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Ella Es Mí Mussa

Ella Es Mí Mussa

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¿Y si todo lo que se ha dicho de una famosa pintura no fuera verdad? ¿Y si no se tratara de la obra original y fuera otro cuadro diferente el que hubiera inspirado su creación? ¿Cuál es la historia que oculta realmente Sol ardiente de junio —la más famosa obra del pintor romántico Frederic Leighton—, consistente en una mujer durmiendo en una silla? La obra es de una belleza inquietante, pero lo que la inspiró es un misterio que sigue encerrado en el pasado. En 1812, tras una larga estancia en Irlanda, un reacio lord Rothvale, Graham Everley, regresa a Inglaterra para atender las obligaciones que allí le esperan. Lo último que imagina es que encontrará su destino, pero eso es lo que ocurre. Imogene Byron-Cole, es una mujer tan hermosa como trágico es su pasado. Graham no es capaz de alejarse y se casa con ella, a pesar de la cada vez más enmarañada red de problemas que los envuelve y que amenaza con destruir toda su existencia. Cuando Graham e Imogene comienzan su vida en común, expresan su amor a través de una serie de retratos. El arte los atrapa por completo y, al final, se convierte en su salvación, lo que los empuja a través del profundo dolor de la pérdida hasta inspirar una obra maestra. Esta es una novela romántica histórica para lectores mayores de 18 años por su contenido y lenguaje. Autoconclusivo.

Capítulo 1 Capitulo 1

Kent, 1812

IMOGENE levantó la mirada y vio todo lo que necesitaba saber. El sol de noviembre casi había vencido a las nubes y eso era suficiente para ella. El aire era frío, pero no importaba porque tenía la oportunidad de montar a caballo. Era su momento de libertad, y le dio la bienvenida. Solo cuando cabalgaba a lomos del caballo era capaz de dejar todo lo demás a un lado. Momentos como ese la llevaban de regreso a un tiempo… anterior.

Siguió el sendero hasta la parte alta de la pradera y contempló el arroyo seco. Sus ojos se tropezaron con una bola de color blanco, que se distinguía con facilidad entre las piedras oscuras. Urgió a Terra a deslizarse por una grieta, y llegar hasta la mancha blanca;

un corderito de apenas unas horas de vida. Sin pensar, desmontó y recogió a la solitaria criatura. Notó la agitación bajo la caliente lana del animal y su corazón se derritió sin remedio. Sabía que no hubiera podido salir de allí sin perder la vida en el intento. Era un corderito nacido fuera de temporada, algo inusual a finales de otoño, pero no imposible.

Recorrió el paisaje con la mirada hasta que vio lo que sospechaba. La madre estaba muerta; su cuerpo estaba medio oculto por la vegetación a unos metros de distancia.

Imogene vio también la sangre que oscurecía la tierra. Se había filtrado en el terreno, dejando una enorme mancha. El pobre animal había muerto al dar a luz, una dura realidad de la vida tanto para seres humanos como para otras criaturas.

Apretó al bebé y lo aseguró delante de la silla mientras el animal balaba con desconsuelo y Terra resoplaba con irritación. Se subió a una enorme roca para volver a montar y poco a poco encontró la manera para salir de la grieta entre las piedras y regresar al sólido terreno de la pradera. Mientras regresaba a la granja de Kenilbrooke, pensó que lo mejor sería devolver el cordero al señor Jacks e informarle de la oveja muerta.

Sin embargo, Terra tenía otra idea. El animal sacudió la cabeza y dio un paso con torpeza, demostrando con claridad que tenía problemas para soportar el peso. Imogene saltó al suelo por segunda vez y trató de averiguar qué le ocurría.

—Se te ha clavado una piedrecita al atravesar las rocas, ¿verdad, bonita? — Sin dejar de tranquilizarla con palabras suaves y caricias, examinó el casco lo mejor que pudo, pero no encontró nada. Desafortunadamente, el balido del corderito se volvió incesante—.

Eso tampoco te está ayudando, ¿a qué no? — Terra la observó con paciencia, como si entendiera cada una de sus palabras.

Apartando el cordero de la silla, Imogene lo sostuvo contra su pecho hasta que se calmó. Una vez que Terra se hubo tranquilizado lo suficiente, se envolvió las riendas alrededor de la mano y comenzó a guiarla poco a poco.

