Ya estoy lo bastante crecida, he visto el cambio de un siglo y medio, entiendo el juego de la vida, de algo ha de servir mi cambio repentino.
¿No lo crees? -Solo sentí su fastidio, ella ya lo anticipa.
Veo la muerte a diario, era el pan de cada día. Cuál sombra burlona acechando, maliciosa, recordándome qué, para mí, el morir era un anhelo, un deseo, una necesidad que día tras día se aleja más y se escabulle entre mis manos. Como quisiera recibir a la oscura muerte, verla presentarse cuál caballero galante para hacerme su prisionera eterna.
Cuanto deseo estar con los míos; mi familia, esposo e hijo. Cargo con la cruz del olvido, aún carezco de la respuesta del ¿por qué?, supongo que el Creador me tiene en espera para un fin determinado.
Tal vez tú me ayudes en eso, a entender el motivo por el cual la vida me tiene respirando -sigue ignorándome, pronto prestará atención. Siempre lo hace.
El problema era el transcurrir de los días, estos se vuelven semanas, luego se consolidan en bloques de meses y adquieren un doctorado en resignación con el paso de los años, el tiempo era mi prisión... La felicidad era algo inalcanzable.
La abuela habló de un futuro que no era claro, con el paso de las décadas lo veo lejano. Recuerdo sus palabras, las cuales aseguraban el convertirme en una persona importante, enaltecería nuestro apellido; en mí caería la gloria de nuestra ancestral familia y por años me ilusioné con la falsa idea de ser ese ser bendecido para la humanidad, así ella me ignore. Pero somos guardianes en silencio.
«Eso ya lo has dicho infinitas veces». -Lo sabía, pronto hablaría-. «Sus visiones le fallaron, la pobre se equivocó. Conmigo lo hizo y el ser que rige el universo, según tu concepto, no escuchó sus plegarias».
Había llegado hace varios minutos a mi casa. Después de bañarme, beber una pequeña copa con la mínima dosis, sucumbí al refugio debajo de las cobijas. El sueño seguía lejano, ajeno a mis deseos de liberarme por unas horas de la tortura vivida a diario, nada era fácil; me repito eso a diario.
Miré el despertador, faltan muchas horas para mi turno. Espero no sea como la noche de ayer. Quiero, al menos, pasar un día sin dar malas noticias, no siempre debo o puedo intervenir, los niveles de accidentalidad están incrementando, cada vez hay más irresponsabilidad. -abracé las almohadas.
«Por mí puedes dormirte, no quiero escucharte hablar».
Tiene razón en eso. Necesito conciliar el sueño, no quiero recordar más. A veces el tiempo era mi mayor enemigo, se confabula con los recuerdos; atormentándome.
Por más que trate, los recuerdos me seducen cuál amante lujurioso, insisten hasta lograr mi atención para acariciarlos, reviviéndolos hasta el punto de perder mi voluntad, y termino en su desgarrador dominio.
Como si fuera un adicto aferrándose a ese instante de placer. En mí, ese deseo por sucumbir una vez más a continuar viendo su rostro, suspirar por su sonrisa y luego caer ante el dolor del pasado.
Ser el caudillo de mi propia felicidad, de ese amor entregado de manera incondicional, de soportar su traición, de ver crecer mi odio.
«Si quieres comenzar».
Ya es tarde, así tú te burles, en el fondo también disfrutas y sufres conmigo.
«No hay problema, me gusta de tu historia, sobre todo cuando tocas el tema sexual».
Eres imposible, pero... esta vez te haré caso, te ablandas cada vez que viajo en los recuerdos del pasado, ese de donde saliste, recordar el modo en como te uniste a mí. -volví a caer...