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La Reina De Los Caídos

La Reina De Los Caídos

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Contenido

El mundo cambia cuando ocho demonios desterrados llegan a la tierra. Lucifer, tras ser desterrado por segunda vez, pierde su reino en el infierno gracias a que perdió una guerra contra su hermano. Mientras se recupera de sus heridas en el reino mundano y busca forzalezas para volver al infierno y recuperar su reino; conoce a Emmeline. «Lucifer, por primera vez en el reino mundano vio a alguien que no temía de quien era. No recibió un cofre lleno de joyas como bienvenida de su parte, al contrario, Emmeline llegó con las manos vacías y palabras frias. Algo poco común para él.»

Capítulo 1 Los Caídos.

El fuerte trueno acompañado de un relámpago hizo que el mayordomo Hobson mire por el ventanal desde la cocina. Las gotas caían desde el cielo y poco a poco comenzaba una lluvia que amenazaba con convertirse en una gran tormenta.

Las sillas desde el jardín se mueven levemente gracias al viento y vio como su ama estaba en el jardín como cada día, leyendo el periódico.

El lacayo se le acercó luego de ver el segundo relámpago.

Emmeline Dahlia Bonde estaba debajo de esas gruesas nubes que traían la tormenta, las gotas caían sobre ella y también sobre el periódico que tenía en sus manos. Levantó la cabeza cuando Aren se acercó.

—Le recomiendo que entre, mi señora.

Emmeline miró el cielo y sonrío levemente. Adoraba las tormentas.

Los tres perros guardianes de Emmeline; Furia, Sable y Espiga, le gruñeron levemente ante su cercanía. Era sabido que odiaban a toda persona que no sea su ama, y pocas veces le gustaba que se acercasen.

—Estoy bien, Aren.

El mayordomo Hobson, que aún los miraba desde la ventana, no pudo evitar pensar que Emmeline siempre sentía cierta satisfacción ante una tormenta.

Pero antes que lo pudiese pensar mucho, el timbre de la casa sonó y rápidamente se giró a ver quien era. No eran horas de visita y con este temporal no era nada que pudiese tener una buena pinta. En cuanto abrió la puerta, se encontró con Markus.

—¡Que bueno que siempre estas donde te necesitan, Hobson! —Exclamó alegre pasando. —Definitivamente quisiera tenerte en casa.

El mayordomo hizo todo un esfuerzo para evitar una mueca ante el mejor amigo de su ama. Markus cerró y colgó su paraguas que comenzó a gotear algunas gotas sobre la alfombra.

—¿Dónde está Emmeline?

—En el jardín, señor.

Markus le da palmaditas en el hombro para luego avanzar hacia el camino donde podía llegar a ella. Tanto la criada como el mayordomo miraron apenados como él por cada paso dejaba un camino de barro sobre el suelo tapizado de alfombra.

Emmeline aún leyendo su periódico afuera, tuvo que poner una mano sobre Sable cuando empezó a gruñirle a la figura de Markus, quien se acercaba.

—¡Emmeline querida! —Exclamó. —Que radiante te ves.

—¿Por qué vistes así? Asustas a mis perros.

El lacayo de Emmeline, que estaba parado detrás de ella, miró de arriba abajo a Markus quien tenía polera, pantalones, botas y una larga gabardina, todo el mismo color negro. También se habían puesto exagerados accesorios como anteojos de sol y una gorra. Se lamentó de verlo, siempre que iba era para pedir favores innecesarios o pedir ayuda a los problemas donde caía.

—Resulta que me metí en problemas. —Se sacó los lentes y se sentó frente a ella en la mesa. —Y necesito de tus poderes sociales.

—¿Y ahora qué?

—Me están persiguiendo y creo que son los iluminados.

Pese a que Markus siempre tenía una alegría contagiosa y una sonrisita era un gran estafador, por lo que no le sorprendió ni en lo más mínimo que sea perseguido. Pero el detalle que haya dicho que eran iluminados fue suficiente para que ladeara la cabeza y lo mirase, dejando el periódico.

Los iluminados habían desaparecido hace muchísimo tiempo, cuando Cristo aún no había pisado estas tierras, era imposible de que haya alguno suelto por allí. La última vez que Emmeline había visto uno era muy pequeña para recordarlo bien.

—¿Por qué los iluminados estarían detrás de ti?

—No sé, pero dudo que sea para cosas buenas.

Abrió su gabardina y del interior sacó un archivo, muy delicadamente se lo extiende con una sonrisa a boca cerrada y ella lo acepta.

