bien, p
oró con serenidad. Aunque su respiración estab
s por su in
lando, se aferr
eran eso
entrenados para matar en silencio. Este ataque no fue
antes de que pudiera responder, Ya
tre las sombras de la tienda, emergió de entre las mantas con la cabeza erguida
tó un gri
movió antes q
un soldado caído había dejado cerca de la tienda. Con un giro limpio, y blandiendo el acero con precisión let
serpiente cayeron
cio fue
Yael, por primera vez desde que Regina lo
rar cuando hay veneno de por medio -dijo Regina con
breve risa por lo bajo y se i
ensé que supiera blandir alg
sitar hacerlo -respondió ella-,
y asintió con r
je con usted... aunque me recuerde que no
*
calma luego del ataque. Las heridas de los soldados estaban siendo tratadas con eficien
cortó en dos a la serpiente que am
nvuelta en sedas y reglas de protocolo. Una doncella de convento, nacida para vivir entre velos y plegaria
esposa del rey. Era, quizás,
era más firme. Se aseguraban de montar vigilancia extra alrededor de su carruaje. Algunos incluso se corregían entre murmullos si alguno
se transformaba en respeto, y cómo incluso los más escépticos comenzaba
ajo el velo, la voz pausada y precisa. A pesar del calor o el polvo del camino, nunca emitía una queja, y siempre mostraba interés por el bienestar de los demás, incluso de los sirvien
rruaje con una pequeña sonrisa, con el rostro endurecido
una reverencia exagerad
calma, sin levantar la vista del libro que le
sobre los hombros -comentó Yael, dejando caer una rodilla en la tierra, mientras la observaba de pe
vicciones intactas -replicó ella suavemente, cerrando el libro y mir
pero esta vez
ta... ref
os se curvaron apenas, en un ges
ino. No sólo una reina que se aproximaba a su trono, sino el respeto gen
juego de palabras con la futura reina. Después de aquella breve conversación, se inc
aquí, entre los riscos al sur del camino, hay una pequeña vertiente termal. No es conocida por muchos, pero l
ó con cierta
ee que eso ser
pa de campaña, rodeada de hombres, sin más agua que la que se calienta en un calder
ojo a Dalia, quien ya se mostraba visiblem
un sitio
drán guardias cerca, pero nadie cruzará la línea. Lo juro po
ero su cuerpo comenzaba a resentir los días de viaje, y al
Dalia me acompaña
con respeto-. Las acompañaré hasta el
an entre los riscos, dejando ver un manto de vapor ascendiendo desde la tierra. El murmullo d
rmaciones rocosas que ofrecían privacidad natural. Helechos y flores silvestres enmarcaban el borde del estan
itar sonreír, aun
ó, más para sí mism
aceites, toallas y un peine de marfil que había empacado con la esperanz
algo ocurre, con solo
ina, sin mirarlo directamente, per
lejos, Regina se permitió relajarse por primera vez desde que salió del castillo. Mientras D
tante, al mirar su reflejo distorsionado entre las brumas termales, Regina s