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Historia

Capítulo 5 El día que te lastimé.

Palabras:4252    |    Actualizado en: 22/03/2022

a te ne

o puedo est

e estemos

amos esta

puedo

spinoza lo miraba de hito en hito mientras el resplandor purpúreo del crepúsculo pinta

orprendente era que no se equivocaba. Era una verdad dolorosa… Los hombres de Dios como Fernando estaban desti

Jonathan una similitud con su fuera juventud. Junto a la playa, la vida es más sabrosa, decía su madre. Y sí, fue muy sabrosa, solo que no recordaba la arena caliente, ni las olas reventando la sa

terminará

as a las que intentó enamorar terminaron riéndose de él… ¿Tenía algo malo? Moriría solo, eso sabía. Se había alejado de Dios en su juventud, pero esa misma desesperada desolac

rmo fue el líder del grupo y juntos viajaron por toda Europa, realizando exorcismos y llevando el catolicismo hasta los rincones más apartados del continente. Habían visto, compartido recuerdos y terrores… Cuando murió el padre Guillermo, una carta llegó al departamento de Fernando, en ella le abdicaba el liderazgo soberbio de la Junta del Tabernáculo y le cedía su más val

ue Chivacoa era la ciudad con más posesiones en Venezuela, su antiguo hogar; por años los peregrinajes a la montaña Sorte formaron el mito en toda América Latina. Los rumores de que el corazón de la santería se congregaba en aquel pueblito lo atrajeron como un incendio… De inmediato, se puso en contacto con la iglesia católica de la parroquia y los rumores resultaron ser más aterradores de lo que supuso, era terrible. Partió de Roma a Caracas y tomó un autobús a Chivacoa, un pueblo colonial y pintoresco donde era normal

adeado y se limpió el sudor grasiento

?—le preguntó al jov

la reír. Te gusta su risa y sus palabras... Hablar con ella… Y quieres tenerla, abrazarla, amarla… Y cuando la besas, tú, te desvaneces del mundo.

bio… Ojalá yo hubiera

mirada para esc

seguro de que todos tomamos

ieja calle Penitencia los hacía temblar de nerviosismo, las sombras se paseaban libres después del anochecer… Buscando amor e

contemplar sus párpados agitados bajo los lentes oscuros. Un temple cincelado por el estupor del

madera. Jonathan la miró largamente como si de un espectáculo siniestro fuera testigo… Aquella mujer se deslizó encorvada y delgada hasta e

hora de

linando la cabeza—. Disculpe la intromisión a tales hor

rada rabiosa en el semblante de su padre, al encontrarse otra vez con algún sacerdote, siendo el padre Claudio quien dejó morir a su pequeña hija Francis… Aquella ira

está

rla, saber c

a iglesia, oraba por ella, por mí y—miró de reojo a Jonathan—… porque las cosas mejorarán.. Entonces… ¿por qué Dios deja que una niña tan buena pase por algo tan horrible? Ella no

ió y sus ojos

ra venir un día de estos

sus ojos en Jonathan y lo lastimó—. Ni de ti. Déjala en paz… Ella está bien… La religión

testar, él nunca había lastimado a Ana, la amaba…

su hija, vendremos a revisar su estado de

y doblaron por la calle Frustración. Un hombre anciano sentado en una mecedora daba profundas bocanadas a un tabaco encendido en medio de la acera, la lumbre resplandecía rodeada de una perenne negrura, su silla crujía con el movimiento, como si fuese a desarmars

perdiendo a medida que caminaban—, y esta obscuro y no ven a nadie... No vayan... Es el gritón… Se viste de paja y trapos. Se puede

na llamándolo… «Jonathan»… No creía en cuentos de viejos. Fantasías como el Silbón o el carro de Drácula eran parte del colectivo de los ignorantes… No creía en nada. Solo existía su determinación por lo

a cura

asa, si de verdad necesita ayuda entonces podremos tomar su custodia y la iglesia podrá aprobar un exo

