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Segundos Platos

Segundos Platos

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POR TODOS LOS AMORES A SEGUNDA VISTA Raquel tenía por cierto que eso de enamorarse no era lo suyo pues, a la hora de conocer a un hombre se equivocaba a lo grande, por lo que tenía un lema en su vida: "Hasta que llegue el indicado, se disfruta con el equivocado", algo que no pasaba del todo porque no era capaz de sentirse plena en ligues de fin de semana. El hombre que amó, y todavía seguía amando no era de ella y estaba segura de que nunca lo volvería a ver pues hacía mucho tiempo que sus vidas habían tomado rumbos diferentes, e incluso estaban en ciudades distintas. Sebastián por su parte nunca ha olvidado a Raquel, su mejor amiga y primera novia fue una mujer que se clavó en su corazón, y ni diez años y muchas mujeres y el creciente éxito de su imperio hotelero lograron borrar el recuerdo de Raquel de su vida. Estaba claro para él que nunca iba poder alcanzarla por lo que siguió su vida de una forma muy sensata. Ella se había ido sin decir adiós y él tenía que aceptarlo. Pero el destino reúne a las almas que están destinadas a estar juntas y cuando se acaban los "segundos platos”, vuelven a estar juntas si son el uno para el otro.

Capítulo 1 Todo lo que quiero

—¿Nena? ¿Estás bien?

Debió tener una cara extraña, se limitó a sonreír y dejarle salir de ella para luego acostarse a su lado y volver a ver el cielo raso. Aquel hombre ni siquiera se acordaba de cómo se llamaba, ¿Roberto? ¿O tal vez era Carlos? Llevaba saliendo con él tres semanas y acostándose dos y aún así no era capaz de grabar su nombre. Tenía que cortar con aquello, así que sin duda tenía que levantarse de la cama, vestirse y luego irse a su apartamento. —Gracias, me divertí. Fue desestresante.

—Cuando quieras. Podemos repetir cuando tú me llames. Tienes mi número. —Raquel sabía una cosa, no le volvería a llamar. Tres veces y tres oportunidades donde ella tuvo que hacer algo para obtener lo que quería. —O si quieres te doy el número otra vez si lo volviste a perder.

—No hace falta, te lo juro. No he perdido tu número. —Él la abrazó y ella se sentía culpable de que ni siquiera su nombre recordaba. Bueno, la solución era simple: Irse y bloquear a todos los Carlos o Robertos que tuviera en su teléfono. —Gracias por esta noche. Me tengo que ir. —Se levantó rápido soltándose de su agarre. —Verás, es viernes, mañana trabajo, debo ir a casa. —Soltó rápido para excusarse y luego de vestirse deprisa y despedirse salió corriendo del apartamento. —Dios mío. Tengo que dejar de verlo, a como dé lugar. —Recibió un mensaje en su celular y fue cuando supo cómo se llamaba.

"Avísame cuando llegues. Te quiero, nena."

Roberto Salas.

Madrid se alzaba preciosa frente a ella, se colocó su abrigo y se ató el cinturón corriendo rápido por la carretera para cruzarla. El sonido de los autos, las luces y los edificios le daban una sensación de calma que hacía mucho no sentía. Miró al cielo, tenía unas pocas estrellas, menos de las que veía en el campo en casa de sus padres. Pero ahí estaba la suya, solo cerró los ojos y pidió un deseo como solía hacerlo cada noche.

"Deseo con todo mi corazón conseguir un gran amor". Deseaba mucho que aquella petición se hiciera realidad. Con veintiocho años sentía que le faltaba aquello. Se había enamorado una vez, y los otros amores solo fueron para reemplazar ese que nunca tuvo. Gabriel.

Incluso su nombre era perfecto. Venía del hebreo y significaba: Mensajero de Dios.

Le encantaba que incluso en eso fuera diferente. Era el español más guapo y con acento más perfecto que había conocido en su niñez. Fueron buenos amigos, siempre estaban juntos e incluso iban a fiestas. Ella esperaba que él se enamorase de ella y tuvieran un romance de película. Más de una vez escribió su nombre junto al de él, sus apellidos seguidos para saber si sus hijos tendrían apellidos que combinaran.

