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Historia

Capítulo 3 La galera

Palabras:2303    |    Actualizado en: 12/10/2022

DE FELIP

aspecto sale de la nave. Son los piratas berberiscos que serán en el mejor d los casos canjeados por los cristianos raptados por sus correligionarios. Amarrados por cuello y muñecas avanzan penosamente hasta pararse a una voz autoritaria en medio de la playa que otrora saquearan y cubriesen de sangre fiel.

umbre es en vos. Estos que aquí veo a los que nos agreden, me re

estra mano son. Aquí y ahora se hará la justicia que se requ

una cuerda para que vayan recibiendo tres de ellos la recompensa por su trato con n

u hija, que no lo sabe, a tres de los moros, que chillan al sentir que la vida se les escapa del cuerpo. Los que tienen la suerte de seguir vivos se resig

cual ella leía escoltada de lejos por los soldados de su padre, ignorante de que ese era el verdugo de los que osaban asaltar las costas cercanas al castillo. Su aya le aprieta el brazo con fuerza,

ja abandona al padre. El señor se va a lomos de su caballo, que como testigo mudo calla lo que sabe, y los hombres de armas con él se van. Tras de

de su escondite los tres fugitivos reuniéndose con el sorprendido

ella sola…sois tres eso es un riesgo mucho mayor, difícil de ex

ñor por la bondad de nuestro Dios, que no me neguéis esto, que prisa l

eza, abandonando toda esperanza de ganar a una mujer la bata

ener en barras. Mi segundo os acomodará en el camarín y no espere vuestra

apitán. Desligan las amarras de los postes del puerto, y separan con tres remos la galera de las maderas que lo sujetan a tierra, permitiendo que el navío se deslice como un cisne sobre las aguas dormidas de la playa. Como una sombra se pierde en la lejanía y las vel

el camarín del capitán don Felipe de Leizo, doña Isabel y su aya así como el fraile don Javier de Soto, trababan co

iaremos el estandarte de la cristiandad por el de un pirata berberisco que se supone trae esclavos para el gran zoco de la capital turca. Pos

enas para venderlos como a animales en un zoco, que solo ellos, los infieles hacen tal.-Exclama doña Isabel

luchar habremos, en pro de nuestras vidas, y presos es que ha

o opondremos resistencia a lo que consideréis necesario con tal que lleguemos sanas y salvas a Estambul, donde

cusa aya mía, que me aterroriza pensar en el destino

del gran turco, que no respetan bandera ni estandarte, y temor no sienten por galera, ni de guerra. Los hombres descansan del remo, y comen y beben que p

r estribor, sin que aun pueda identificarse ni saber de su

en él pero en dos horas estará cerca y sabrán si es enemigo o amigo. Crece la preocupación en su pecho, y agarra la empuñadura de la cimitarra que ha cambiado por ella la espada, como el resto de los s

la inocencia de quien no ha visto la sangre fluir del cuerpo

or si fuesen piratas berberiscos que abundan por estas latitudes. S

os cuando el peligro haya pas

ya, al ver el pabellón que despliegan que de corsarios se trata. La vela azul con la media luna pintad

es anuncia la llegada de un combate no deseado. Los cañones se limpian y se cargan por tres servidores que a teles

s en la borda para iniciar el combate. Un cañonazo de aviso les llega a proa y Leizo deci

zas cerca!¡ los arqueros a cubierto tras la borda!. Atentos a mi señal. Quiero aun escuadrón de ma

o, sin saber que la muerte ha llamado a su puerta para segar sus vidas. Leizo se lanza seguido de sus soldados al abordaje pues no queda tiempo para nuevas andanadas y entre ellos sin que él lo sepa va doña Isabel que empuña una cimitarra hambrienta de sangre mora. La carnicería que sigue al abordaje deja desierta la nave berberisca, que jamás atacará a ninguna otra. Isabel se emplea con saña contra un segundo de a bordo que resiste en pie blandiendo dos gumías. Tras una larga escena de esgrima digna de un relato aparte, Isabel clava el arma en el estómago del corsario, en lo que es su bautismo de guerrera. Es entonces cuando Leizo ve su cara ensuciada por la pólvora y la cimitarra ensangrentada, y le sonríe desde el centro de la nave aprobando su coraje. Leizo camina ganado metro a metro espacio en la galera enemiga hasta llegar al puente de mando, en la popa del barco, donde el capitán corsario viejo conocido de él, le espera a pie fir

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