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El Guerrero Formore

El Guerrero Formore

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En el cruce de los clanes hostiles de Eireann, Kiara, hechicera, y Guillum, líder enemigo, unen sus corazones en sigilo. Condenados por un pacto matrimonial para apagar la guerra, su amor velado se alza como la única senda que podría redimir el destino de Eireann, envuelto en un misterioso resplandor de esperanza.

Capítulo 1 Ojos de Amatistas Claras (Parte 1)

Kiara observaba en silencio al grupo de druidas, líderes de los más ancestrales y poderosos clanes del territorio de Las Trece Islas Lunares de Brianne, que se habían congregado en su hogar, presididos por su padre. Todos hablaban a la vez y no era de extrañarse que eso ocurriese. Ya que, la situación era desesperante para todos. Su padre, el anciano Druida del clan O’Briam, levantó una mano y, todo aquel murmullo de avispero, cesó.

—Muy bien, hermanos míos,. Recuerden hablar en orden, por favor. Díganme, uno por uno: ¿Dónde han perdido el rastro de sus caravanas?— preguntó aquel anciano hechicero sin levantar la voz, pero con la fuerza suficiente para ser escuchado por todos en el lugar.

Ocurría ser que, por aquellos días tan turbulentos e inestables de guerrillas y trifulcas entre clanes mágicos y no mágicos, los Clanes druídicos de Eireann, estaban siendo víctimas de extraños saqueos a sus caravanas de aprovisionamiento. Estas mismas provisiones, eran enviadas para abastecer los Templos Sagrados y principales de Morrigan, Lugh Artesano, Navia y Ariadnae.

Con gran preocupación, Kiara, escuchó como todos los allí presentes, sin excepción, constataron que esté suceso ocurría cuando los carromatos llegaban al gran territorio vecino de Valoor. Más específico…

—A la altura de La Gran Garganta del Gigante de Piedra…— reconoció un hombre de mediana edad y rala cabellera, al que Kiara solo conocía como el líder del clan McNessa. Ni siquiera podía recordar su nombre.

Los demás presentes le dieron la razón. Ellos también habían perdido el rastro de sus caravanas al cruzar el río Viejo Jon. Ese rio se encontraba en la parte parte Sur del territorio, limitando con el gran cordón montañoso que era La Garganta del Gigante.

Kiara, preocupada ante aquellas afirmaciones, se atrevió a echarle una mirada de apremio a su padre, que estaba a su lado con semblante pensativo, ignorándola, como si ella no estuviera allí. Al igual que lo hacía siempre.

No necesitaba de mucho esfuerzo para entender lo que pasaba por la mente de aquel anciano señor. Para su desgracia y fortuna, Kiara sabía muy bien lo qué estaba pensando, siempre era así cuando algo ocurría cerca de ese territorio. Más aún, si eso influía directamente en la casa O'Briam, como en ese momento. Ya que, ellos también habían sido víctimas de esos atracos.

—Oye, Briam, quisiera advertirte algo antes de que comiences con tu cantaleta: Dudo mucho que hayan sido la gente de Guillum… ¡ya bien saben los dioses cómo es la Roca en esos asuntos! no quiere saber nada de los Druidas, ni de los Nigromantes… hasta a veces tengo dudas de si le gustaría directamente no saber nada de mí y mis negocios, hermano… Cada día está más paranoico por esto de la guerrilla…— escuchó como su tío intentaba defender al líder de los Clanes de aquella región.—… ¡Pero sea! Si quieres, iré yo mismo a verlo y hablaré con él sobre el tema. Puede que sepa algo, él siempre está vigilando el perímetro de la zona.

Al escuchar aquella sugerencia, por un momento, Kiara, sintió como volvía su pequeña y frágil alma al cuerpo. No era para menos, todo este asunto era peligroso para ese hombre del que estaban hablando. Ese mismo hombre por el que se preocupaba siempre. Cerró sus ojos y rogó en silencio para que, por una vez, su padre, se dignara a dejar su odio de lado y escuchara consejos más sabios.