—Supongo que tendremos que regresar caminando.

Terra relinchó como si estuviera de acuerdo. Lo único que podía hacer era llevar al animal tan suavemente como le fuera posible y pedir ayuda en Kenilbrooke Park. Jamás se arriesgaría a que la herida de su caballo se hiciera más profunda por buscar su propia comodidad, y un paseo no la mataría. Puede que no fuera demasiado agradable con el corderito en los brazos y que el sol de noviembre resultara un poco más ardiente de lo que creyó originalmente, pero sobreviviría. No era para tanto, pensó mientras se abría camino entre las rocas y los matorrales. Emprendió el camino con vigoroso impulso. No eran tantos kilómetros y los recorrería con rapidez.

«Sigue diciéndote eso, chica».

Criar animales era lo que mejor sabía hacer, o al menos eso era lo que le decía su hermano con considerable frecuencia. Aunque ir a Kent para la boda de su primo era su obligación, eso no significaba que quisiera estar allí. Era consciente, por otra parte, de que los deseos y el deber rara vez coincidían. Al menos en su caso. Así que en Kent se encontraba en ese momento. Graham Everley, noveno barón de Rothvale, dueño de Gavandon, miembro del parlamento, retratista no conocido y, sobre todo, miserable bastardo, miró por la ventana de la casa de su amigo y pensó en el último año de su vida. Al regresar a Inglaterra había recuperado sus innumerables sentimientos de impotencia y pesar. En Irlanda todo era diferente. Era más fácil. Todo iba más despacio.

La echaba de menos desde el día que partió.

—Bien, ¿entra en tus planes ir a la ciudad mientras estás aquí? —preguntó Hargreave desde un lugar a su espalda, detrás del sofá.

—Sí, en realidad sí —repuso Graham, sin apartar la vista de la ventana—.

La semana que viene viajaré al sur. ¿Cuánto tiempo se tarda? ¿Dos horas a caballo…? —Sus palabras se perdieron y su voz se desvaneció ante el palpable dolor que le golpeó en lo más hondo, casi como si le perforaran la carne. El duro latido que acompañó el dolor le indició que su corazón también estaba implicado en aquella batalla. Todo era respuesta directa a lo que sus ojos estaban percibiendo.

—¿Hargreave? Qué visión más extraordinaria. Y justo aquí. —Hizo un gesto a su amigo para que se acercara—. ¿Quién es? ¿Quién es esa joven belleza que lleva un corderito en sus brazos y a una yegua coja de las riendas por el camino?

Henry Hargreave se unió a él ante la ventana y frunció el ceño en cuanto la vio.

—Es la señorita Byron-Cole. Parece necesitar un poco de ayuda. Bajaré y averiguaré lo que le ha pasado. —Graham siguió a su amigo. Fuera o no de mala educación, tenía que ver mejor a esa joven.

—Señorita Byron-Cole, buenos días. Creo que ha tenido algún problema — anunció Hargreave mientras se acercaba.

—Señor Hargreave. —La muchacha parecía nerviosa. ¡Dios!, era una diosa.

Graham no podía dejar de mirarla. Y esa voz… Lo único que le había oído pronunciar, el nombre de Hargreave, era suficiente para tentarse. Se trataba de un sonido ronco, con un soplo de sensualidad que ponía en su cabeza imágenes de piel desnuda y cuerpos entrelazados en una cama. Concretamente, el cuerpo de ella desnudo en su cama.

Observó a la señorita Byron-Cole mientras explicaba a Hargreave lo que le había ocurrido, haciendo caso omiso del hecho de que estaba mirándola como un idiota.

—Había pensado en pedir ayuda a su administrador. Sí, señor, ha sido una mañana llena de acontecimientos. Me encontré con este corderito recién nacido, y su madre muerta en lo alto de la pradera, donde el arroyo seco, y no podía dejar abandonada a la criatura.

Cuando ya había decidido entregarla en la finca, noté que mi yegua cojeaba.

Parece tener algo clavado en el casco de la pata delantera, posiblemente una piedra o algo así. Así que mucho me temo que hemos padecido una caminata pesada y lenta en lugar de disfrutar de un paseo.

Hargreave llamó al administrador de la finca y se dirigió de nuevo a ella.

—Señorita Byron-Cole, debe estar agotada tras esa caminata tan dura con el animal en brazos. ¿Por qué no toma un refresco y se sienta un rato con nosotros?