Raquel Alejandra Hernández de Mendoza. Si tenían una hija: Génesis Valentina Mendoza Hernández. Si tenían un hijo: Gabriel David Mendoza Hernández. Todo el cuento de la boda y los hijos los tenía en su cabeza, soñaba con eso. Pero sucedió que lo vió enamorarse de alguien más, declararse a esa chica, y como extra, casarse con ella, aunque tampoco fue muy sincera respecto a sus sentimientos pues ella estaba con alguien más. ¿Acaso había sacado algo siendo la “otra”?

Suspiró, caminó por las calles de Madrid y levantó la mano hacía un taxi que pasaba y subió en cuanto se detuvo. Dió su dirección y veía por la ventana mientras el conductor se movía hasta llegar al sitio que ella le indicó. Luego de pagarle lo que marcaba el taxímetro entró al edificio y subió en el ascensor hasta su piso. El número 5. Se sacó los tacones al entrar, dejó el abrigo en el perchero y fue a su cuarto para sacarse aquella ropa, la falda y la camisa de botones, un estilo muy formal que usaba para ir a la oficina. El reloj marcaba las once y quince minutos. —Un baño, eso necesito. —Fue a la regadera y disfrutó de la ducha fría, se lavó el cabello y el cuerpo, como si de aquella manera pudiera quitar el rastro del hombre que la había tocado ese día, y al salir, ponerse sus cremas y su ropa limpia, se sentía una persona nueva.

Esa era la rutina de los fines de semana. Viernes y sábado luego de la oficina donde era pasante legal, se iba a un bar a disfrutar un poco de los tragos y la música sin llegar a embriagarse. Nada era peor que ir al día siguiente a trabajar con resaca y esa lección la aprendió a la mala. Había otros placeres de los cuales no se cohibía, y uno de esos era ligar. También le daba pereza ligar todas las semanas, así que cuando le ponía el ojo a uno, solo lo conseguía y con ese mismo hombre se veía todo un mes, luego, pasando página y encontrando al siguiente. Se recostó en su cama y cerró las ventanas para que no entrara el frío del mes de febrero. En unos días sería el día 14, no solo día de San Valentín, sino también su cumpleaños, de manera oficial, 28. Se cobijó y se acurrucó viendo al cielo desde su ventana, ahí estaba su estrella, cerró los ojos y volvió a pedir un deseo. "Quiero un amor, quiero encontrarlo."

Aquella noche soñó nuevamente con su pasado. Era como un recordatorio constante de todo lo que había sucedido en su vida y a donde la habían llevado. No se arrepentía de nada, se sentía dueña de sí misma, de su cuerpo y de su futuro. Así que a cualquiera que preguntara, solo le diría que esa fue la vida que ella escogió, y que de volver a vivir otra vez haría todo exactamente igual.

"Un beso, en cada lunar que tengas... En el lugar donde lo tengas." —Gabriel. —Susurró en sueños al recordar su frase, la que él solía decir.

Sus palabras, su vibra, su manera de ver el mundo eran lo que más habían capturado el corazón de Raquel.

— ¿Y qué le dirás a la chica que te enamore cuando creas que es la indicada?

—Pienso enamorarte con cada suspiro, adorar tu piel, y darte un beso en cada lunar que tengas, en el lugar donde lo tengas.

—Eso suena románticamente perfecto. Ojalá alguien me lo dijera.

Y alguien se lo había dicho, pero no había sido Gabriel.

Ese punto cada noche venía para recordarle su eterno amor por Gabriel. Había soñado con ser Elisa, la esposa de Gabriel, quien sí había logrado enamorarlo. Y no es como si pudiera odiarla. Ella no se había interpuesto en ninguna relación, era dulce, amorosa y quería a Gabriel con todo su corazón. Nunca lo trató mal y se ganó el respeto de su familia. De todos. Así que con una sonrisa fue hasta su boda, lo felicitó por encontrar el amor, pero lloró hasta desgastarse al volver a casa. Luego de eso decidió dejar Jerez para irse a Madrid. Se graduó en leyes, consiguió un empleo en una firma importante y consiguió un pequeño apartamento que le encantaba. Casi todos sus deseos se cumplieron, excepto el que más quería.

Un amor de verdad.

