ecorando el trasfondo. El sol brillaba abrazando la hierba color ocre de los prados, quemada por e
ión alguna, todo a mi alr
cubierta de un sin número de hilos plateados, casi al punto del col
on el término empleado para nombrar a las crías de equinas. Sin embargo, no lo es tanto
a huido lejos, muy lejos, saliendo de mi cráneo. Como si se hubiera puesto en “Stand by” sintiéndose incapaz de asimilar dos asuntos a la vez. Por un lado la algarabí
on asombro, haciéndome notar la
idad tratando de abstraerme de mi estado de estupefacció
ya lo averig
o que sobrab
uida, esquivando al monte teñido de marrón que
nstintivamente también sonreí, contagiada por ese toque aparen
ano, era claro que lo había añorado durante más de cinco años, pero yo sí que lo miré, vaya que
rque nadie, absolutamente nadie, ni siquiera yo podría haber adivinado lo que vendr