tante y a soledad. Yo, Roy Castillo, sentía cómo la
uciana, ya s
que helaba los huesos, me confesó la ve
sos dos muchachos que c
, pero cada palabra resonab
el único. Entiérrame a su la
o. Mi rival. El
había llamado "hijos" durante décadas, tomaron la herencia qu
r, solo, con el peso de u
formándose en mi mente agotada:
todo se vo
rmentada llenó mis pulmones. Abrí los oj
milia. La luz del sol se filtraba por los ventanales, iluminando el
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fuerza que no había sentido en cin
ordab
para decidir quién sería el nuevo "Enólogo Jefe
tró Luciana. Tan joven,
ostro una máscara de
o, tenemos
ometida que adoraba, sino a la mujer que me
Jefe. Máximo lo necesita más que tú. Es por la fam
ra. La misma súplica que me
vez era
, mi voz firme y desprovista de
N