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EL UNDECIMO MANDAMIENTO

EL UNDECIMO MANDAMIENTO

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Sevilla, 1984. Alberto Ruz es un ex policía que ha perdido todo cuanto le rodeaba en la vida. Una vida que una vez fue feliz. Nada tiene que perder. Ha decidido actuar en consecuencia, contra el enemigo al que culpa de sus males, tomándose la justicia por su mano, mientras a la vez, trata de convivir con la realidad que debe afrontar. Todo cambia una noche cuando conoce a una joven llamada Rosana, una chica que le hará rememorar sus peores momentos de su pasado reciente, pero a la vez, una oportunidad para corregir aquellos errores que entonces le condenaron y por los que se culpa. Entre ellos, nace una relación especial que culmina con una reflexión final que invita a Alberto a plantearse si sus actos de justiciero fueron los correctos.

Capítulo 1 CAPITULO 1

Corría, sin mirar atrás, campo a través, en aquella oscura y fría noche. Le faltaba el aire, poco le importaba. Herido, casi cojeaba, una de sus piernas se desangraba, se debilitaba poco a poco, casi ni le respondían, pero nada le detenía. El instinto de supervivencia era mucho más fuerte, el terror que reflejaban sus temblorosas pupilas, su arrugado y magullado rostro, con algunos corros de sangre que reflejaban los golpes sufridos, antes de emprender aquella huida. Marcos no pudo más. Se detuvo a tomar aire, tratando de reponerse.

Atemorizado, no pudo contenerse las ganas de vomitar, de verter sobre el suelo todo lo que dentro llevaba, mientras su cuerpo tiritaba. Volvía a sonar el motor de aquel coche. Estaba cerca. No pudo despistarle. Tocaba volver a emprender la marcha. Entre aquellas ramas, trataba de ocultarse, de no ser visto, pero los faros del coche iluminaban con fuerza y su silueta se hacía patente. Se lamentaba. Volvía a trotar. Pero el coche se acercaba, poco más pudo hacer. Por su lado, le pasó. Se detuvo ante sus ojos, le deslumbró con las luces largas, no podía más que resignarse, frenar, cubrir con sus manos su rostro.

De aquel coche, un Renault 25 color marrón, bajó alguien, a paso lento. Su rostro cubierto. Una capa envolvía su cuerpo, tan oscura como aquella noche, donde casi ninguna estrella podía apreciarse en el firmamento. Caminó hacia Marco, que se arrodilló, vencido, entre sollozos, suplicando clemencia, que le dejase ir, que nada tuvo que ver, que todo fue un error.

⸻Eres como todos ellos. Ninguno de vosotros merece vivir. ⸻Aquel extraño sacó un arma de uno de los bolsillos de su capa. Era un revolver gris, con el que le apuntó, decidido, a su cabeza, preparándolo para ejecutar el disparo⸻. Serás uno menos en una lista que cada día se hace más corta. Un problema menos para la ciudad. Se acabó, maldito hijo de puta. Se acabó destruir la vida de tanta gente.

⸻Por favor, se lo suplico. Se está equivocando conmigo. No soy la persona que busca.

⸻¡Claro que lo eres! Eres un puto camello más de esta jodida ciudad. Un ángel oscuro del mismo infierno enviado aquí para martirizarnos, para robarnos a nuestros hijos, para destruir familias, para arruinar lugares donde antes reinaba la paz.

⸻Está loco. No sabe lo que dice. Ha perdido la cabeza.

⸻Por culpa de gentuza como tú, sí. Pero, ahora, ya tengo claro lo que quiero hacer. Y no pienso parar hasta eliminaros a todos.

Se acercó a Marcos, sin dejar de apuntarle y le golpeó con fuerza sobre la cabeza, con el mismo revolver. Dolorido, Marcos trataba de ponerse en pie, pero de nuevo, aquel extraño le dio una fuerte patada en el estómago, dejándole malherido en el suelo, escupiendo borbotones de sangre por la boca. Aún así, no se rendía y quiso volver a ponerse en pie.

⸻Por …favor. Se lo…suplico. Yo …no soy de esos…se está equivocando.

De nuevo, otra patada, llena de rabia, contra su rostro. Fue tan cruel que rompió la nariz de Marcos, a quien ni fuerzas le quedaban para gritar, dolorido.

⸻¡Vamos, levanta! ⸻Aquel extraño le agarró, violentamente, por el cuello y lo puso en pie. Marcos apenas podía mantener el equilibrio⸻. Quiero ver como tu rostro se apaga, como tus ojos se cierran, como tu corazón da el último latido y como mueres. Quiero ver cómo te apagas, lentamente, como la vida de esos tantos jóvenes a quienes destrozáis.

De nada servían sus súplicas, tan siquiera le sirvió llorar, el gatillo de aquel revolver se apretó con tanta fuerza, que disparó varias veces, contadas al menos tres, tocas contra su pecho, una fue en la cabeza. Su cuerpo, sin vida, se desplomó ante los pies de aquel extraño, quien unas botas color marrón calzaba. Agarró el cuerpo sin vida de aquel joven y lo arrastró con fuerza hasta llevarlo al río. Allí, lo agarró y lo lanzó con fuerza. Desde la distancia, observaba, mientras un cigarrillo se fumaba, como flotaba, como se alejaba.

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Recién lanzado: Capítulo 2 CAPITULO 2   11-22 14:47
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