pueblo enclavado entre colinas, donde el invierno aún no se hacía sentir con rudeza. Era un lugar modesto pero bien cuidado, con casas de
pueblo. El capitán a cargo se acercó a Yael
declaró-. Todos. Las besti
úsculos con disimulo. Aunque no se quejaba, su cuerpo agrade
a se dispuso a caminar unos minutos por la plaza, cubierta como siempre con su pañuelo y su vesti
na lo que ven mis ojos? ¿O
onrisa sorprendida se
xclamó, acercándos
refinado y maneras encantadoras. Se inclinó con gracia al tomar
ugar tan apartado. El mundo es
picada de recuerdos compartidos y de palabras cargadas de respeto mutuo. El conde, sin embargo, mostraba un evidente interés por el viaje de R
cia, Yael obser
e apretada. No interrumpió. No tenía ningún derecho. Pero sus ojos no se apartaban de los gesto
Dalia ordenaba las cosas en la habitación de su señora, Yael i
señora? -preguntó, con una
ael -respondió e
itando sonar grosero-. ¿Está s
con interés,
pre
í, en un pueblo tan remoto, en este preciso momento -murmu
n suavidad, sin d
masiado oportuna. Pero no tengo pruebas, y tampoc
o supiera -agregó él, con un
dezco que lo comparta conmi
nación y, tras un segundo de
jor esta noche. Sin a
on la taza en
de menos el
na copa. Pero pequeña -brome
ro significativa. Y aunque no lo dijeran, sabían
an en silencio junto a la lumbre del gran salón. El aire olía a madera quemada y vino es
ceptó una taza de agua caliente con hierbas que le ofreció una de las mujeres del lugar. Minutos de
ael le había entregado. No confió en el agua del cuarto, ni en las jarras que le habían dejado. Una intuición -
. Se puso de pie de inmediato, y tomó la pequeña daga escondida bajo el cojín del
gió no era otra qu
tó Regina con voz firme,
ro de la estancia-. Necesitaba hablarle a solas
he, sin anunciarse, y mientras todos duermen... -sus ojos se
volvieron más turbios. Su gesto cambió, y se la
zo antes de que pudiera tocarla, y se zafó de su alcan
dias!