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Historia

Capítulo 4 ECOS DEL PASADO

Palabras:1529    |    Actualizado en: 02/10/2021

29 de jun

o en su casa, pero a los golpes se unieron voces lejanas, que me recordaban al trajinar de un hogar en plena ebullición. Nada extraño de haberme encontra

da para vestirme aquella noche. Pensando que pudiera ser de mi abuela Lucía y satisfecha por el resultado de su comodidad, había decidido que era una buena opción para dormir. Así pues,

abía puesto en hora aquella misma tarde, marcaba las cuatro de la madrugada. Seguí bajando las escaleras y pronto me encontré en el sótano de la casa. Aún con el d

ogo de profesión, intentaba analizar mis repetitivos sueños, decía que la casa me representaba a mí y las diferentes estancias constituían partes de mi persona, lo cual significa que, si ahora me encontraba bajando a las profundidades del

Los sonidos fortuitos y las voces despreocupadas cada vez se oían más cercanas. La curiosidad acumulada de años de especulaciones habían conseguido llevarme a lo más recóndito de la gran mansión. Ahora, los sonidos que había escuchado se fundían con el devenir de un río subterráneo, aquel al que siempre le había creído el culpab

El suelo también se mostraba mojado, por primera vez me percaté de que me encontraba descalza. No me importaba, si había llegado hasta allí, no volvería hacia a

ucidos por el efecto del desgaste de la humedad y del tiempo, o si por el contrario, eran genuinos de la puerta. Cuando conseguí entrar en el

no se consumían, como si el tiempo se mantuviera imperturbable en aquella habitación. Nada más entrar en el habitáculo mi móvil se apagó y dejó d

entrada, en el extremo más alejado a esta se apoyaba un gran cirio encendido y, delante de este, una enorme silla, quizás la más grande de todas

jula que revelaba la orientación de la habitación. El símbolo del Este apuntaba a la silla de terciopelo rojo. Yo me encontraba al lado de la puerta que estaba en el oeste, franqueada por otros dos grandes cirios, cada uno de los cuales iluminaba una silla justo delante. Estas también eran de un br

sma altura la “J”. Una tercera se encontraba desplazada a un lugar más lejano, muy cerca de la gran silla aterciopelada. El suelo era un mosaico de baldosas blancas y negras que se inter

guantes en el extremo más cercano a la gran silla, un mallete y varios artilugios más que no logré comprender de qué se trata

elo una especie de espada pequeña y delgada con un filo sinuoso que dib

sciencia que luchaba frenética por imponerse en

s símbolos que descansaban en cada uno de los marcos los delataban. Hubo un espejo que me llamó la atención por ser ese de donde provenían los insistentes martilleos. Me interné sin mayores dificultades en la sala rodeada de los espejos para asomarme curiosa al único espejo de donde provenía el rítmico sonido. Al no ver más allá que un difuso reflejo, me dispuse a apoyar mi oreja en el cristal. Sin embargo, mi corazón saltó en un respingo al no sentir su superficie lisa en mi piel y, en vez de eso, el vacío y el precario i

que había entrado

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