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Un dolor agudo me despertó, luego una voz: "Felicidades, Alteza. Está embarazada". Esas palabras... las había escuchado antes. Eran las mismas que sellaron mi fin en mi vida anterior, la que acabó con mi traición y mi muerte solitaria, ensangrentada, con mi bebé nonato arrancado de mí. Mi esposo, el Príncipe Alejandro, me miraba con adoración falsa; a su lado, mi hermana Valentina sonreía con triunfo, burlándose de mi ingenuidad mientras él desviaba la mirada de mi cuerpo moribundo, como si yo fuese una mancha insignificante. Morí sola, traicionada por mi propia sangre y por el hombre al que juré amor, sin entender el porqué de tanta crueldad, de un destino tan injusto. Pero al abrir los ojos de nuevo, el terror gélido dio paso a la claridad. Había renacido. Había vuelto al día exacto en que la felicidad se convirtió en mi sentencia de muerte. Esta vez, con la memoria intacta y un odio insaciable, no sería la víctima. El juego apenas comenzaba, y esta vez, yo manejaría los hilos.