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Historia

Capítulo 4 Rumbo a Sicilia

Palabras:2630    |    Actualizado en: 12/10/2022

A SI

despliegan y el viento agradecido empuja la galera que ayudada de los remos, surca el mare nostrum en busca de un hebreo que la rei

La galera queda en el puerto y se concentran los curiosos para ver en qué se pueden beneficiar sus faltriqueras. Las calles estrechas y sombrías, apenas iluminadas por el sol que radiante se derrama en sus plazas a él abiertas, les conducen hasta el palacio del gobernador, que es el conde de torre alta. Señor de apellido de rancio abolen

ar el terraplén, que se abre entre el portón y la ciudad, con un puente levadizo que es alzado llegada la noche. Ante sus puerta

conmigo viajan en esta galera que del rey es. No salga de vuestras mer

izo. –Le dice seria la que es desde ahora, don Alonso de Pechuán, caballero del rey y hombre de confian

como caballero de alto rango que sois, y tendréis libertad para deambular por donde vuestra merced considere oportuno. H

ta mi señora muy equivocado estáis s

e este es navío de patrulla del señor don Rodrigo de Pechuán y no de recreo bajel. En el casti

ser de otra manera capitán, llamadme

protegida señora, que se haya en dificultades en horas amargas. Resultará un escudero algo

que el propio gobernador le ha invitado a pernoctar en el castillo junto a sus hombres antes de

or? No tengo órde

u amigo y compañero de armas se halla en el portón de

xistencia de un retén de soldados dispuestos a defender la fortaleza en caso de ataq

eros en torneo, que preceden a la entrada del gran salón donde administra justicia el señor de la isla. Un espacio frio y grandioso, recubierto de enormes tapices, con un sillón de madera exquisitamente labrado sobre unos escalones que se ven de madera, a modo de plataforma, indican el lugar donde se ejerce el dominio de la población aledaña. Don A

neros de nuevo por aquí. Os esperaba no obstante más tarde que el día de

que solicite de vos información y vituallas además de todo lo que citáis como necesario para la lucha contra el corsario. El rey nuestro señor os pag

y comeréis algo que vuestro cuerpo sigue en la tierra y no soi

pariente de don Rodrigo de Pechuán, y su escudero Juan, el fraile es don

. Contadme de vuestra lucha contra el moro en tierras de Africa, que me llegaron noticias de una

trampa y decide decir algo

io, más no se de esa incursión en tierra infiel. Que mi es

rle a Isabel, que no hubo tal expedición sino que será enviada dentro de un

nso, que tan solo le pareció demasiado joven e inexperto como para nadar recorriendo el infestado mar que

veré de ayudaros en lo posible. ¿Cuá

menester que mi navío se halle en las mejores condiciones, que no da cuartel el turco a

asolan las costas de levante, y secuestran a los campesinos. Nuestro señor el rey don Fernando, me apremia para que construya dos navíos con los que patrullar alrededor de esta isla, que tiene numerosos arrecifes

a galera que comando, y si el rey nuestro señor ha decidido aum

stra merced, y no de obligada sanción de parte de nuestro rey. En cuanto los cascos de las dos naves hayan sido calafateados y sus remos en ellos estén, procederé a colocarlos bajo vuestro mando, que así lo quiere nuestro señor. Ahora

e honran a nuestro señor.-responde sabiamente doña Isabel, ahora don Alonso, en pro d

el de las costas de sus dominios que Dios le diera en guarda y custodia.-Añade Leizo que no se muerde la lengua, pues

ve de mano de los corsarios, mi señor-se inclina Javier de Soto, zalamero y adulador, que conoce el ego del tal gobernador de cuando

o en no perder, que su nombre depende de su honor

reconocido `por el poderoso señor de la isla, o si tan s

e tenéis en vuestra cabeza-señala la suya propia en un gesto que pretende ser mordaz-m

n intento de fingir ser el varón forzudo que aparenta, y qu

engua doble, ni hablar le concedió Dios a mi alma, para contar sino la

en buena lid, y es él quien combate y obliga a hacerlo, a cuantos pasan por su castillo, de obligado peaje, que no conced

lonso, y su aya le sigue como perro fiel allá donde vaya, acompañado del piadoso fraile, que compaña forman de tal manera, que la atención llaman de todos cuantos les ven, por los muelles rondar, espada al cinto, de cristianas ropas ataviados, que las moras en la galera yacen. Van y vienen los hombres del gobernador, que reponen de la despensa lo esencial, y aun le añaden vino, agua y pan, la carne que ellos importan de las tierras lejanas de la penínsu

on Alonso, que solos ya no vamos al mar

puerto llegar con la espada sacada y el brazo de nuestro capitán-sonríe a placer do

las almas del Señor, que el rey guarda en su territorio, como el más preciado tesoro. El sol, como amigo d los que nacen para el combate, luce en su cénit, calentando sus cuerpos y animando sus almas que al mar salen al mando del capitán don Felipe de Leizo. Son b

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