tación en las dependencias del pers
acia atrás. Era uno de los guardias de la fami
la Vega quiere
e dejó moretones. Mi delgada manga de algodón se rasgó en el h
vada para ocasiones formales, fría e imponente, con olor
lto, su postura recta como una vara. Era una mujer formidable con ojos tan afilados y grises
engañosamente frágil y
destrozados de un jarrón de porcelana. Era una antigüeda
lo que se quiebra-. Alessia me dice q
al rostro de Alessia. Tenía una sonrisa diminuta, ca
e, mi voz temblando li
Damián-. Estaba enojada por el compromiso. Dijo... dijo que
udaz, tan cruel, que
icándole. Él me conocía. Sab
lessia, su expresión suav
acia mí, y su ros
u voz terriblemente tranquil
e que una bofetada. ¿Arrodillarme?
aferrado a mi mano. "No me dejes, Clara. Prométeme que nunca me d
nsuelo secreto, ahora se sentía co
. Sobre los pedazos rotos
eando el suelo con un crujido nauseabundo. Un dolor agudo y punzante subió p
dome el labio
e Alessia y el ceño fruncido e impaciente de Damián. No le i
el equilibrio, la espalda recta. No les d
encé, mi voz ahogada por
, su rostro a centímetros del mío. Por un momento, pensé que
ombro, forzando todo mi peso de n
or. Las lágrimas b
ió, su voz un gruñi
y algo únicamente de Damián, llenó mis sent
sílaba era una rendición. Sangre caliente goteaba por mis piernas, manch
tó un suspi
perdonarla. Clara
mplido. No me ofreció una mano
inalment
un escarmiento, Damián. Est
repentino envió una nueva ola de agonía a través de mí. Mi
por el frío, por el anhelo nauseabundo y traicionero de su tacto. Su cuerpo todavía estaba cálido, un
de primeros auxilios. Sus movimientos eran eficiente
dillas. Su tacto era sorprendentemente gentil, un fantasma del cuidado que solía mostrarme-.
atriz en su muñeca, una cicatriz que se había hecho protegiéndome
s era una contradicción dolorosa.
como si mi ta
a es delicada. No has sido más qu
ra mentirosa en lugar de a mí, la chica que
y rota, escapó
Damián, ¿e
herida abierta en mi alma. Solía protegerme. Solía ser mi e
traño. El niño que amaba se había ido, r
de mí que no podía distinguirlos. Era un dulce
mientras terminaba de vendar mis rodillas. Era el mismo tono que
heló hasta los huesos, que
enzado de nuevo, una llovizna lenta y mi
ritmo frenético y solita
en un abismo. Y supe, con una claridad final y d