Despertó con la alarma de su teléfono. Tenía llamadas pérdidas de Roberto, recordó que debía decirle que ya no tendrían más momentos como el de las pasadas noches, lo hizo en un mensaje rápido diciéndole la misma excusa que les decía a todos: No estaba lista para una relación. Luego, solo bloqueó el número y se alistó para irse a trabajar. Se duchó y se puso un traje de dos piezas de pantalón y chaqueta, tacones estilo ejecutivos y tomó un bolso de cuero que combinara. Un collar sencillo con un dije que tenía su inicial, aretes simples y un reloj que iba a juego con aquel conjunto. Salió de su apartamento luego de regar sus plantas y tomó un taxi para irse al trabajo. Puede que no tuviera el amor que quería, pero debía conservar el empleo que tenía, que además de ser bueno, le gustaba.

Y a falta de amor, dinero. —Buenos, buenos días. —Saludó con energía a sus compañeros, pasó directo a su oficina y luego de un sándwich y un jugo de naranja que desayunó se puso a trabajar. Revisó contratos, arregló los errores que tenían algunos. Se contactó con los clientes con los cuales debía revisar cláusulas y se reunió con otros abogados para poder mediar acuerdos entre partes. Se sentía como en una versión femenina de "Mike Ross", su favorito de Suits; le ponía empeño, dedicación y esfuerzo, porque si algo sabía es que los deseos, aunque llegaran, para mantenerlos debías trabajar duro. El día se le fue rápido, siempre le pasaba, disfrutaba tanto de lo que hacía que ir al trabajo no le parecía pesado, incluso cuando tenía el escritorio lleno de documentos. Esa era su vocación y aunque tardó en encontrarla, en cuánto la obtuvo, día tras día intentaba ser disciplinada, proactiva y tener una actitud encantadora en su puesto, cosa que daba resultados, sus jefes estaban a gusto con su trabajo y, luego de iniciar como una becaria, ahora era pasante legal en periodo de prueba para convertirse en una abogada de la firma. A veces, cuando le tocaba estar en el archivo ordenando las cajas, se ponía a escuchar música con sus audífonos y se concentraba de una manera tal, que terminaba en poco tiempo. —Siempre tu trabajo es impecable.

—Gracias señor Deluca. —Sonrió a su jefe, un viejito italiano experto en leyes residenciado en Madrid y principal socio de la firma. Siguió su trabajo hasta el final de su jornada y, al ser sábado, salió dispuesta a pasar una noche agradable. —Vamos Luna. —Luna Martins, su mejor amiga, la conoció al llegar a la firma y ahora las dos eran pasantes. Salieron juntas, resaltando cada una en sus diferencias. Raquel, un poco más alta que su compañera, llevaba su cabello castaño largo y suelto, sus ojos eran de un azul intenso y su piel blanca. Luna, por su lado, era un poco más baja, su cabello iba corto y de color negro, alasiado, con lentes cubriendo sus ojos cafés—verdosos. —Vamos a divertirnos.

—Hay que divertirnos, tú lo has dicho. —Rió mientras caminaba por la ciudad junto a su amiga y sus tacones hacían un ruidito agradable sobre el pavimento. —Conozco un bar nuevo, ¿Quieres ir?

—Claro, sabes que yo digo que sí. ¿Conoces al bartender?

—Sí y olvídalo. Tiene novia. Se llama Sergio, es mi amigo, y su novia es Amanda, yo le digo Mandi. Te caerán bien.

—¿Acaso puse cara de querer buscar a otro hombre? Suficiente tuve con el de anoche. No lo volveré a llamar. —Le contó a su amiga lo que había pasado y Luna solo reía. —No te burles.

—Me burlo porque te lo advertí cuando lo viste en el otro bar. Sé oler cuando un hombre será decepcionante, y por lo que me cuentas, tú usándolo de dildo, aburrida en pleno sexo mirando el techo, me lo confirmas. Ahora solo confía en mi instinto cuando quieras otro bocado ¿Okay?

—Okay, pero mientras no sean del trabajo, porque no pienso mezclar vida social con vida laboral.

—Aprendí esa lección a la mala, te consta, no te haré pasar por lo mismo. —Cruzaron juntas la calle y fueron al bar. —Aquí es. ¿Qué tal? La dueña te caerá genial, se llama Abby. Es una conocida y es muy buena onda.

