ante del salón debía mostrar un vi
video sórdido, un deepf
ico Eduardo Kuri, me señaló frente a toda
negro, eres u
para condenarme. Me repudió públicamente, anunciando que tenía o
a hermana ilegítima, Dalia Ramírez, ap
alón, consumida por la humillación. Al salir corriendo a
azaban, su misión cumplida. Pero entonces lo vi a él. Joaquín Elizondo, un invitado a l
en mi penthouse, apenas unos días antes d
ítu
n la mente nublada. Acababa de tomar una decisión, una monumental, y la llamada se sentía como una intrusión
ín El
ualmente tan tranquila y firme,
ien? Escuché... es
a clara. Era un salvavidas. En ese momento, una idea sa
etuoso de mi compromiso con Eduardo. Nunca cruzó una línea, pero su devoción silenciosa era una presencia co
ué pasa? -preguntó,
go, Joaquín -
a, sus ojos oscuros abiertos de par en par por la incredulidad. Era un hombre de inmenso poder, el heredero de una
untó finalmente, su
intiéndose más reales, más sólidas esta vez-.
eléfono cayendo, seguido de una maldición ah
io? No bromees con esto
ida -dije, una extraña sensación de ca
respiración profunda y t
y una agonía fantasma recorrió mis piernas, el espectro de huesos aplastados y metal retorcido. Me
ba v
house de Polanco que Eduardo Kuri había comprado para nosotros
o con un montaje romántico, sino con un video sórdido y escandaloso. Un video de mí, o eso decían, en una posició
ri, se puso de pie, con el rostro como una máscara de f
negro, eres u
casado con la poderosa familia de mi madre en Monterrey, la famil
teza-. Todo este tiempo, he tenido otra hija, una chica amable y gentil qu
media hermana ilegítima, apareció. Se veía tan inocente, tan fr
. Traicionada por mi prometido, repudiada por mi padre. Corrí. Huí del salón, mi vestido de no
neumáticos. Los faros cegadore
cumplida. Pero también vi algo más. Vi a Joaquín Elizondo, que había sido un invitado, abrirse paso entre la multitud. Lo vi caer de rodillas junto a mi cuer
a apenas unos días antes de la bod
is horribles recuerdos. Un gemido suave y femenino
había sabido, en el fondo, p
hasta la puerta de la recámara, que estaba ligeramente entreabierta. Mi corazó
acto deliberado de provocación, ahora me
etido, estaba en la cama. Y con él, acurrucada contra su pecho, estaba Dalia. Mi media hermana. La que si
usurró Dalia, su voz una mezcla entreco
había insistido en que Dalia se mudara a la
os de una simpatía convincente-. Su madre está e
había comprado ropa de diseñador, la había llevado a eventos de la socie
ión que nunca me había mostrado-. Es demasiado orgullosa, demasiado
Montenegro. Su imperio tecnológico de nuevo rico necesitaba la legitimidad y la
la ciudad, los interminables elogios a nuestra "pareja perfecta", todo era una farsa.
un sonido que ya no era
ermana. Su her
do engañando a mi madre durante años. Dalia era el resultado. La había mantenido en secreto, consintiéndola desde lejos, con
estemos casados y yo controle los activos de los Montenegro, nos desharemo
cución de Eduardo inundaron mi mente. Él, el genio tecnológico indomable, me había perseguido durante un año. Llenó mi oficina con flores, compró espectaculare
creído. Lo había visto como un regalo, una recompensa por todo mi sufrimiento silencioso. Le había dicho
o era una mentira. Una broma cruel y elabo
cía el remate. Y yo se