Ana era su meta… Lo haría. Un par de calles más abajo, plagadas de sombras y recodos, finalmente llegaron al CICPC del pueblo. Un edificio blanco y alargado de dos pisos y muchas ventanas cubiertas con cortinas color crema. En la entrada se leía e

o, el suelo de cerámicas blancas brillaba y las luces le arrancaban destellos estrellados. En la recepción una secretaria jugaba a la lotería de los animalitos detrás de un ordenador, por su gesto había perdido al escuchar «el oso» en la radio y rasgar su ticket. Los miró y paseó sus ojos oscuro

ada, era morena, delgada y aparentaba una fa

oza a la recepcionista—, quisiera rep

a los otros para poner la denuncia. Habían dos asientos libres junto a la mujer cansada y esperaron, el contacto del frío metal lo hizo recordar lo cansado que estaba. No supo cuanto tiempo estuvo sentado… Meditando en sueños… ¿Qué estaba haciendo con su vida? Todo era un chiste s

l maletín en el regazo, sacó una biblia remendada y llena de anotaciones y se puso a leerla… El silencio que aconteció a aquello fue verdaderamente ins

reno y muy bajo, sus ojos negros juzgaban. Tenía u

s saber

mirada y vio al extr

mo d

ivinar sus pensamientos—… ¿Es un familiar? No… ¿Novia? Sí… Est

como tal al expresarse. ¿Qué quería? Estuvo largo rato mirándolo fijamente y

abe esto

el rosario en su cuello, también tenía

y b

miró severo al hombre con los labios apret

cuando mucho es un tabaquero que dice hablar con muertos. Se hacen

una risita y su

está diciendo que necesitas guía. Tu novia está pasando un

as del brujo y Fernando hacia hincapié en aquello con sabía vehe

ria—comentó Fernando a la defensiva—. Hizo conjeturas y acert

o escu

párpados vibraban. Su cabello recortado ondulaba como la paja azotada por la brisa… Aquello duró un segundo, una eternidad, un minuto… Aquel brujo ten

o con una voz gutural, estaba completamente inm

énez Belisario—su re

entrecerr

, interfieras en su vida y abras todos los caminos. Seas luz… Rey del Cielo y de todos los ángeles, lo guíen en su dura batalla y le den la fuerza a su fe para creer en ti, poderoso rey—la voz gutural desapareció y se sumergió en un

r de su trance vivido y recobrar la tez de su rostro, abrió los ojos y aquel

itu? —Preguntó finalme

ras rezaba un avemaría en murmu

eres el que decide, si avanzar por aquella senda despiadada o continuar por un sendero tranquilo. Pero debes tomar tu decisión, porque el cambio ya viene… Y lo mejor para todos será que te unas a Dios, que combatas al mal que se cierne sobre el pueblo o—miró al sacerdote y su

uel brujo y solo obtuvo incógnitas. Fernando tenía razón, aquel hombre era un charlatán que quería jugar con sus mentes para sentirse superior. Creerse la gran cosa, así como los creyentes católicos se creían mejores q

ina Marcano Ramos y está sien

sentido. Jonathan se estremeció, incluso Fernando asintió pensativo y no quiso hablar. La mujer afligida mir

a llorar y la voz se le rompió—… Tiene cinco años y esos hombres me la arrancaron de los brazos. ¿Podría… podría encontrarla? Le voy a pagar mucho, pero por favor… Llevo todo el día esperando y no de

oculto en la cartera, cuando fue a coger aliento una maraña de mocos sali

l que debería pedirle es a Dios y a

a todos los días y regaña a su abuela cuando la ve fum

darle falsas esperanzas. La policía está trabajando

vor, señ

enseñó las palmas, eran muy bla

an de pronto, todos lo miraron—… Creo… Qu

a mujer afligida. Luego de recitar un avemaría, se quitó el rosario y sacó de su bolsillo una petaca, un paquete de Belmont y unos chicles. El brujo destapó la petaca y un profundo

pidió más información de la desaparecida, su ropa, el color de su cabello, la calle donde se la llevaron. Con cada pregunta su rostro iba cambiando, dio otro trago a la petaca y su voz se volvió grave, gutural… S

éva

o fuera del edificio. Jonathan le preguntó a Fernando si podía ir con ellos, y el anciano después de pensarlo se lo permitió. Afuera, el brujo y la señora afligida entraban

o media hora más hasta que llegaron a una de las ramificaciones de la quebrada Carmiña que se unía al río Yaracuy. El rumor del agua los acompañó cuando no pudieron avanzar, apesadumbrados. Todos bajaron del carro, el brujo seguía inmerso en su trance y murmuraba cuánto debían avanzar. Jonathan iluminó el sendero dificultoso con una linterna y ayudó al brujo a caminar, juntos en su delirio nocturno avanzaron con los mosquitos zumbando en el int

entímetros de agua del riachuelo... Era nefasto, un amargo sentimiento se alojó en su estómago y no pudo deshacerse de su regusto; porque había otro indicio de lo que ocurría… Todo volvía, siempre era d

n de los

ndo el día qu

ace t

a lumbre de un cigar

está

hace pensar

ahora, quizás es

r hecho tant

erdonarme porque n

de redención, el p

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