—Es muy amable, pero no, gracias —se negó ella, sacudiendo la cabeza—.

No voy a imponerle mi presencia. Sé que está a punto de recibir a sus invitados y no tengo deseo de interrumpirle. —Los ojos de la joven se detuvieron en el lugar donde él estaba parado en los escalones. Graham se quedó paralizado, pero no apartó la vista, viéndose obligado a mirarla, incapaz de hacer otra cosa—. Me temo que mi tía me va a echar de menos. En mi casa deben preguntarse dónde me he metido —añadió con solemnidad.

—Por supuesto, pero tenga la seguridad que su presencia no es una intrusión. Estoy seguro de que proporcionará una bienvenida distracción a mis invitados. — Hargreave se volvió ligeramente, dirigiendo su mirada al lugar donde estaba Graham, todavía sobre el mismo escalón y con expresión de idiota. Hargreave arqueó una ceja con diversión antes de volver a enfrentarse a la hermosa señorita Byron-Cole.

Afortunado cabrón.

—En cualquier caso, somos vecinos, y se ha arriesgado con valentía para devolver algo perteneciente a mi finca. Debería estar pagando mi deuda con usted. — Hargreave seguía parloteando cuando el administrador de la propiedad entró en escena —. Ah… aquí está el señor Jacks. Él se hará cargo del cordero y examinará a… mmm… ¿cómo se llama su yegua?

— Terra. Su nombre es Terra, señor Hargreave. El señor Jacks ya lo sabe.

Graham pensó que parecía que la señorita Byron-Cole quería retirarse, y él se vio asaltado por la irracional idea de que debía exigirle que se quedara y tomara el refresco que había sugerido Hargreave. Todavía no había acabado de mirarla. Y quería oírla hablar un poco más. Pero todos sus deseos se vieron relegados cuando el mozo transfirió la silla de la montura coja a un caballo negro con aire regio que tenía una mancha blanca en la frente, un representación perfecta de un rayo sobre las olas del océano.

— Terra, que significa tierra. ¿Podía ser más apropiado? Le diré que el caballo sobre el que regresará a casa se llama Triton, dios del mar. La tierra y el mar se ven representados aquí, por así decirlo —bromeó Hargreave, señalando a los dos animales.

Graham quiso poner los ojos en blanco, pero se limitó a esperar la respuesta de la joven.

—Entonces son, de hecho, la tierra y el mar. —No rio la broma—. Triton ya me conoce. Me atrevería a decir que sé manejarlo. Es un animal muy rápido y, no obstante, suave. Gracias, señor, por su amabilidad y por prestármelo. Mi tío enviará mañana a un mozo a por Terra y devolverá a Triton al mismo tiempo. ¿Le parece bien?

—Perfecto. No hay ningún problema. —Hargreave se acercó a la caja para montar mientras que Graham se obligó a mantener los pies en el escalón cuando lo que en realidad quería era ayudarla a alzarse desde la caja. Poner las manos en su cintura y abrazarla. ¿Qué demonios le estaba pasando a su cerebro?—. ¿Vendrá con su familia al baile de esta noche?

—preguntó Hargreave. «Una buena pregunta, sin duda».

—Sí, señor, es el evento más esperado en Wilton Court. Creo que todo el mundo lo aguarda con gran entusiasmo —respondió ella con cortesía, pero miraba el camino de grava como si fuera su mejor amigo. Quería irse.

—¿Usted se encuentra entre los que lo esperan con tanta ansiedad?

—«¡Gracias, Hargreave!». Graham esperó que ella le dijera que sí. Si acudía al baile esa noche significaría que volvería a verla. Que podría hablar con ella. Bailar. Tocarla.

—Sí, por supuesto. —Su respuesta no desveló nada. La señorita Byron-Cole era una belleza reservada—. Una vez más, muchas gracias, señor Hargreave, por su ayuda. Por favor, transmítale mis mejores deseos a la señora Hargreave, a la señorita Mina y al señor Everley. Que tenga un buen día, señor.

Escuchar su apellido en aquellos labios fue muy satisfactorio, a pesar de que se dio cuenta perfectamente de que no se refería a él cuando mencionó al «señor Everley». La señorita Byron-Cole había citado a su primo, Julian Everley, el novio, y la razón de que Graham estuviera en tierras inglesas después de año y medio alejado de ellas. Si su primo no estuviera a punto de casarse, él jamás habría salido de Donadea por voluntad propia.