Son fotografías. La primer fotografía es del bosque donde había caído una especie de meteorito dado a que todos los árboles estaban curvados hacia atrás en forma de espiral, el césped había perdido color y había un agujero de unos cuantos metros de profundidad donde se puede llegar claramente a la conclusión de que algo había caído.

No obstante, no había ningún meteorito o algo por el estilo. Sólo había agujeros vacíos.

Pasó de página, donde había varios huecos más en distintas localizaciones.

En la antigüedad se solía llamar “iluminados” tanto a los mensajeros, enviados o ángeles que trabajan con Dios. Cuando hubo la rebelión de Lucifer y fue desterrado, cayó junto a varios ángeles al infierno. No obstante, a los caídos también se les siguió llamando iluminados.

—Los iluminados volvieron. —Su tono de voz fue serio aunque realmente estaba sorprendida.

—Los motivos no sé, pero, sospecho que son los iluminados de Lucifer, no de Dios.

—¿Por qué Lucifer enviaría a sus iluminados al reino mundano? —Sacudió la cabeza, no tenía lógica. Se sabía que él esquivaba una nueva guerra contra Dios. Al mandar a sus iluminados aquí obviamente Dios se enfadará por su cercanía a los mortales.

—Sospecho que él también está aquí.

Emmeline levantó su mano y le entregó los archivos a su lacayo, quien los aceptó comenzándolos a leer.

—¿Qué has hecho, Markus?

—Quizá puede ser cuando hice un truquito parlanchín en el casino...

Emmeline alzó una de sus cejas, queriendo saber más.

—Resulta que dije que tenia un contacto que era un iluminado, y me creyeron. Me dejaron ganar, todo un logro, pero puede que haya llegado a los oídos equivocados esa información.

Emmeline se llevó la taza de té a sus labios, muy tranquila, pese a lo que le estaba contando. Entendía, grandes cooperaciones deseaban encontrar iluminados, así que, si lo perseguían tras saber que él tenía contacto con alguno era algo… obvio.

—¿Por qué estás tan tranquila?

—Te dije que no te iba a ayudar más, si te gusta estafar entonces soporta las consecuencias.

Markus inmediatamente abre la boca de par en par.

—¿Me dejarás solo contra los iluminados?

—Reza para que sean los iluminados de Dios.

Markus se quejó.

—¡Por favor, prometo que será la última vez que me meto en una problema!

—Dijiste eso la vez pasada, y la anterior, y la anterior de la anterior. Debes madurar, Markus.

Se puso de pie, ya no le apetecía estar en el jardín. Markus la siguió.

—¡Vamos, Emmeline! La última vez que vimos a un iluminado éramos niños, ¿No quieres ver uno?

—No.

—Solo necesito que muevas unos de tus contactos y… ¡Ya sé! Préstame tu lacayo.

Emmeline lo miró por encima de su hombro furiosa, no le gustaba cuando trataban a su lacayo como un juguete. Markus al notar aquello, intentó arremedarlo.

—¡O a tus perros!

Sable, Furia y Espiga al instante le gruñeron cosa que hizo que él retrocediera un poco.

—No. —Su respuesta es firme. —Soporta las consecuencias, Markus.

Markus, derrochado, caminó a su par hasta entrar a la casa.

—¿Al menos me regalas dinero?

Ya ni siquiera pedía prestado, ya era algo obvio que no lo devolvería nunca.

—Te di dinero la semana pasada. —Le frunció el ceño.

—Vivir mi vida es costosa.

—Entonces búscate un empleo.

Dicho eso entró al salón y le cerró la puerta en la cara, dejándolo en el pasillo. Markus tuvo una pataleta maldiciendo para luego irse de forma muy indignada hacia la salida.

Emmeline, por otro lado, se había quedado unos segundos al lado de la puerta con el puño sobre su corazón. Seguía impresionada por la idea de que haya iluminados en el reino mundano.

—Mi señora, ¿Está segura de dejarlo solo? —El lacayo, Aren, cuestionó a su lado.

—Siempre hace lo mismo, encontrará una solución solo.

Aren asintió con la cabeza y dejó los archivos que había traído Markus en la mesa. Era cuestionable. ¿Cómo podría Markus defenderse solo de un iluminado? Apenas podía huir de los mundanos cuando los estafaba. Pero no tenía permitido cuestionar la palabra de su ama.

—¿Desea algo más mi señora?

—No. Puedes retirarte. Descansa.

—Gracias, mi señora. Descanse.

