/0/17158/coverbig.jpg?v=20250623135050)
Mi vida, con mis manos manchadas de colores y el olor a pintura en mi humilde cuarto, soñaba con restaurar arte. Vendía mis alebrijes para escapar de la pobreza, al lado de mi padre alcohólico. Mi madre, Elena, y mi gemela Valentina nos "abandonaron" hace seis años. Pero en mi decimoctavo cumpleaños, un enlace de YouTube lo reveló todo. El título, "Dos Vidas: Experimento Gemelas", me heló la sangre. Allí estaba yo, sucia de pintura, junto a Valentina, de diseñador en una mansión. La voz de mi madre, a quien no oía hace seis años, anunció el "clímax de nuestro experimento social". Mi padre, Ricardo, sobrio y elegante, sonreía en esa misma mansión de lujo. "Veremos si la resiliencia de Sofía puede superar los desafíos que le hemos preparado." Mi mundo se hizo pedazos. Mi pobreza, el alcoholismo de mi padre, el "abandono": todo fue un cruel reality show. Se monetizó mi sufrimiento para millones de espectadores. "Te estamos viendo. No llores, arruinarías la toma", me mandó Valentina. Descubrí cámaras ocultas por todo mi cuarto, grabando cada lágrima. Mi preciado alebrije, mi jaguar alado, fue destrozado por "actores". Mi familia celebraba el "drama" y el "rating disparado". El dolor se convirtió en una furia helada y silenciosa. ¿Cómo pudo mi propia familia venderme por mero espectáculo y dinero? Estaban tan ciegos en su codicia que ignoraban la tormenta que se desataba. "Mañana le quitaremos lo último que le queda de valor," escuché a mi padre decir con malicia. Pero en el suelo, encontré mi escape: una beca completa para estudiar arte en Florencia. Era mi señal, mi única arma. Ya no era su víctima; ahora era su enemiga. Si querían un espectáculo, se los daría. Esta vez, el trágico final lo escribiría yo.