Ella bajó la cabeza sonriendo con rigidez. Cuando la volvió a levantar, sus ojos se encontraron con los de él durante un momento y le sostuvo la mirada. De pronto, Graham se sintió como un escolar y no pudo reprimir una sonrisa. Pero en el mismo momento en que ella la vio, se dio la vuelta con brusquedad. «¡Maldición!».

—Entonces, señorita Byron-Cole, nos veremos esta noche. —Hargreave se inclinó antes de reunirse con él en la escalera. La vieron montar con rapidez, y los cascos de Triton levantaron una polvareda mientras ella se alejaba hasta perderse de su vista.

Ese caballo negro era magnífico. De hecho, la escena, la combinación de amazona y montura era increíble.

—Tienes que contarme todo lo que sepas sobre esa mujer, Hargreave. — Graham había decidido que no debía perder el tiempo y que era mejor descubrir cuanto antes todo lo posible sobre la señorita Byron-Cole.

Su amigo arqueó la ceja, pero no dijo nada. Cuando regresaron al salón, las cabezas de todos los presentes se volvieron hacia ellos, ansiosos por conocer nuevos chismes.

—¿Y bien? —pregunto Sophie.

—La señorita Byron-Cole les envía sus mejores deseos. —Hargreave explicó con rapidez al grupo lo ocurrido mientras cogía la mano de su esposa y se la llevaba a los labios para besarla.

—Parecía agotada, Henry. Deberías haberle sugerido que descansara y bebiera algo —comentó Sophie.

—Claro que sí, querida, y así lo hice. Sin embargo, ella parecía muy preocupada por que la echaran de menos en Wilton Court y estaba ansiosa por seguir su camino. Como estoy seguro que has observado, salió volando en cuanto tuvo oportunidad.

De hecho, estaría preocupado por la seguridad de Triton si no fuera una amazona de tanto talento.

—Me atrevo a decir que se comportó con prudencia dada la situación — intervino Graham, sorprendiéndose a sí mismo—, era evidente que estaba presionada por la obligación. Tuvo la precaución no solo de rescatar al cordero, sino de proteger a su yegua de una lesión permanente al darse cuenta de que no debía montarla. Creo que es una joven más sensata que otras damas que le doblan la edad.

Todos se volvieron hacia él y le miraron como si le hubiera crecido otra cabeza.

—Creo que en eso estamos de acuerdo todos, Graham. —Hargreave acudió en su rescate—. Esta noche estará presente en el baile.

—Pero ¿quién es? —insistió Graham. Parecía que su boca había decidido funcionar de forma totalmente independiente de las buenas costumbres o la lógica—.

Er… resulta muy inusual. —Sabía que estaba resultando insistente y que parecía idiota, pero necesitaba saberlo.

—Esa notable jovencita es la honorable Imogene Byron-Cole —informó la señorita Wilhelmina Charleston (Mina, como era conocida de forma cariñosa), prometida de su primo y hermana de la señora Hargreave—. Y como bien has dicho, no es ajena al deber.

Ha venido a Shelburne para vivir con la familia Wilton. Lady Wilton es su tía, hermana de su padre, el difunto lord Wyneham. Imogene se crió en la zona rural de Essex, donde acababa de quedarse huérfana. No creo que me equivoque al decir que todavía sufre por el dolor de la pérdida.

—¿Wyneham? Creo que he oído hablar de él. Estoy seguro de que incluso lo vi una vez. ¿No se dedicaba a la política? ¿Y en qué situación la dejó la pérdida de sus padres? Me atrevería a decir que percibí su tristeza, me pareció presente en el intercambio que… Graham deseó tener un cuchillo a mano para cortarse la lengua.

Mina y Sophie se miraron, un intercambio fraternal que era una señal segura de que estaban dándose cuenta de que era un imbécil sin remedio.

—Estás en lo cierto. Lord Wyneham era muy popular en la Cámara de los Lores, y se entregó a la política de forma activa hasta su prematura muerte. —Mina vaciló antes de seguir hablando—. Imogene se ha hecho muy amiga de nuestra hermana, Jocelyn, y se ha desahogado algo con ella. Hace muy poco que acabó el luto oficial.