Una vez fuera, Aren exhaló el aire acumulado que estaba reteniendo y se acomodó la corbata. Tenerla a Emmeline de señora era algo difícil, pocas veces podía descifrar lo que le ocurría en la cabeza. Siempre se la veía muy digna, fría y ortodoxa. Nunca la había visto en alguna situación embarazosa o complicada, y tenerla de referencia hacia que sintiese más sus propios defectos. A su diferencia, Aren siempre estaba paranoico y ansioso, sentía que Emmeline siempre estaba en peligro y su estrés crecía drásticamente.

—¿Quieres un té, Aren? —Consultó Hobson cuando lo vio, entre ellos había confianza suficiente para hablarse sin tanto respeto aunque Aren pasaba la mayoría de tiempo con Emmeline cosa que hacía que Hobson deba referirse muy cordialmente hacia él para evitar que ella se sintiese incomoda.

—Claro. La visita de Markus me alteró un poco.

Ambos se dirigieron hacia la cocina. Aren se sentó en la isla y se frotó la nuca, sentía todo su cuerpo aún tenso. Hobson comenzó a preparar el té.

—¿Qué quería esta vez?

—La protección de Emmeline. —Respondió. —Lo mismo de siempre.

Hobson sacudió la cabeza.

—Aunque las visitas de Markus sean aventureras, me alegra de verlo. —Confesó. —Le da algo de vida a Emmeline.

—Le da peligro. —Refutó.

Pensaba lo contrario. Emmeline parecía un fantasma vagando por la casa, nunca tenía un propósito, ninguna tarea o le aficionaba hacer algo. Su tiempo se basaba en sentarse en el jardín a leer el periódico, pasear por las habitaciones, pasar unas horas en la biblioteca y luego ir a dormir.

Ella también era consciente que su vida era muy aburrida pero ya estaba acostumbrada a ello. Cuando se sentó en la cama, Espiga fue a sentarse entre sus piernas para obtener algún mimo y lo tuvo cuando ella le acarició las orejas.

Markus era su único amigo pese a que los años habían llenado su agenda de contactos. Markus era la única persona que podía considerarlo parte de su familia y le molestaba rechazar una propuesta de su parte pero en el fondo sabía que estaba bien.

Sin embargo, cuando se acostó no pudo dormir.

La idea de que haya iluminados la hacía sentirse incómoda. Habían desaparecido antes de la llegada de Cristo a la tierra, ¿Por qué vendrían ahora?

Probablemente sean iluminados de Lucifer, después de todo si fuesen de Dios probablemente sepan la ubicación de todos los demás y no sería necesario perseguir a Markus para encontrar a uno. Había salvado a Markus de muchas cosas, la mayoría se limitaba a estafas, robos, y alguna que otra vez un préstamo de dinero para saldar sus deudas. Nunca a tal gravedad de tener iluminados detrás.

Frustrada, se sentó en la cama y miró de mala gana los archivos en la mesa.

«Maldito Markus.» Pensó, poniéndose de pie.

Pasó toda la noche leyendo lo que Markus le había escrito en el archivo, las fotografías eran de ocho lugares distintos y en un mapa le marcó la ubicación de cada una. ¿Por qué dejó escrito tantos detalles? Seguramente ya se imaginaba que lo iba a rechazar.

Se preguntó internamente dónde habría conseguido esta información. Los mundanos no creerían que fueron meteoritos, la evidencia del impacto era muy grande. Pocos meteoritos eran tan grandes para dejar evidencia de su caída, y que de pronto haya ocho lugares era algo que no todos podían creer.

También mostró mapas con varias estadísticas sobre que, las consecuencias no eran tan trágicas. Habían algunos incendios, explosiones y terremotos de un radio de cincuenta y cinco kilómetros. En cambio, una caída especifica causó casi el tiple de las demás. Por suerte, fue lejos de los mundanos en una isla remota, que causó varias actividades oceánicas inusuales pero no tan peligrosas.

¿Será un iluminado con un rango más poderoso?

Había amanecido y el mayordomo Hobson preparó el café para todos. La casa era enorme pero a Emmeline no le gustaban los desconocidos por lo que siempre eran los mismos; Emmeline, Aren, Hobson, Lila y Victoria. Las últimas dos eran las encargadas de la limpieza. Dejó los desayunos de los empleados en el salón y luego fue al salón principal donde Emmeline solía desayunar sola con Aren.

Para su sorpresa, solamente estaba él. Depositó el café en la mesa, dubitativo.

No tuvo tiempo a preguntar por ella dado que Emmeline abrió la puerta y se dirigió hacia ellos. Su rostro estaba iluminado, ya lo sé veía tan apagado como hace unos días. Cargaba contra su pecho los archivos que Aren rápidamente reconoció.

—Buenos días.

—Buenos días.