—Como puede que, aunque sepa algo, no te lo dirá , porque seguramente, tiene las manos manchadas de este asunto, Darack…— Replicó bruscamente su padre, rompiendo con toda pequeña esperanza por parte de Kiara.

De todas formas, ella, aunque desilusionada , no se sorprendía en absoluto de aquella respuesta ¡Si de sobra sabía bien cuanto odiaba su padre a los Gigantes de Piedra en general! Y, aún más consciente era de cuanto desconfiaba ese anciano druida del portavoz de los clanes Formore en particular. Guillum Hardstone, aquel al que llamaban “La Roca”, era su enemigo número uno.

— ¿Qué puedes esperar de los de su raza? ¡Si son todos unos salvajes que no siguen las leyes civilizadas de nosotros los tuathas! Son incluso peores que esos a los que te has unido… — continuó hablando con desprecio, ajeno al afecto de puñal que sus palabras ocasionaban en su amada hija mayor.

La disputa siguió hasta largas horas de la noche. Para su desgracia, Kiara, aunque estaba más que agotada de todo ese asunto, tuvo que quedarse a presenciar toda aquella reunión, enterándose así de las conclusiones finales. Era lo que se esperaba de ella; lo correcto para la futura líder del clan O’Briam era que estuviera allí aprendiendo de esta forma la manera correcta de liderar su clan.

Aunque, en amén a la verdad, ella dudaba mucho que esa práctica le sirviera de algo el día de mañana. Pero sea, esa práctica no era del todo inútil. Si había algo que tenía en mente hacer cuando ella fuera la líder, eso era: No seguir el ejemplo de su padre. Y para eso, más le valdría aprender a conciencia qué era lo que su padre hacía realmente como líder.

—Bien, hermanos míos, Líderes de los Trece Clanes de Las Trece Islas Lunares de Brianne, yo, Briam O’Briam, líder druida guerrero de la casa O’Briam, del territorio de Las Trece Islas Lunares de Brianne…— exclamó con solemnidad aquel hombre que era su padre. Tanta solemnidad que, a algunos presentes, les costaba trabajo seguir el discurso—… He decidido que, lo mejor para esta situación, será que no manden ni reciban caravanas por el tiempo en el que yo mismo haré las investigaciones. Y, al cabo de tres lunas, nos reuniremos de nuevo. Y, en esa oportunidad, yo, Briam O’Briam, les prometo que les traeré al delincuente, para que, juntos, decidamos cuál será su castigo…

Al escuchar el veredicto, Kiara alzó la vista a su padre, mirándolo sin poder evitarlo, con una expresión de súplica y terror . De habérsele permitido, se habría echado a llorar con amargura, expresando oralmente lo que sus ojos gritaban en silencio. Pero no era lo correcto, las etiquetas estaban por algo y ella era la niña buena, la niña perfecta ante los ojos de su padre. Por ende, no debía faltar a las etiquetas ,ni mucho menos, protagonizar ningún tipo de espectáculo como el que le hubiese gustado expresar. Suerte para ella que estaba su tío, suerte más aún que ese hombretón estaba al tanto de lo que ella pensaba.

Darack, que ya sabía que pretendía hacer su hermano mayor, no pudo evitar rodar los ojos con fastidio. Rio burlón, atrapando la atención de su hermano y de los demás presentes, como era su intención. Briam no pudo evitar observarlo censurante por ese agravio, Darack siempre era así, incorrecto y grosero. A veces, el anciano Druida se preguntaba porqué seguía admitiéndolo en las reuniones del consejo. Si a fin de cuentas, Darack no era un druida, sino un Nigromante. Sin mencionar el hecho de que él tenía su propio clan.

Por su parte, Kiara, ya sabía lo que diría aquel nigromante aliado. En parte, era lo que ella quería decir, pero no lo admitiría, no era lo correcto. Y por eso, se lo agradeció en silencio, con sus ojos azul hielo.

