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Historia
Cuentos de amor

Cuentos de amor

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Clásico 1 No.1

Palabras:1468    |    Actualizado en: 14/11/2018

or as

ún medio lícito de zafarse de aquel tunantuelo de

dido; pues el pícaro rapaz se subió a la zaga del coche, se agazapó bajo los asientos del tren, más adelante se deslizó en el saquillo de mano, y por último en los bolsillos

erro, cerradas día y noche. Pero al abrir la ventana, un anochecer que se asomó agobiada de tedio a mirar el campo y a gozar la apacible y melancólica luz de la luna saliente, el rapaz se coló en la estancia; y si bien le

es en tretas y picardihuelas el Amor. El muy maldito se disolvió en los átomos del aire, y envuelto en ellos se le metió en boca y pulmones,

de librarse de él definitivamente, a toda costa, sin reparar en medios ni detenerse en escrúpulos. Ent

bía que era capaz de engatusar con maulas y zalamerías al mismo diablo, que no al Amor, de suyo inflamable y fácil

os guiños y dirigiéndole sonrisas de embriagadora ternura y palabras entre graves y mimosas, en voz velada por la e

rdido y confiado como niño, impetuoso y engreído c

rulló para que se adormeciese tranquilo, y así que le vio calmarse recostando en su p

via de rizos de oro, finos como las mismas hebras de la luz; y de su boca purpúrea, risueña aún, de entre la doble sarta de piñones mondados de sus dientes, salía un soplo aromático, igual y puro. Sus azules pupilas

do los ojos por no ver al muchacho, apretó las manos enérgicamente, largo, largo tiempo, ho

mpló… El Amor ni respiraba ni se rebullía

año, inexplicable, algo como una ola de sangre que ascendía a su cerebro, y como un ar

staba más adentro, en su mismo corazón,

via

; y las dos o tres veces que Marta se había atrevido a acercarse a su ventana por ver si aplacaba la tempestad, la deslumbró l

inos son capaces de arrostrar viento y lluvia en busca de aventuras y presa. Marta debió de haber reflexionado que el que posee un hogar, fuego en él, y a su lado una madre, una hermana, una esposa que le consuele, no sale en el mes de enero y con una tormenta desatada, ni llama a puertas ajenas, ni turba la tranquilidad de las doncellas honestas y recogidas. Mas la

ién

y vibrante respondi

viaj

, quitó la tranca, descorrió el cerrojo y dio vuelta a la llave

a tardía reflexión empezaba a hacer de las suyas, y Marta comprendía que dar asilo al primero que llama es ligereza notoria. Con todo, aun sin decidirse a levantar los ojos, vio de soslayo que su huésped era mozo y de buen talle, descolorido, rubio, cara linda y triste, aire de señor, acostumbrado al mando y a ocupar

usentase el huésped. Y sucedió que éste, cuando bajó, ya descansado y sonriente, a tomar el desayuno, nada habló de marcharse, ni tampoco a la hora de c

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