ítu

sh

ngo en que aun existan esas anticuadas cosas. En estos tiempos que estamos, ya todos tien

ue ese teléfono no aceptaba tarjetas; coloqué algunas monedas y cuando escuché la señal marqué el número que tenía. Esperaba que fuera real y no un troleo. Mis manos sudaban. Lo que era raro, porque hacía mucho frío y ni guantes tenía. Un par de segundo

oz masculina conte

por unos segundos, sin que la persona contestase. Pensé que la conexión se había

cias a Dios! Por una vez me alegré de n

staba contenta por escuchar una voz familiar

llamando? —su voz se

tenía otro número y me quedé sin red en el móvil —hablaba torpe y sin

ás? ¿Qué ha pasado? — ¡Jodeer! Que autoritario; pe

n dirección al metro, pero creo que me haya perdido otra vez y no sé dónde est

e tu número de t

erancia de datos. —No entendí lo que me pregun

—Su voz seguía el ritmo autoritario. Casi me arrepentí de ha

a localizarte. Hasta allá quiero que me digas lo qu

ban diez centavos para terminar el crédito. Estaba

ado en el rincón izq

r lo que

dora hablando. Tenía que colocar más monedas para seguir conectada. Miré mi carter

no sabía, ni nada. Solo mi número y el código ese. ¿Cómo iba a encontrarme? Empecé a llorar. Miré el reloj: eran las doce y

í y pensaba. Cinco minutos más habían pasado y temblaba por todos los lados. Estaba una noche muy fría. Entonces, me acordé de que podía llamar a las emergencias. Claro. Iba a llamar al 911 y pedir ayuda. No quería hacerlo, porque me parecía una ri

era guapo. Era guapísimo. Y sus labios carnosos sostenían aquella voz tan sensual. Casi caigo de

eguía en la mía, tan caliente comparada a mi cuerpo tan frí

a. Sonreí también y en una fracción de segundos mi cabeza emp

ir nada más, porque sentí que las rodilla

y el estómago también. Me erguí en lo que parecía ser una poltrona que estaba delante de una chimenea

aquella voz sensual que me recor

ojos, intentando ambientarme a la tiniebla del ambiente. Joshua surg

o. Soy Joshua. Me has llamado. ¿Te acuerdas

! —el dolor de estómago no

odrías haber entrado en hipotermia y sin energía, si no

e me quedé atónica. Además, me hablaba otra

e levantó—. Ya ves. Quédate aquí, por lo men

me dejó terminar, porque se acercó y conforme me levanté, me cogió los hombro

a comer, descansar y después puedes ir

ro darte más trabajo. Lo s

ses. Simplemente nunca pensé que fuera para una emergencia tan seria y tan prontamente. Per

traban los suyos. No podía interpretar nada de ellos. Solía ser buena en leer en los ojos de las personas. Comunicaban más de lo que la gente creía. Y en mi profesión era algo