El mayordomo se retira dejándolos solos luego de servirles el té en sus tazas y Emmeline toma asiento, dejando aun costado el archivo. Aren que estaba a su lado, le fue inevitable preguntar:

—¿Se ha retratado, mi señora?

—Me da curiosidad saber por qué los iluminados volverían.

Aren mantuvo el silencio.

—Por favor, Aren. —Alentó. —Dime tu opinión.

—Mi señora, creo que debe contactarse con su familia, ellos podrían saber más sobre el asunto. Tienen más experiencia conociendo a los iluminados.

—No creo adecuado llamarlos por Markus. —Respondió. —No lo ayudarían si no es un Bonde.

Aren asintió con la cabeza. Tenía en claro que la familia de Emmeline era egoísta, más de una vez ella había contado pequeñas cosas sobre ellos pero siempre mantenía su palabra de que no ayudarían a nadie que no sea su propia sangre.

—Mi señora. ¿Ha tenido problemas respeto a su apellido?

Sabía que algo había sucedido, una pelea familiar al cual ella no quiso detallar mucho.

—Centrémonos en esto primero, Aren.

—Por supuesto.

No volvió a hablar en todo el desayuno aunque tenía aún las dudas en la punta de su boca. Era de mala educación seguir una conversación al cual Emmeline cortó indirectamente.

Cuando terminaron de desayunar, ella se puso de pie.

—Saldremos a buscar a Markus.

Él asintió.

—Por supuesto, mi señora.

Volvió a sentir sus contracturas. Si se sentía paranoico de protegerla en la casa, mucho más cuando debían salir.

Minutos después, Emmeline se posicionó frente al espejo corroborando que su estilo esté bien, las décadas traían nuevos estilos y para alguien que vivió tantos siglos se le hacia imposible seguir la moda actualizada.

Sacudió la cabeza atando su cabello sin dejar ni un mechón suelto o desprolijo y caminó hacia la salida. Sable, Furia, Espiga caminaron sin correa o arnés a su lado hasta meterse en el vehículo.

Aren condujo hacia el hogar de Markus y le abrió la puerta para que saliese. Al bajar Emmeline mira la decadente casa donde vivía, con el césped muy crecido, la correspondencia desbordando y cayendo al suelo. Las ventanas y cortinas cerradas y un cartel en la puerta exigiendo que le paguen la renta o desaloje.

Abrió paso entre el pequeño jardín y llegó a la puerta, cuando giro el pomo ésta se abrió.

Aren, alterado atrás, se preguntó como alguien tan solitario como Markus podría dejar la puerta de su casa abierta. Incluso siendo perseguido.

Emmeline entró, sus zapatos hacían que rechinen las maderas en el suelo. Todo su interior era un desastre, casi no tenía muebles al punto que utilizaba como sofá una manta y de mesa una caja de mudanza dada vuelta.

—Markus… —Murmuró pensativa. —Le doy tanto dinero y ni siquiera fue capaz de comprar una mesa.

Aren se había separado asegurando que todas las habitaciones, del primer piso están vacías. Cuando lo hizo subió las escaleras. Sable lo siguió, aunque los otros dos quedaron con ella rodeándola.

Emmeline inspeccionó el lugar. Cuando entró en la cocina, observó la poca higiene que estaba teniendo. No tenía productos para cocinar, de hecho, ni siquiera parecía que tuviese tenedores.

Abrió el refrigerador y encontró con que había sacado todas las divisiones para dentro, para guardar dinero en efectivo.

Sabía que estafaba personas en el casino, pero no imaginó que ganase tanto. ¿Por qué le pedía dinero si él lo tenía? Era una forma extraña de molestar.

—No está en ningún lado. Encontré sus objetos personales, teléfono, llave, y varias tarjetas de crédito. Su billetera parece estar completa.

—Los iluminados se lo llevaron ya.

Emmeline, caminó hacia el segundo piso donde Aren le apunta la evidencia. Había una ventana rota y los restos esparcidos en el suelo. La cama hecha un desastre, como si lo hubiesen agarrado cuando estaba acostado y desordenó todo. La caja dada vuelta que usaba de mesa de luz estaba tirada.

—¿Qué quiere que haga, mi señora?

Ella se había quedado mirando como varios vidrios caídos tenían sangre.

Emmeline se giró dándole la espalda y caminó hacia el pequeño mueble, al abrirlo miró curiosamente entre su ropa hasta encontrar una camisa. La dobló contra su pecho y volvió a girarse.

—Rastrea. —Le extendió.

Aren no quiso pero de todas formas aceptó con la cabeza y sujetó la prenda. «¿Ir detrás solo ellos dos sin ningún tipo de plan?».

