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Historia

Capítulo 6 Sirenas en el Río Yaracuy.

Palabras:4481    |    Actualizado en: 22/03/2022

odos sus compañeros compartieron ambiciones y sueños… Esperanza vacía. Durante las vacaciones del mes de agosto se dedicó a trabajar en una panadería hasta el mediodía, y el resto del tiemp

ña en busca de iluminación y fecundidad. Podía reconocer a un viejo santero gracias al collar de piedras que colgaba de su pecho, como una

as. Tratos con demonios que terminaban en horribles muertes accidentales si no se pagaban… Un viejo pescador le contó que vio a una sirena en el río Yaracuy una mañana que le ofreció anís a los espíritus del agua. También le contó que una noche fue a bañarse en el río—con los pies en la curiara—, y mientras se echaba agua en la cabeza sintió que algo movía la curia

ba un aspecto demasiado común, vestido con ropas coloridas y perfume, tenía su rosario en el cuello y el pendiente de cruz en su lóbulo derecho. Hablaron de asuntos superficiales como la razón porque estaban en la comisaría, a lo que Eduardo respondió que le habían robado el teléfono; finalmente le preguntó sobre sus habilidades y el brujo lo invitó a una fiesta en una iglesia después de caminar un rato

bía una cerveza fría. Era menor de edad, pero bebió de la botella refrescante porque tenía mucha sed… La primera no le hizo nada. El pastor Miguel era muy bueno jugando al dominó, pero su hija menor Victoria, era buena contando y descifrando las piedras de los demá

enía el cabello largo y dorado como la miel. Sus ojos

zo olvidar sus problemas. De los asesinatos. De

mera partida la ganó Jonathan, más por suerte que por estrategia. Mientras Fabiola meneaba las fichas en la mesa Eduardo comenzó a contarle que en verdad era estudiante de contaduría y no brujo, que solo ayudó a la mujer a encontrar el cadáver de su hija porque él se lo pidió… Ante la mención de

r—le soltó con el mentón en

estos de Ana y sonrió, más

ue

inó la séptima cerveza y ya se reía de todos los chistes de Eduardo, incluso los malos. La tercera partida la ganó Victoria y anotó treinta puntos en la libreta. Jonathan la miró con detención, era bastante bonita

intentó disimular. Victoria ganó las dos últimas partidas y celebró chocando las manos con Jonathan. Con el último trago de la octava cerveza aquel mareo desapareció, sentía ganas de orinar y la cabeza llena de algodón. La música

nte serio; era un hombre rígido pero divertido, alto y grueso de hombros, con el cabello rubio oscuro corto, los ojos avellana y

niendo una

su puesto y se sentó junto a Eduardo mientras se le pasaba el mareo y aguantaba las ganas de orinar. En medio de una partida pensativa, Miguel tuvo que atender una llamada. Victoria quería ganarle a su papá así que se opuso a que Jonathan j

ra una fiesta

estás div

… p

ablar. Lo que viste ese día no es todo lo que soy… Aquel

dad es u

gúnt

tener todo listo porque el turismo en esas fechas era un motor importante para la economía de la región. Además, les comentó los rumores de que el gobernador de Yaracuy y el alcalde eran santeros que le

rdad es

s en él. Sus hijas s

stor de verdad, hijo; solo me dice así porqu

ueva r

é por aquel camino, de hecho les había entregado mis hijas a un demonio, pero Dios me salvó... Un pastor alemán de la Iglesia del Nuevo Milenio me enseñó el camino para ayudar al prójimo y el amor. Eduardo se había dedicado a la brujería desde muy pequeño y les había entregado sus amigos de la calle a otros brujos que

esa Iglesia de

s manos y miró en

razón. Suena sencillo, solo con estirar un dedo puedes ac

edes de verdad

del Corán... Ni Antiguo… Nosotros creemos en un Dios

on tristeza y un poco de envidia, las ganas de orinar regresaron a su cabeza, en medio del silencio buscó a Victoria con la mirada y le pidió que le prestará el baño. Entraron en la casa y lo condujo por un pasillo con piso de cemento

n sus labios, los de Ana, fundiéndose en un beso tímido, tierno y lento… Pero Ana no estaba allí… La había perdido, así como había perdido a su hermana Francis y a su madre. Tomó a Victo

si

nes n

de llorar, de dormir, de gritar… De olvidar

ue

dientes imperfectos bajo los efectos del alcohol y el

Q

ió el rostro, sintió una lengua indagar en su boca como un torbellino y acariciar su paladar con descargar d

esperando a

o miró ent

… aunque no sep

asistido varios partos y hecho pasantías en el Centro Ambulatorio. Fabiola y Eduardo se rieron e intercambiaron fluidos el