—Y si no es Guillum Hardstone el delincuente ¿qué más nos da?... de todas formas lo harás pagar por haber nacido Formore y tener el cuero de piedra... “como todo mal nacido Formore”…¡Ja! ¡Si te conozco bien, Briam! ¡No me quieras ver la cara, hermano mío! Tú solo estás pensando en quitarte al semi gigante de encima. Lo culparas aunque él te demuestre concretamente que no tiene nada que ver en esto. — repuso sardónico mientras se encogía despectivo de hombros, dando a conocer el desacuerdo que sentía con su hermano.— Hazme caso y piensa un poco con la neutralidad de un druida, por una vez en tu vida, hermano. No te metas en problemas, que ya tenemos y de sobra con los de Fionn.

Se hizo un silencio incómodo en la sala. Nadie se atrevía a decir nada al respecto. No convenía meterse cuando esos dos se enfrascaban en esas disputas. Todos, con excepción de esos dos hermanos, contuvieron el aire, a la espera de las respuestas. Pero el líder de los clanes druídicos no se digno a responder, solo carraspeó e ignoró a su hermano, única señal de que lo había escuchado muy bien, pero no le haría caso. Él nunca hacía caso a nadie.

Indignado, Darack, se levantó de su asiento y posó una mano en el hombro de su sobrina. Un mensaje en clave que solo ella pudo escuchar. Al menos, ese pequeño mensaje la tranquilizó en partes.

«Niña, me iré ahora mismo a ver cómo están las cosas en La Garganta. No te preocupes, le enviaré tus saludos a tu querido amigo…»

— Más me valdrá hacer las cosas por mi cuenta… no quisiera que inicies una disputa absurda de la que nos vayamos a tener que arrepentir después, hermano mío…— Advirtió el nigromante, antes de desaparecer del lugar mediante un portal de rubí escarlata.

Así pues, antes de que Briam pudiera haber dicho un par de palabras para detenerlo y recuperado un poco de orgullo ante su revoltoso hermano menor en frente de toda la cohorte. Este, ya había desaparecido del lugar, dejando un as de luz rojiza como único signo de su despedida.

Kiara sabía que se había ido a La Garganta del Gigante, así se lo había dicho en el mensaje. Pero sabía que, dadas las múltiples protecciones mágicas de aquel cordón montañoso, su tío tendría un largo viaje de, al menos, una semana para llegar a hablar con Guillum. Aún así ¿Qué podría hacer el semi gigante para evitar todo lo que se le venía encima? Además ¿Por qué motivo él iba a necesitar saber eso? Si era inocente de todo este asunto ¿verdad? Un carraspeo de parte de su padre, le hizo volver la atención a la reunión. No era apropiado que la heredera del clan O'Briam se distrajese en ese momento. Sonrió a su padre de forma tan que esa sonrisa se interpretara como una disculpa muda y siguió muy de cerca todo el discurso que había sido interrumpido.

Para su suerte, los líderes de esos clanes se marcharon apenas hubo terminado aquella reunión. De lo contrario, ella habría tenido que ser la encargada de acomodar las cosas para que nada les faltase.

Pero , para su desgracia, sus obligaciones no terminaron allí. Todo el día siguiente tuvo que presenciar la planificación de los absurdos planes de su padre preparó con esmero para aquella empresa.

«¡Como si él no fuera a reconocer de dónde viene esa embozcada! ¡Por Danna, padre, ese hombre es capaz de ver tus intenciones antes de que tú mismo las hayas pensado!»

Se sintió tentada de advertirle, ella conocía bien cómo era ese hombre. Sabía que los planes de su padre serían un rotundo fracaso y, de no ser por algunas cuestiones, que preferia guardarse para si misma, sabía que hasta lo podría matar antes de que su padre llegase a siquiera tocarle una sola hebra de su oscuro cabello. Pero todo eso se lo tuvo que tragar. Mordiéndose la lengua tan a menudo que hasta había conseguido sacarle sangre, solo se quedó en silencio petreo, observando todo con un interés inusual en ella.

