, el cielo de la ciuda
a
esta celda, esper
mar de rostros llenos de odio. Susurros c
mon
gra
tal
n, mis ojos estaban f
te
pálida. El traje negro que llevaba no podía ocultar lo delgado que se había
usé la pluma que me regaló, grabada con el escud
per
dre, Doña Isabel. Sus tíos, su
ertos po
che estaba fuera cerrando los detalles de nuestra fi
oz era un eco ronco de la que yo record
la justicia exige la verda
ojos se encontraron. Los suyos, que una vez me miraron con un amor q
de blanco le puso una mano
rl
do mi hogar. La mujer que ahora se aferraba a mi
uien le di
la abrió. Dentro, sobre un lecho de terciopelo negro,
ateo, su voz resonando en el
para revelar los recuerdos más profundos. Obliga al que la
r frío que no había sentido ni siqui
or. Sino por
, continuó Mateo, acercándose a mí, "pero no me impor
ron con fuerza, abrien
ta, sus dedos temb
ia", susurró, su alie
la garganta, obli
ego helado recorrió mis venas. La sala del tribun
ntonces, la primera memoria e