—Tú conoces a todo el mundo Luna. —Raquel vio las letras en neon afuera del establecimiento, brillaban diciendo "Golden", entró con Luna, quien de inmediato fue a saludar a la chica que era dueña del lugar. Raquel pensó que era bastante guapa, alta, con algunos piercings que le quedaban hermosos y unas botas de tacón que le fascinaron. No solo era guapa, también era exitosa. El bar estaba lleno de clientes, la música estaba a todo dar y el estilo de todo el lugar le hacía sentir como en un concierto de Harry Styles. —Wow.

—Ven aquí, Raquel. —Sonrió Luna jalandola hacia la chica, por las luces, el cabello se veía de colores, pero al acercarse se dió cuenta del castaño platinado del cual usaba el tinte. —Abby, ella es Raquel, mi amiga del trabajo. Raquel, ella es Abby.

—Es un placer, Abby. Que bonito lugar tienes. —Sonrió y miró de nuevo todo el bar, las luces neon azules, los sillones de cuero y el brillo en los adornos.

—Gracias, en sí me inspiré en el amor de mi vida al hacer esto. Harry Styles. —Sonrió feliz y las miró. —Un placer también conocerte, Raquel. Pásala bien aquí en el Golden. —Luna y Raquel fueron a la barra, tomaron unos tragos servidos por el amigo de Luna, todo iba bien, hasta que algo dejó en shock a Raquel. Alguien estaba ahí, al extremo de la barra, alguien que ella conocía muy bien y su corazón latió a mil.

Gabriel Mendoza.

Lo había conocido a los diez años cuando los padres de él, con Gabriel y su hermano Asbel se habían mudado a la casa de al lado. Su vecino, y su mejor amigo, lo veía a diario en el jardín y jugaban con la pelota. Sus hermanos mayores también se la llevaban de maravilla pues iban a las mismas clases de música. —Ya vuelvo, Luna. —Se levantó de su sitio en la barra y se acercó a saludar. —¿Gabriel? —Él volteó y Raquel sonrió. Sí era él. Sabía que siempre lo iba a reconocer donde fuera. —Soy yo…

—Raquel. —Gabriel se levantó y la abrazó, hacía años que no la veía pues ella se había ido de Jerez. —Wow, mírate. ¡Estás preciosa! —Raquel sonrió y lo detalló, seguía tan guapo como lo recordaba. Alto, con el cabello negro y aquellos ojos profundos de color marrón. Iba vestido con su particular estilo que a ella le fascinaba, una camisa de botones hecha de algún tipo de tela jean suave, arremangada a los codos y unos pantalones de mezclilla. Su cabello alborotado y el tatuaje que llevaba en el antebrazo con un lobo aullando.

—Que sorpresa encontrarte en Madrid. ¿Por qué no estás en Jerez? Allá te habías quedado luego de que te casaste con Elisa.

—Sí, vine por negocios, conseguir proveedores para los negocios de la familia. Y pasaba por aquí para tener una noche de relax.

—Salúdame a tu familia cuando vuelvas a Jerez. Tu hermano, tu mamá, tu papá, y también Elisa.

—Lo haré. ¿Y tú cuándo piensas visitar Jerez? No has vuelto desde que te mudaste, solo oigo a tus padres decir que vienen y todos están aquí en Navidad, Año nuevo... Siempre, sería bueno que nos visitaras.

—Tal vez lo haga. —Ella sonrió y luego volteó a ver a su amiga bebiendo un gibson. —Debo volver con mi amiga, pero fue bueno verte.

—No te vayas aún. Espera. —Raquel rió nerviosa y lo vió sacar un lapicero de su bolsillo y tomando su mano le escribió su número. —No te pierdas de nuevo, Raquel. ¿Acaso no somos amigos?

—Somos amigos, siempre seremos amigos. ¿Ya te vas? —Lo vió sonreír y recibió un beso en la mejilla antes de verlo cruzar las puertas del bar. Suspiró y volvió con su amiga. —Ay...

—¿Y ese guapo? Se te fue, ¿EH? Y estaba segura, lo olí con mis súper poderes de encontrar un macho que funcione que ese funciona muy bien.

—Es mi vecino, o era mi vecino cuando vivía con mis padres. Lo conozco desde que tengo diez años. Fue un placer verlo.

