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Me llamo Guadalupe Reyes y mi vida era lo que cualquier huérfana soñaría: una mansión en Las Lomas, ropa cara y los señores Mendoza como padres adoptivos. Mi misión era ser su hija perfecta, sonreír y mantener la imagen de la familia, mientras yo solo pensaba en la ruta más rápida a los canapés de salmón. Recuerdo la noche de la fiesta, cuando la señora Mendoza me ajustó el pelo y me dijo: "Lupe, sonríe. La familia Vargas está por llegar. Recuerda lo que practicamos." Yo solo pensaba en los mini tacos de cochinita pibil. Pero de pronto, la música se detuvo. Las puertas principales de la casa se abrieron de golpe, como si una tormenta entrara. Y apareció ella: Sofía Mendoza, la hija biológica que creían perdida, caminando como dueña del lugar, grabando todo con su teléfono. La señora Mendoza jadeó, el señor Mendoza dejó caer su copa. "Hola, mamá. Papá. ¿No se alegran de ver a su verdadera hija?", dijo con una sonrisa helada. Su mirada se clavó en mí: "Y tú debes ser el reemplazo. La huérfana con suerte." Sentí mi sonrisa tensarse. Apenas pude responder: "Es un placer conocerte, Sofía." Ella me puso un extraño collar de piedra oscura: "Dicen que protege de las malas vibras." Un zumbido ensordecedor llenó mi cabeza, y una voz metálica anunció: "Nuevo sistema activado: Mente Abierta. Todos tus pensamientos internos ahora son audibles para las personas a tu alrededor." ¡¿Qué?! ¿Mis pensamientos sobre chicharrón prensado y funkos serían públicos? Y de repente, mi vida de lujos y comida gratis se convirtió en el peor infierno de todos. No podía creer la maldad de Sofía, que me había tendido una trampa tan retorcida. ¿Cómo iba a sobrevivir en esta casa con mis pensamientos expuestos a todos? Me llamo Guadalupe Reyes, y mi vida real apenas comenzaba.