte, trate de no vomitarlo. A las horas, sentirá dolor y será el momento de expulsarlo. Es probable que grite, ¿alguien podrá escucharla? ―los gritos eran más por la desesperación y la angustia que sentían que por otra cosa, pero eso no se lo dijo.
― No... no creo...
―Bien, no quiero meterle miedo. Disculpe si lo hago.
Volvieron a estar en silencio. Así como lo había previsto, a las horas la mujer comenzó a sentir dolor, a sudar y sentir náuseas. Con ayuda de Sonya, llegó al lugar que habían preparado en el suelo y se posicionó encima del fuentón con agua acuclillada. Sonya había preparado todo lo que necesitaría, todo al alcance de su mano.
―Cuando le diga, debe pujar, hágalo. El cuerpo es sabio, él sabrá que hacer ―le informó Sonya.
El proceso fue largo, la mujer sangró mucho. Pero al final, pudo expulsarlo. Sonya sacó el fuentón con rapidez para que la mujer no viera nada. Aunque terminó desmayándose al llegar a la cama. La revisó, estaba más pálida y fría. La limpió lo más rápido que podía, y luego la abrigó. Le puso muchas vendas a forma de apósito para evitar que manchara la cama, ya no sangraba como antes a causa de que le había dado otro té para controlar que no se desangrara. Iba a estar varios días sintiéndose muy mal, así que le había preparado varias infusiones que debía tomarlas en su debido tiempo. Por las dudas, le dejó todo escrito, así como el debido uso de las semillas que anularían la concepción en un futuro. Aunque tenía miedo de que no pudiera concebir después de eso, un aborto era un tratamiento invasivo, y la concepción podría ser de baja a nula.
Cuando llegó la dama de compañía, no hizo preguntas, sólo escuchó atentamente los consejos y a qué debía estar atenta.
― Si la fiebre no baja en tres días, llámame.
Había sido una noche larga, era tal su deseo de llegar a su cama, que cuando salió de la habitación, prácticamente corrió a la salida. Apenas estaba saliendo el sol, así que debía darse prisa antes de que la vieran. Primero debía deshacerse de la ropa luego descansaría.
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