—Un placer para la vista, sí. ¿Y por qué no te fuiste con él? Yo lo habría entendido, tú me habrías dejado irme con un hombre así. —Luna bebía y mirando a Sergio en la barra rió. —Sergio, porfa, otro Gibson. Dos, uno para la sobria del bar.

—Estoy ebria. —Rió y tomó la copa dando un trago. Los sentimientos jamás habían muerto y suspiró viendo su mano con su número. —¿Sabes por qué no me fui con él? —Luna negó y bebió de su copa.

—No me digas ¿Es gay? Porque es un crimen contra la humanidad que ese Dios Griego, ese Adonis de carne, un hombre que podría imaginar cuando le hago el amor a mi novio sea gay.

—No, no es gay, y ¿Qué? Por favor, Guillermo es todo lo que tú querías en la vida. —Rió bebiendo de la copa. —No es gay, ojalá fuera. Está casado. A mi me gustaba cuando vivía en Jerez. Pero me vine.

—¿Luego o después de la boda te mudaste?

—Después, aunque debí irme antes, todo es muy complicado en esa parte de la historia. No soporté verle feliz con alguien más, aunque estoy feliz de que él sea feliz. Él fue mi gran amor, ¿A quién engaño? Todavía es mi gran amor. Daría lo que fuera por estar en los zapatos de Elisa.

—Toda su historia suena a corazón roto. —Raquel miró al chico que atendía la barra y sonrió. —De parte de la casa. —Les dió dos shots de tequila y luego de brindar por los amores pérdidos, fueron tomando copa tras copa hasta sentirse un poquito mareadas, salieron del bar a medianoche y se fueron en un taxi y acabaron en casa de Raquel. Luna se durmió pero Raquel se quedó despierta mirando por la ventana. Tomó su celular y guardó el número que aún no se había borrado de su palma, entró en el WhatsApp y vió la foto de Gabriel, su sonrisa, su mirada, todo en él le encantaba. Se acomodó en la cama y le escribió antes de dormirse.

"Hola Gabriel. Es Raquel. Un placer verte hoy."

***

Lunes

Raquel esperó todo el fin de semana que Gabriel contestara su mensaje, pero aquello no llegó, era como si el universo le recordara que estuvo mal renacer un poco la esperanza que tenía de que él se enamorara de ella. —Dios, céntrate. Es un hombre casado, esto no pasará, está mal. —Se dijo a sí misma antes de arreglarse e irse a trabajar. Mejor era seguir con su vida, la bonita casualidad del sábado era solo eso, una casualidad. Lo “olvidó” desde que cumplió diecisiete años y lo vió casarse con diecinueve. Se fue de su ciudad natal, entró en una universidad en Madrid y estudió. Era independiente ahora y no necesitaba recordar un amor que no fue, que no iba a ser y que jamás sería. Como iba temprano al trabajo decidió caminar, aquella mañana llevaba ballerinas por lo que era más cómodo que los tacones. Le servía para despejarse, y vaya que necesitaba despejarse. Llegó al trabajo y se fue a su escritorio a arreglar los contratos y documentos que tenía sobre la mesa. Suspiró dispuesta a enterrar en lo profundo de su alma la esperanza que había surgido, pero ella renació y volvió cuando, al escuchar su celular y revisarlo, vió un mensaje de Gabriel.

"Lamento no haberte escrito antes, buenos días Raquel. ¿Te parece si luego vamos por un café? Puede ser hoy antes de que vuelva a Jerez mañana. ¿Qué me dices?"

"Buenos días, Gabriel. Sí." —Contestó con una sonrisa en el rostro y se hizo más notoria cuando vió el "escribiendo" en la pantalla, le dió el lugar y la hora de su encuentro, y el día se le fue volando. Solo pensaba en su "cita" que no era tan cita, al llegar al punto de reunión, juntos tomaron un café y se la pasaron hablando de que había pasado en sus vidas durante diez años. Gabriel le contó como iba en sus negocios, Raquel cómo logró entrar en la oficina de abogados donde trabajaba. El tiempo se detuvo, parecía no pasar mientras hablaban, a Raquel casi le costó tener que despedirse. Volvió a casa con su felicidad a tope. —Siempre seré tuya, Gabriel.

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