tes de Tepito. El barrio que antes era mi hogar se convirtió en mi jaula. Me dijeron que era para "observar" los efectos del po
rales, sintiendo el dolor de su pérdida mientras mi propio rostro en el espejo no cambiaba ni un ápice. El puesto de tacos seguía ahí, un ancla en un mar de tiempo que se llevaba todo lo demás. Los ni
sabilidades, de Armando. Cada palabra era una confirmación de que yo ya no formaba parte de su vida. Con el paso de los años, las visitas se hicieron más y más escasas. Pasaron cinco años, luego diez, luego veinte
on más frecuencia, trayéndome libros de su mundo, explicándome la naturaleza de su poder y el mío. Me habló de la estructura de su sociedad, de las luchas de poder internas, del carácter volátil y arrogante de Armando.
nuevo. Se veía preocupada, agitada. Algo en su mundo no iba bien
anto tiempo de no usarla para algo importante. "Esta vida no es vida.
ulpa, de arrepentimiento. Abrió la boca para responder, pero justo en ese momento, una luz brill
ndo. Su vieja herida ha vuelto a abrirse.
pareció, reemplazada por una alarma y una devoc
su voz apresurada, sin
í?", grité, la frustración de dé
"Hablaremos después, Ricar
a, con mis palabras atoradas en la garganta y una nueva emoción naciendo en mi pecho, una que nunca antes había sentido con tanta fuerza: un o