Cerró en puños arrugando la prenda y cerró sus ojos inhalando profundamente. Cuando volvió a abrirlos, sus ojos normalmente café se habían cambiado a un intenso color morado.

—Lo tengo.

Emmeline le sonrío.

—Bien hecho.

Se giró saliendo de la habitación. Aren la siguió con una extraña calidez en el pecho y un nudo en la garganta cuando se reproducía una y otra vez en su mente la cordial sonrisa que le dedicó hace unos segundos.

Una vez dentro del coche, condujo preocupado hacia donde su instinto lo guiaba.

—Cambia esa cara Aren. ¿Qué te preocupa tanto?

Emmeline miro de reojo a sus tres perros guardianes, estaban acostados sobre los asientos con las orejas paradas y los ojos abiertos mirando el suelo.

Aren por fin tenía el momento adecuado de decirlo, suspiró del alivio.

—Mi señora ¿Cree adecuado ir donde lo tienen? —Cuestionó. —Si son iluminados de Lucifer…

Lo había pensado, pero tenía varios motivos que la tranquilizaban; su apellido y las estadísticas. Sólo había ocho caídas así que eran sólo ocho en su contra.

—Estaremos bien.

Aren asintió levemente con la cabeza.

—Por supuesto, mi señora.

Unos minutos después, Emmeline notó que estaban yendo por una avenida que no conocía. En las calles había un bar al lado de otro junto a algunas que otras discotecas. Las calles parecían estar llenas de personas, todos tenían un estilo muy particular; el negro y neón parecía ser los colores característicos y muchos de ellos jugaban a vestirse monocromáticamente.

Las avenidas eran bastantes transitadas por lo que Aren tuvo que disminuir la velocidad logrando que Emmeline viese con más detenimiento los lugares.

Había muchos callejones estrechos sin luz. Personas embriagados en el mediodía, otros haciendo largas filas para entrar y algunos que merodeaban que tenían apariencia de ser los típicos cuervos que aprovechan la mínima debilidad para atacarte. Probablemente merodean buscando una víctima.

—¿Dónde estamos, Aren?

—La avenida Jaldabaoth, mi señora. Es el lugar más peligroso del estado. Nunca ha venido a estas zonas, por supuesto.

«Jaldabaoth.» Pensó. De aquella forma en la antigüedad solían llamar a la bestialidad que imaginaban que era Lucifer, no obstante, dejaron de imaginarlo como un monstruo o bestia cuando testigos aseguraron que su cuerpo seguía igual al de un ángel, y todos sabían que los ángeles eran estéticamente perfectos.

Pero le resultaba sumamente narcisista de su parte colocarle aquel hombre.

—Es el lugar prohibido. —Añade pensativo. —No muchos quieren entrar. Los que están aquí es porque ya están en un ambiente turbulento. De lo contrario, no llegarían a hacer mucho que los someten.

Ladeo la cabeza.

—Todo indica que son iluminados de Lucifer.

—¿Quiere volver, mi señora?

—No.

Siguió conduciendo unos cuantos metros más hasta llegar a un reconocido casino donde había casi una cuadra y media de fila para entrar. Los colores divertidos era lo único brilloso que tenía la avenida Jaldabaoth.

Cuando Aren detuvo el auto, miró con curiosidad la estructura del lugar.

Definitivamente no era un ambiente para ella, pero nuevamente sintió el nudo en la garganta queriendo soltar reproches o contradicciones a la demente idea.

—Un casino. No me sorprende.

Era los lugares favoritos de Markus después de todo. Si se enteraba que no estaba secuestrado y en realidad fue a hacer algo de dinero iba a enfadarse demasiado.

—Habla con la seguridad, no haré una fila tan larga.

Aren asintió al instante.

—Espéreme aquí, mi señora.

Bajó del auto y al instante Sable, Furia y Espiga se movieron queriendo salir también.

Aren se arregló la túnica negra y avanzó hacia el hombre que vigilaba la entrada. Al instante que se acercó, el hombre lo miró con poco interés, ya preparado para rechazarlo.

—Es una Bonde.

Al instante que escuchó sus palabras su rostro se iluminó de sorpresa y miró hacia el vehículo con la intención de también llegar a verla, pero los vidrios eran polarizados.

El apellido era bastante famoso y popular por lo que el pobre guardia no quiso meterse en problemas por lo que sacó la baranda que impedía el paso y lo miró sin responder.

Emmeline notó aquello por lo que bajó del vehículo, seguida de sus tres guardianes. Todos que habían escuchado antes a Aren quisieron verla de cerca, ver su rostro, pero la capucha de la túnica que llevaba le cubría el rostro y ella mantenía la cabeza levemente gacha.