Graham asintió de forma educada, esperando que Mina continuara. Le molestaba sentir aquella ansiedad por saber todo lo referente a Imogene Byron-Cole.

¿Qué demonios le pasaba? Debía estar perdiendo la cabeza. Llevaba fuera de Inglaterra demasiado tiempo.

Mina sonrió con suavidad y continuó la historia.

—Por lo que yo entiendo, Imogene ha experimentado demasiadas pérdidas en tan solo un año. La primera fue verse alejada de su querida y única hermana cuando esta se casó con un caballero y se trasladó, creo, a Gloucestershire. A continuación, tan solo unos meses después de la boda, su madre, lady Wyneham, sucumbió a una larga y grave enfermedad tras años de padecimiento. Hace siete meses, ocurrió la desafortunada muerte de lord Wyneham. Lo mataron en inciertas circunstancias, algunos incluso dicen que se buscó su propio fin llevado por la pena de perder a su esposa. Hace unos seis meses, cuando la situación se tranquilizó un poco y se firmaron una serie de acuerdos, lady Wilton regresó de Essex acompañada de Imogene. Ni que decir tiene que la pobre está luchando para adaptarse a haber perdido a todos sus seres queridos y a la falta de seguridad que azotó su vida durante el pasado año.

—¿Quieres decir que ha sido bien recibida por sus relaciones? —Graham no pudo reprimir la pregunta, pues odiaba la idea de que estuviera viviendo con una familia que podría no desear su presencia.

Mina asintió al tiempo que esbozaba una sonrisa cómplice.

—Creo que es muy querida donde está, aunque imagino alguna de esa devoción corresponde en parte a la gratitud, ya que sus pérdidas personales han enriquecido a los Wilton de forma considerable. Dado que lord Wyneham murió sin heredero varón, el título, las propiedades y todo lo demás ha recaído en su sobrino, el primo de Imogene, Timothy Wilton, que recibirá todo cuando alcance la mayoría de edad el año próximo. Aunque por el momento, se encuentra todavía en la universidad, Cambridge.

—¿Cuántos años tiene la señorita Byron-Cole? —Graham quería saber más —. ¿Ha sido presentada ya en sociedad? —Sabía que estaba comportándose como un patético idiota, pero no podía evitar su curiosidad.

—Por lo que ha dicho Jocelyn, no creo que haya llegado todavía a los veinte.

Debutó en Londres el pasado invierno, pero tuvo una temporada limitada debido a la enfermedad de su madre.

—¿Y suele montar a menudo a caballo? —insistió él de forma imprudente.

—¡Santo Dios, Graham! —intervino su primo, Julian Everley, que hasta ese momento había permanecido en silencio—. ¡Menuda sorpresa! Sí, monta a menudo. — Jules esbozó una sonrisa sabedora antes de proporcionarle más información —. Nos hemos encontrado con ella varias veces. Parece muy experimentada y confía en sus habilidades, pero prefiere claramente la soledad a la compañía de otros jinetes.

—Sí, es una amazona muy hábil, tal como dice Jules —apostilló Hargreave —. Se muestra siempre muy educada y modesta, como debe hacer una joven de buena familia. Su tío, sir Oliver Wilton, se acercó a mí poco después de que ella se instalara en Shelbourne.

Me dio a entender que montar a caballo es un desahogo para ella, y que le permite entregarse a sus deseos de cabalgar en solitario. Trajeron su yegua desde Essex. Después de nuestro primer encuentro, se sintió satisfecho de que le concediera acceso a Kenilbrooke, dado que sir Oliver prefería que montara dentro de los límites de una finca donde estaría segura. Jacks, mi administrador, se encargó de todo. La adora como si fuera su hija. Se encarga de que pueda disfrutar montando a caballo en paz, bajo la protección que Kenilbrooke puede ofrecerle.

—Entiendo —respondió Graham con firmeza—. Bien, Hargreave, por favor, preséntamela en el baile de esa noche.

Hargreave frunció los labios, divertido, preparado para comenzar a burlarse.

—¿Lo dices en serio? Y yo que tenía la impresión que solo estabas mostrando un leve interés pasajero… Graham entrecerró los ojos y se le ocurrieron todo tipo de réplicas que no debían ser dichas en presencia de damas.

«¿Qué tal si muestras un leve interés pasajero en meter las narices en mi culo?». Era consciente de que Hargreave también lo sabía, y que parecía disfrutar enormemente.