o Jonathan—

esfilando por las siniestras calles de la noche, el cielo a esa hora era más oscu

ué me i

stezó, med

astor Miguel… El don me lo confió, tú tienes u

va a

o con cada palabra. Se hacía más grave, com

ación cuando me poseyó. Tienes un rol, podrías negarte y tener una vida normal… Pero tú vida no es nor

spuestas pero encontró más preguntas. Él no se sentía especial, tenía la certeza de que nadie lo era en la vida. Según la información que estuvo reuniendo, todos

e loterías llegaba borracho y gruñón. Pudieron comprar una buena casa porque su madre era una prestigiosa abogada y su padre era dueño de una concurrida tienda de ropa; fueron una familia prospera que terminó echa pedazos. Su padre alcoholizado perdió

cho y él visitaron a los Marcano y encontraron a Ana en pésimas condiciones, estaba famélica y deshidratada. Después de algunas pruebas psicológicas, la fiscal dejó que Fernando estuviera a cargo del exorcismo, a

podía sentir aquella lascivia rasgar sus carnes con odio. Ella sabía que todo aquello era causa de la insistencia del joven encaprichado con su hija… No era amor, estaba desesperado por compañía… El bombillo de la s

a puerta de madera. La señora Marcano tenía los ojos anegados de lágrimas y sus labios temblaban… El padre Alejandro la abrazó y la llevó a la cocina para poner a hervir un café. Fernando dejó el maletín en el suelo, sacó una vieja biblia

voz baja—… ¿Seguro que

ero malestar estomacal lo desconcentraba. Pero, estaba determinado a llegar hasta el final. El pastor Miguel le dijo que todos

aferró la perilla fría y los dedos se le

con gesto paternal. Cuando lo miró a los ojos vio a un hombre terriblemente viejo

quejidos de la señora Marcano… Todos estaban sufriendo. Jonathan abrió la puerta con los nervios revoloteando en su e

álido—apunta

abrió la

to de caerse, una de sus patas se había roto… El aire acondicionado respiraba con dificultad, asfixiado con tantos pensamientos encajados en un espacio estrecho. En la cama de armazón repos

sus labios partidos se desprendían y sus ojos vacíos los miraban; pero no veía luz en ellos… Pobre Ana, fue todo lo que pudo pen

haces

voz de Ana sonó apagada, ronca, impropia… Jonathan quería lanzarse y abrazarla, llorar con aquella amada en sus brazos…

n poco de la palabra de Dios... Por favor… vas a sentir que te quem

ien—la voz de An

aras de noche… Jonathan lo miraba, no sabía que hacer en aquella situación. El hombre le pidió que sacará una grabadora de sonido de su maletín. Jonathan revolvió el contenido: tenía libros,

un sudor frío le recorría el cuello y las fervientes ganas de vomitar no lo dejaban hablar. Al cabo de unos minutos la risa de Ana se detuvo, cerró los ojos y sus párpados se agitaron, sus manos se crisparon en forma de garras y un gesto de dol

imperiosa, sin el mínimo ápice de

e una fiera a punto de abalanzarse sobre una presa. Fernando se paseó con la cruz apretada en su puño, le volvió a hacer la pregunta y ella soltó una risita de

e cuerpo en el nombre de Jes

omenzó a pesarle y el peso de la cruz de plata lo incomodaba, quería bajar aquella reliquia. Pero su mente tenía dudas… Aquel dolor en

to sac

como si lo acusara de un cruel asesinato. Ana le lanzó una dentellada furiosa, pero Fernando no se apartó, difícilmente la chica pudo

Fernando acercándose a las sábanas—..

e estremecía, ofuscada

ndo a

nombre espí

burlón. El sacerdote roció a la chica con agua bendita y el demonio se retorció de dolor, sus gritos desesperados eran acompañados con insulto

e Ana. Fernando rezó el rosario, concentrado con los ojos cerrados y con

acerdote no cambió… Le acercó la cruz a la cara y Ana la besó con el rostro congestionado, sus dientes rechinaban… Tenía miedo de que se rompieran. Fernando rezó una orac

olpeando sus oídos como alfileres. El cuerpo de la joven se retorcía de dolor, a punto de partirse a la mitad… La bilis en la garganta no lo dejaba tragar… Llegando al punto culminante de la oración, Fernando se acercó a la posesa con la botella de agua bendita y le

as del demonio retumbaban a lo largo del espacio y el tiempo, agujereando la superficie de su cerebro. El hombre anciano gritaba de dolor con los dedos aferrando su cora

mo la muerte q

de que cuando so

udo dormir pensa

eces sueñ

r, que algunas veces t

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