ta de Aureli
n mi corazón. Se había ido, absorbido por la fragilidad fabricada de ella. El sonido d
siquiera me dedicó una mirada, sus últimas pal
tarde, Aurelia. Inten
espués de todo
bitación del hospital. Mis ojos ardían, pero no salían lágrimas. Solo había un
a brutal realidad de mi vida. Con mi mano buena, me estiré, mis dedos torpes. Arranqué una sola flor y rasgué sus pétalos, uno por uno
pequeño rectángulo oscuro. Lo miré, un plan formándose lent
Montero. El CEO rival. El hombre que había enviado ese m
fianza era un concepto extraño. Pero, ¿qué otra opción tenía? Estaba
ataba de confianza. Se trataba de su
el botón
s ojos entrecerrados, un brillo sospechoso en su profundidad. No se había ido de
ló de las manos, cayendo al suelo con un
ía atr

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