cendió sobre Tepito. No llegó como un hombre, sino como una fuerza de la naturaleza, una tormenta de arrogancia y poder. Apareció en el centro de la plaza, f
asustados. Miraban hacia arriba, sin entender qué era esa aparición. Yo lo reconocí por las descripc
no a nosotros. "¡El poder no me o
un berrinche cósmico, un grito de frustración hecho destrucción. Vi con horror cómo la onda golpeaba el puesto de Doña Elvira, la anciana que vendí
Mi puesto de tacos, el único hogar que me quedaba, fue reducido a astillas y luego a nada. El olor a carne asada y a tortillas frescas fue reemplazado por el hedor a ozono y
rializó frente a Armando, creando un escudo dorado que desvió la explosión. Pero no me miró a
que nunca me había dirigido en mis décadas
ser absorbida por ella. Él se derrumbó en sus brazos, sollozando com
susurré, la voz rota
gmática justificación. "Es su vieja herida, Ricardo. De una batalla antigua. A veces
la plaza vacía. "¡Mira a tu alrededor, Sofía! ¡Ha ma
avía débil pero llena del mismo veneno arrogan
nues luces azules, como fuegos fatuos, comenzaron a elevarse de donde la gente había muerto. E
as comenzaron a arremolinarse, formando un vórtice de luz pálida. Luego, con un ges
, tartamudeé, el horro
la misma calma con la que una vez me explicó una receta. "Es una forma de que sus muertes
instante, supe que no había redención para ella. No había nada que salvar. La mujer que amé estaba muerta, y en su lugar había un monstruo. Y