Le abrieron paso y ella entró siendo guiada por Aren. Todos dentro del casino giraron a ver a la misteriosa dama que vestía de negro, tenía un lacayo y tres monstruosos perros guardianes rodeándola; dos en cada lado y uno a su frente junto a Aren.

Los perros les gruñían babeando mostrando sus colmillos hacia todos a su alrededor causando que muchos se apartasen abriendo el paso.

Aren siguió avanzando atravesando las innumerables de mesas y maquinas, la música electrónica era suave y casi inaudible a comparación de los chillidos que emitían las maquinas al ser usadas.

Había unas placas que dividían el casino a la mitad, detrás de las paredes falsas se escuchaba un tono de música más suave, algunas personas charlando y otras riendo.

Era una especie de lugar VIP.

—No pueden pasar.

El guardia de seguridad se interpuso en su camino cuando ellos se acercaron.

—¿Por qué?—Habló Emmeline sin levantar la cabeza.—No es como si fuese una sorpresa que hay iluminados aquí.

El hombre sacudió la cabeza.

—No puedo dejarla pasar, señorita.

Aren miró por sobre sus hombros, contando mentalmente las personas a su alrededor y el poder de su gravedad.

Emmeline miró hacía otra parte, sabiendo lo que sucedería.

Por otra parte, dentro de aquel salón se encontraban los ocho caídos disfrutando la música, mujeres, comida y bebida. Todos estaban tirados cómodamente en asientos individuales al estilo Tronos. No había maquinas, desde el techo caían algunas telas que tanto mujeres como hombres se colgaban y bailaban.

Había una larga y principal alfombra de color negro que comenzaba en la puerta de entrada y finalizaba en un trono en específico.

Lucifer.

Él estaba sentado mirando a los bailarines mientras a su lado una mujer le llevaba uvas a la boca y él masticaba suavemente. En sus pies estaban los cofres llenos de oro y joyas que le rendían como tributo ante su llegada.

Tenía un aura de poder e imponencia que logró que muchas damas quieran llamar su atención con sus servicios. Con rasgos faciales como cabello negro azabache, piel clara y luminosa, ojos color celeste puro y fracciones lineales y duras atraía a cualquiera que lo viese, cosa que perdía el interés en obtener a alguien.

Quién está acostumbrado a tener todo en la palma de su mano, no lucha para obtener un poco más, sino que se sienta sabiendo de que ese algo más se acercará por cuenta propia.

Ladeó la cabeza, aburrido. El reino mundano nunca le terminaba de convencer, los mundanos se exigían tantas reglas y colocaban tantos principios que le sacaban lo interesante a vivir; divertirse.

—Su majestad...

Antes que el subordinado se acercase a informarle lo que estaba sucediendo fuera, en su casino, la puerta se abrió bruscamente y atrajo la atención de la mayoría a su alrededor, específicamente la atención de Lucifer.

Vio a la misteriosa dama caminar con la cabeza gacha y la capucha de la túnica ocultándole el rostro. Las bestias que tenía de perros guardianes caminaron a su lado, se notaba lo furiosos y ansiosos de atacar en sus expresiones. Detrás de la dama, estaba un hombre parado al cual rápidamente, por su forma de verse, pensó que sería su lacayo.

La mujer avanzó por la alfombra hasta ponerse frente al trono de Lucifer. La música cesó y él se acomodó mejor en su trono, con ansias de verla mejor.

Ella, con toda la paciencia del mundo, se sacó la capucha de la túnica dejándola caer detrás y levantó su mentón enseñando quien era. Lo primero que logró ver fue el cabello negro azabache, ojos grandes del mismo color. Tez clara, nariz pequeña con labios rosados.

—¿Cómo te atreves? —Uno de ellos siete tronos de su alrededor habló. —¡Entrar sin invitación y no se arrodilla ante su rey!

Lucifer estaba fascinado viendo las expresiones duras y el aura frío que irradiaba.

—Él no es mi rey. —Respondió, con la mayor calma posible.

Las damas de compañía comenzaron a hablar entre ellas de lo tonta que se estaba comportando la pelinegra. No dudaban de que no iba a sobrevivir mucho aquí.

Lucifer, por primera vez en el reino mundano vio a alguien que no temía de quien era. No recibió un cofre lleno de joyas de su parte, al contrario, Emmeline llegó con las manos vacías y palabras frías. Algo poco común para él.

—¿Quién eres? —Le preguntó, apoyando el codo en el apoyabrazos y mirándola con la mano en el mentón.

—Vine a buscar a mi amigo. —Ignoró su pregunta. —Markus Nikolái.

