n blanco, borrada por el espectáculo brutal y descarnado que tenía ante mí. No sentía nada. Era como si mi corazón finalmente se hubiera rendido y muerto. Sin pensar
rtiguando el sonido de mis pasos, hasta que me encontré justo delante de la puerta entreabierta. "¿Por qué haces esto, Adler?", preguntó Annika con voz temblorosa, pero con un trasfondo de emoción bajo el miedo. "¿Es para castigarme?". "¿Castigarte?", preguntó él y soltó una risa baja y sin humor. "No, Annika. Esto no es un castigo
ntra la pared, enredando sus manos en su cabello, echándole la cabeza hacia atrás y estrellando su boca contra la de ella. No era un beso amoroso. Era un acto de posesión, de rabia y hambre, y de una historia tan tóxica que los había deformado a ambos para siempre. La escena era obscena. Los sonidos eran aún peores. El roce de la ropa, las respiraciones entreco
él terminaba, con el cuerpo temblando por una descarga que parecía más agonía que placer. Pasó horas con ella, mientras yo permanecía allí, como una estatua de dolor, observándolo tomarla una y otra vez, como si intentara expulsarla de su alma incrustán
me dio a pesar de todo lo que yo sí le di, que por fin me derrumbé. Me di la vuelta y me alejé con pasos mecánicos. Recorrí los pasillos
os neumáticos fue
o y una conmoción cerebral grave, pero podría haber sido mucho peor. Tenemos que operarla para recolocarle el hueso". Me entregó una carpeta con una serie de planillas dentro. "Necesitamos que firme el formulario de consentimiento. Hemos intentado llamar a su contacto de emergencia, pero...". Mi contacto de emergencia era Adler,Anni
voz melosa. Oí que cerraban el grifo de la ducha, y la voz de Adler se escuchó en la línea, distante y fría: "¿Qué pasa, Hazel? Estoy ocupado". "Estoy... estoy en el hospital", logré susurrar, con la garganta seca. "Tuve un accidente y necesito cirugía". Hubo una pausa, y durante un segundo se me detuvo el corazón y me permití tener esperanza. "¿Puede esperar?", preguntó. "Annik
Hay alguien más a quien podamos llamar? ¿A algún familiar?". "No", susurré, como una rendición definitiva. "No hay nadie". Tomé el bolígrafo que me ofrecía, y me temblaba tanto
ad me envolvió compl