—Eso está hecho, amigo. Pero, por favor, recuerda que es una joven de buena posición, no alguien con quien se pueda jugar. Tiene muchos protectores. — Hargreave dijo la última frase con cierta cautela.

Graham sintió que se le erizaba el vello de la nuca y clavó los ojos en su amigo con autoridad, con una firmeza familiar para un hombre de su posición.

—Ya me conoces —pronunció con seguridad—. Soy un caballero, ¿no? No deshonro señoritas, nunca. —Sus palabras debieron sonar como una amenaza porque Hargreave se echó a atrás, dejando más espacio entre ellos.

—Jamás lo he dudado, Graham, lo sé —aseguró.

Él intentó dejar de estar a la defensiva, y se esforzó por suavizar su tono.

—Creo que voy a ausentarme un rato. Intentaré localizar a mi hermano y le ayudaré a instalarse. Hasta luego. Señoras, Jules, Henry… —Se inclinó antes de abandonar la habitación, sabiendo que los chismes bullirían en el momento en el que se ausentara. Su primo y sus amigos especularían al respecto. Los cotilleos se sazonarían con burlas. Estaba seguro de que acabaría surgiendo una sátira sobre su interés por la hermosa señorita Imogene Byron-Cole antes, durante y después del baile de esa noche. Y ahora no podía hacer nada al respecto para evitarlo.

«Imogene… un nombre irlandés. ¿Sería real? Me he sentido atravesado por una espada. Si estoy soñando… ¿quiero despertar?».

La respuesta de todo su ser a la presencia de esa joven había sido visceral.

Trató de concentrarse en la idea, pero su cuerpo reaccionaba de forma independiente sin tener en cuenta lo irracional del asunto. Mientras se dirigía a los establos, Graham tuvo una revelación: la realización de todos los acontecimientos había sido obra del destino, y escapaba por completo a su control. No era aquello lo que había esperado encontrar allí, pero ya no sería capaz de alejarse de Imogene Byron-Cole, igual que era incapaz de detener el tiempo. Comenzaba a dolerle la cabeza, sin embargo su corazón parecía estar volviendo a la vida.

Una vez que llegó a los establos, los olores y sonidos familiares le sosegaron un poco. Seleccionó un garañón gris y ordenó que lo ensillaran. Mientras esperaba, vio la yegua de la señorita Byron-Cole sola en un box.

« Terra. Su nombre es Terra, señor Hargreave».

Habló con el animal diciendo su nombre y le acarició el cuello antes de inclinarse para examinar la pata delantera con cuidado. No parecía estar dolorida ahora, lo que era una buena señal. Terra era un animal noble y sería una pena que acabara dañado… o que su amazona resultara herida por su culpa.

—Esa yegua no es de la finca, milord —dijo el mozo—. Está aquí porque anda un poco coja.

—Sí, vi a la dama que la trajo. ¿Está recuperada?

—Sí, milord. Tenía una piedra en el casco. El señor Jacks indicó que la examinaran.

Dentro de nada estará como nueva.

—¿Y qué me dice del corderito que trajo la dama esta mañana? ¿Qué es de él?

—Está aquí mismo, milord. Estoy alimentándolo con leche de vaca en una botella hasta que encontremos al pastor. Está muy bien.

Graham se asomó a uno de los boxes y allí estaba la cría, cubierta con una vieja manta de caballo. El animal levantó la cabeza para mirarlo con aquellos ojos grandes, redondos y expresivos. Pensó en que aquella criatura había disfrutado de los brazos de la joven durante todo el camino, que ella lo había apretado contra su cuerpo, que lo había acunado contra sus pechos. Sintió unos feroces celos por aquel inocente animal.

La voz del mozo interrumpió sus reflexiones.

—El caballo ya está preparado, milord.

Graham montó el garañón gris a través de los campos, tratando de aclarar su mente y pensar las cosas con tranquilidad. Pero la paz le rehuía. La imagen de ella, con su pelo dorado oscuro y aquellos conmovedores ojos castaños se había grabado a fuego en su cabeza y no era capaz de borrarla.

«He dejado claro lo atraído que me siento por ella, pero ¿y si no siente lo mismo?

Nadie me perderá de vista esta noche. ¡Santo Dios!».

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Recién lanzado: Capítulo 18 Capitulo 18   12-13 08:03
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