Lucifer inclinó la cabeza aún costado.

—Te he preguntado algo.

—Me sorprende que un rey no sepa que a veces no todo se puede conseguir.

Sonrió abiertamente, aunque el brillo no llegó a sus ojos. Miró a los tres perros guardianes detenidamente uno por uno, hasta que la volvió a ver.

—¿De dónde sacaste esa raza?

—No tengo porque responder eso.

Se puso de pie y y al instante todos se pusieron de pie de sus asientos y se arrodillaron. Cuando el rey se pone de pie, todos se doblan.

Emmeline no vio a los demás, se centró en únicamente mantener su mirada en él, el contacto visual era algo que siempre le gustaba hacer. Lucifer, bajó los escalones para luego ponerse frente a ella.

Cuando se puso frente a ella pudo percibir el arroma dulce que irradiaba su cabello. Mantuvieron miradas hasta que finalmente él se puso de cuclillas y estiró la mano hacia sus perros, quienes dejaron de gruñir y estar atentos para luego encantados acercarse a recibir una caricia.

Aren no pudo creerlo. Aceptaban las caricias de un extraño y no de él que vivió siglos junto a ellos.

—Veltesta, tretesta y drittesta. ¿Verdad?

Emmeline mantuvo su compostura.

—Sable, Furia y Espiga.

—Estoy seguro de que sabes que esos no son sus verdaderos nombres. —Aún de cuclillas, emboscó una pequeña sonrisa traviesa.

Veltesta, Tretesta y Drittesta eran los nombres de cada cabeza de Cerbero, el perro de Hades en la mitología griega. Solo que en cuyo mito, el animal solo era una bestia con tres cabezas, a su diferencia los perros de Emmeline, por más malignos que parecían, ellos eran solo tres perros individuales.

—No creo conocer la sangre de mis guardianes.

Emmeline solo le bastó una mirada inexpresiva a los perros para que ellos bajaran sus orejas, regañados y se vuelvan a poner a su lado. Lucifer se quedó en esa posición unos segundos hasta ponerse de pie y mirarla nuevamente a sus ojos.

—Tienen sangre de Cerbero. Lo reconozco. Lamentablemente Cerbero y Hades pertenecen a otra dimensión... Diría que eres afortunada de pertenecer a la dimensión donde yo estoy.

Ella asintió levemente con la cabeza.

—La sangre de mis guardianes no es el motivo para estar aquí y no me siento afortunada de tener que ser protagonista de tal espectáculo.

Admitía que le honraba mantener una conversación con un iluminado, pero no olvidaba el motivo principal de su llegada.

—El afortunado debería ser ese amigo tuyo que hizo que lo buscases.

—¿Está intentando halagarme?

—Desde que llegó, señorita.

Aren detrás, contuvo las ganas de poner los ojos en blanco o querer cogerla de mano y sacarla rápidamente del lugar.

—¿Podría tener el honor de saber su nombre?

Emmeline no dijo nada. Le parecía ridículo que un rey de tal grandeza sea tan inmaduro de cotejarla.

—¿Podría devolverme a mi amigo?

Lucifer puso los ojos en blanco frente a ella, indignado e irritado por partes iguales por el hecho de que ella no le siga el juego.

—¡Nuestra majestad no puede ceder! —Exclamaron detrás, uno de los sietes iluminados restantes. —¡Ese chico tiene la localización de otros iluminados!

«Markus apenas sabe la localización de él mismo.» pensó.

—Ya que no me dejas conocer tu nombre, me gustaría presentarte a mis subordinados. — Emboscó una pequeña sonrisa. —Avaricia, Lujuria, Gula, Pereza, Ira, Envidia y Soberbia.

—La caída de un iluminado no bastó. ¿También tenía que traer a los siete pecados capitales al reino mundano?

—¿¡Cómo te atreves a ser irónica con Su Majestad!?—Rugió Ira.

—Si me entregan a Markus entonces no sería necesaria mi presencia y no ofendería más a Su Majestad.

—¿¡Cómo te atreves!?

Lucifer alzó su mano al aire y rápidamente cesan los gritos.

—¿Por qué tengo la sensación de que no te impresionas con nosotros? Somos ochos iluminados y nos tratas con mucha frialdad, señorita. ¿Acaso...? ¿Nos conocemos desde antes?

Emmeline no respondió, de hecho, lo hizo Aren:

—Entreguen a Markus y no habrá consecuencias.

Lucifer miró sus fracciones faciales, tenía los nudillos con sangre ajena. Seguramente tuvo que pelear para que Emmeline llegue hasta donde está.

—¿Cuál es tu nombre, Lacayo?

