rmano, la luz apenas se atrevía a entrar. Martín dormía a su lado, su respiración débil como un susurro. Beat
temblaban
el escritorio de la bib
sido las i
les. Tan
erpo frágil. Cerró los ojos un instant
tada, y se vistió con su uniforme gastado de sirvienta. Ajustó el de
su madre se cr
eguntó ella, con la voz
bajó l
mucho que hacer
sto silencioso que era su única forma d
su madre supiera que lo que ib
s rejas negras, adornadas con hojas de hierro forjado, se alzaban como un mo
ento, de gesto severo, y ojos entrenados para detectar cualquier irregularidad. Beatriz
guos. El eco de sus pasos resonaba en los corredores de mármol. Cada sirvi
ioteca. El corazón le martilleaba en los oídos. Sa
te ella, intimidante, maciza, tallada c
ima mirada a su alred
manija
dría corriendo a atraparla. Pero el pa
anterías infinitas, el aroma embriagador de papel antiguo
l fondo, un mueble de
os ligeros, co
el cajón central cerr
rió a
a dentro. La dejó con reverencia, como si
asquido seco ro
e irguió
se dibujó e
stela
atri
cía absorber la luz a su alrededor. Sus ojos,
, muchacha? -su
de Beatriz, esparciendo rop
impiar... El jefe de
cada paso resonand
nquirió, con una ceja arqueada-.
abeza, sintiendo
ñora. Solo cu
cio se h
se atrevía
ficiente como para que Beatriz sintiera
oz afilada como un cuchillo de cocina-. En esta cas
no podía se
lo ella, sino también su famil
ecogió su cesto y se retiró de
un desafío a s
nuevo al pasillo principa
pared, sintiendo
sido solo
na declaraci
imera vez en su vida, Beatri
ieza, un
z un peón
la batalla apenas