img El Jardín de los Lamentos  /  Capítulo 4 Maldito el tiempo que se acaba, | 30.77%
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Historia

Capítulo 4 Maldito el tiempo que se acaba,

Palabras:2925    |    Actualizado en: 22/03/2022

n aquella osada autopista conocida como vida. Cuánta tristeza, cuánta pérdida… Que feliz se hallaba en aquellas fotos, capturadas en el pasado efímero… parecían de otra persona. La extrañaba en oc

empo—pensó afligid

s recuerdos dolorosos y borrosos. Ya no la quería, era cierto… pero la quiso con aquella dulce locura. Quiso abrazarla, besarla

uerpos, afligidos por su propia miseria… Toda la existencia se componía de sufrimiento. Todos morían, incluso él… Pero no quería que ella muriera. No.

rostros en las ventanas y mantenía la casa en un perenne encierro hermético. Cortinas corridas y puertas selladas… Había dejado el trabajo para cuidar de su hija enferma y no recibía visitas. Jonathan se topó con una puerta cerraba y al otro lado una bruja de cabello desaliñado y tez pálida… La señora Marcano lo ahuyentó a gritos, pregona

os se las robaron todas… Y lo más triste de todo era que la estaba olvidando... Olvidaba el rostro de Ana, su espeso cabello negro rizado y su piel oscura «pero no tan oscura»… Que lo hacían sonreír en su soledad. Aquellos días nunca volverían, se habían ido para siempre… Evaporados de la faz de la Tierra por un destello de

, cuidadosamente protegida por una reja a modo de protector, se acercó y escuchó… un silencio sepulcral similar al nostálgico cementerio del pueblito. Una voz en lo profundo del silencio, el aire circulando por la casa sellada, un susurro ininteligible y un sonido extraño… La cas

dillas con la caída. Justo cuando no los necesitan, aparecen los condenados…

s te iba

a se

do con el país. Se roban todo e

aquí vive

e verte… Entonces de

ió el ceño y s

tiene un problema desde que fuimos a una de las queb

a encantada. Yo… he visto los peregrinajes a la región. Los santeros, paleadores y brujos se reúnen para realizar sus ritos. No pertenezco a aquella hechicería, pero… Te advierto que elijas con mucho cuidado a las personas con quien pasas el rato. Las personas de

des avanzar sin saber cómo detenerte… Y te conviertes en la religión, formas parte de ella, te hunde, t

está dicien

llo hirsuto. Su voz recobró la brusquedad y sus ojos cambiaron, pensó que aquella voz ni le pertenecía, que un espíritu estaba hablando a t

engo nada me

lada con tentáculos de espuma; el cielo pálido, fúnebre… Acompañaba a la montaña Sorte en su densidad crepuscular con matices de punto naranja, violetas y dorados… Al verla, a la distancia, sentía una atracción oceánica al lugar. Lo llamaba… con sus pezuñas sucias y

… El tiempo envejeció la pinturilla amarillenta, pero el edificio gozaba de su encanto sagrado. En lo alto, la señal de la cruz era un recuerdo de su presencia e impacto en el mundo; en lo bueno… y ma

n la cintura. Se parecía un poco a las imágenes de San Francisco, pero sus ojos se notaban trist

r al padre

a melancolía entrañable. El altar era de piedra y a su lado los santos católicos exhibían sus semblantes adoloridos—... Re

, solo eran sillas con cojines para las rodillas de los crédulos. Jesús en la cruz, José y María afligidos, San Francisco y el resto… En otro

e fue hace

le da sus más duras batal

ado. Solo quería tener una vid

ntados de amor y no de tristezas; ella le preguntó si querían casarse por la iglesia. Aceptó… Tenía que confirmarse, por supuesto… La idea le pareció muy agradable, aunque tuviera que fingir falso aprecio por el catolicismo; el solo pensar en una unión tradicional lo cobijó con sonrisas y besos trémulos. Pero ahora solo sentía mucho dolor… clavado, pro

Fernando con el sombrero negro

lágrimas… El sacerdote le devolvió la mirada ausente, áspera, su piel ar

los sacerdotes; no sabía cuánta era su tristeza—… Ana está en peligro.

en las manos. Fernando se acercó a él como una figura alta y negra, se incli

ebes orar, ayunar y creer… que Dios l

z le salió enmarcad

u madre... Necesitan ayuda... Necesitan

de palabras más que no entendió. Ambos hombres lo miraron inquisitivos durante un momento q

ntigo a la casa de la señorita Marcano

eras; el cabello largo y descuidado se le pegaba a las mejillas por el sudor. Sus ropas eran viejas y tenían agujeros, las debía lavar a mano pero se rompían, así que solo las limpiaba con jabón cuando despedían un fuerte olor avinagrado. Miró los zapatos del anciano y eran muy negros y lustrosos; en cambio, los suyos estaban gastados y las suelas hablaban. ¿El trabajo de sacerdote pagaba bien? Se preguntó mientras tropezaba con una piedra en la acera. A aquella hora la calle parecía muerta, no habían niños pidiendo comida, ni vagabundos rezando por un tabaco o policías buscando el rebusque. Nadie. Solo ellos… Un vasto mundo incomprensible de silencio, p

tó un suspiro triste—… No sé qué hago con mi vida. Creo que lo mejor

ganta y no pudo tragar saliva. Sint

ntinela de Fernando lo trajo de vuelta. Estaban a la

a la iglesia… Había un casamiento y el padre Alejandro impartió la misa y… Nadie se dio cuenta de su profunda tristeza cada vez que veía a los novios. Cada palabra le salió con mucho esfuerzo, como si hubiera llorado toda la noche… Es mucho peso para cualquier hombre, incluyendo el

de su cuello arrugado y permaneció suspendido en el aire; la cruz de aquel collar de cuentas resplan

sabio pa

o lo

te dije que mi Carism

es mi C

cuando llegaron a la calle Penitencia, con aquella montaña fúnebre escondiendo el sol en su madriguera, pero no le salieron las palabras… Los últimos rayos naranjas traspasaron la verdusca formación y les pintaron

es de aquel decrépito santuario. Miró por última vez la alta montaña Sorte, hipnótica… Lo atraía, como aquella est

lo sabía y Jonathan, estaba por descubrirlo. Porque

y eb

para presumi

lo suf

pensar e

y haciend

enamoro de vez en cuando

a, para mí, s

o de mi vida triste,

entos, pero también odio el esta

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