—Aren Morenau. Lacayo, guardián, protector, estratega y mano derecha de mi señora.

—Vaya...

Emmeline sentía que todos la estaban mirando. Algunos ya habían escuchado desde la entrada que era una Bonde, pero esperaban que ella misma se haga conocer.

—Markus está a salvo. —Le comunicó volviendo a verla. —Me gusta la diversión y no lo dañaré si eso hace que no te diviertas.

—Que considerado. —Murmuró.

—¿Verdad que sí? —Le sonrió con malicia. — Tu querido amigo está diciendo cosas falsas, no te imaginas el peligro que puede traer ello, señorita.

—No se iba a imaginar que un auténtico iluminado realmente esté escuchándolo. —Se encogió de hombros. — Supongo que tampoco sabes la gravedad de estar intentando cazar otros iluminados a través de mundanos.

—¿Crees qué quiero cazar a mis hermanos?

—Creo que vine aquí por Markus, no para saber el motivo del regreso de los iluminados. De todas formas, gracias por insinuar el querer contarme algo.

Lucifer estaba ilusionado. Si hubiese conocido a esa mujer tan fría en el infierno probablemente aquella dama ya hubiese ardido apenas abrió la boca. No obstante, no estaba en su reino y no podía hacer lo que se le antojara con los subordinados de otro rey, por lo que le pareció encantador la idea de tener a alguien provocando su paciencia.

Era sabido que él amaba los juegos.

—Dime tu nombre y yo accederé a que mis hombres traigan a tu amigo.

—¿Por qué tanta insistencia en saber algo sobre mí?

—Señorita, no debería ser tan descortés.

Emmeline se relamió los labios asintiendo levemente con la cabeza.

—Emmeline Dahlia Bonde.

Lucifer entendió perfectamente el por qué escondía su nombre.

—Una Bonde... —Murmuró. —Pensé que nunca conocería una.

—Conoces mi apellido.

Imposible no hacerlo. Los Bonde eran una de las cinco familias más populares en el mundo mágico. Ellos eran especiales dada que su inmortalidad los había hecho atravesar hechos históricos desde la antigüedad hasta ahora.

—¿Cómo no conocer a los inmortales favoritos de mi padre?

—¿Favoritos?

—Cariño, si no fuesen los favoritos ¿Por qué tendrían sangre inmortal?

Los inmortales eran muchos en realidad, había seres increíbles como vampiros; licántropos; brujos; hadas, Nəsil y más. Pero claro, su inmortalidad venía acompañada con otros dones, en cambio, las cinco familias - Entre ellos los Bonde -, no tenían dones, magia, o algo por el estilo. Únicamente eran inmortales.

Les podían arrancar el corazón, torturar o quitarle cada gota de sangre pero ellos estarían vivos. Todos los seres mágicos tenían inmortalidad pero con ciertos objetos; como la plata en hombre lobos y el agua bendita en vampiros, podían acabarlos. A su diferencia, las cinco familias no tenían absolutamente nada que los debilite, por eso mismo eran tan reconocidos.

—Markus. —Repitió, alzando una de sus cejas.

Lucifer por fin cortó el contacto visual para aplaudir, animado.

—¡Por supuesto que sí! —Caminó hacía su trono. —Tráiganle al muchacho.

Está vez nadie se quejó.

Escasos minutos después la puerta se abrió y entró un hombre agarrando el cuello de la camisa al pobre Markus que caminaba torpemente intentando seguirle el ritmo al grandulón. Markus vio toda la situación de forma alterada, pero se relajó completamente al ver a su buena amiga.

—¡Emmeline! ¡Viniste por mi!

Ella apartó la mirada. Estaba furiosa.

Él grandulón lo soltó y Markus caminó apresurado para abrazarla pero lo detiene Espiga cuando comienza a gruñirle de forma… Bastante aterradora.

—Tienes suerte de tener una Bonde a tu lado. —Comentó Pereza, desde su trono.

Markus asintió frenéticamente con la cabeza.

Emmeline lo miró de reojo, tenía el pómulo hinchado y un corte en sus labios. Su ropa estaba hecha un desastre, descalzo.

—Los invito a quedarse. —Lucifer seguía mirándola. —No hay mejor diversión de la que yo ofrezco.

Markus sonrió encantado y Emmeline se apresuró a negar antes de que cometa una idiotez.

—Gracias, pero tenemos cosas que hacer.

Y así, sin más, se giró retirándose de la sala.

Furia iba a volver a quejarse pero Lucifer alzó su mano en el aire y él se tragó sus palabras.

Mientras se iban, él se llevó una mano a su boca pensativo.

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