Para su suerte, solo tuvo que soportar dos días de aquel martirio y, muy entrada la noche del día siguiente, ya estuvieron hechos los preparativos para la comitiva de avanzada en aquella empresa que su padre tenía intención de realizar.

El plan era simple y estúpido:

Su hermana menor, Moira (que, por alguna razón de la cual nunca quiso hacer mención, se encontraba allí ) iría primero junto a su amigo Rumpel y una caravana de falso aprovisionamiento. Se harían pasar por simples carreros, unos de los tantos que el clan tenía a su disposición, e intentarían averiguar todo lo que pudiesen de las posiciones que ocupaban los saqueadores e informar a su padre de todo este asunto. De ser posible, entrar a La Garganta, lugar donde, obviamente, moraban estos asaltantes y esperar a que la segunda fase del plan se llevase a cabo.

Esta última, consistía en entrar a La Garganta por la fuerza junto a un buen ejército, apresar al líder de los Gigantes, puesto que resultaba más que obvio que él era el causante de todo ese asunto, y traerlo, encadenado como la vil rata que era, a comparecer delante del consejo druídico que, Briam O’Briam, había establecido para la ocasión, al cabo de tres lunas. Ni una más, ni una menos. Claro estaba, que en ningún momento se le pasó al anciano druida por la cabeza, la remota posibilidad de que ese tal Guillum, no tuviera nada que ver en el asunto.

Y de eso se encontraba hablando la menor de los hijos de Briam en aquel preciso momento en el que Kiara pasaba de casualidad por el patio de entrenamientos.

—¡Ja!, menuda la va a hacer el viejo si resulta ser que la Roca es tan inocente como él de este asunto ¡Ja, ja, ja!— Kiara escuchó como Moira se burlaba al hablar del tema con su amigo. La vio amohinar la boca, cambiando su sonrisa grosera a una expresión de descuerdo — ¡Hey, Rum, dime algo!: ¿Sabes por qué tanto odio le tiene el viejo al pobre hombre ese? ¡Mierda puta! Te juro que no lo entiendo ¡Joder, Rumpel! Si yo me acuerdo de cuando estuvo en la boda, en el momento de brindar, fue el único de los presentes que no levantó la copa y ¡Mejor aún! Tiró su vino al suelo, sin dejar de mirar a ese nigromante asqueroso de Fionn como si lo estuviera retando a qué le dijera algo por eso… ¡Tiene las pelotas donde deben estar ese formore! ¡Te lo digo yo! Escucha, Rumpel ¿Sabes qué opino de todo esto? Que el viejo es un estúpido y que solo vive del pasado. Haré toda esta misión estúpida, solo para demostrar que Guillum es inocente y cuando se lo diga a Padre ¡Me le reiré en la cara! ¡Ya lo verás! ¿A qué será divertido, eh? ¡Ja, ja, ja, ja!

A Kiara no le parecía para nada bien que su pequeña hermana fuera así de grosera e irrespetuosa. No era lo correcto para una señorita de su condición, por más menor que fuera en la rama familiar, debía comportarse, porque de eso dependía el prestigio de su clan. Sin embargo, dada como era a la indulgencia, Kiara, no sentía que podía culparla. A fin de cuentas, sabía muy bien que, por desgracia, la pequeña Moira pasaba más tiempo en compañía de su hermano Lugh, un druida guerrero de Ariadnae, y de su amigo Rumpel, un guerrero de la diosa Morrigan, que con otras señoritas de su edad, con las cuales nunca se había llevado bien.

Todos los que la conocían, no podían evitar comparar el carácter de Moira con el de su hermana mayor. Siempre haciendo cabriolas de macho con la espada, bebiendo cerveza e hidromiel en las cantinas como si fuese un hombre, buscando peleas o jugando con las dagas. Nada más alejado que los buenos modales y la delicadeza femenina de Kiara.

Al pensarlo así, la joven dríade, se hizo el propósito de pasar ella misma tiempo con su hermana y, así, intentar de inculcarle, aunque fuera un poco las buenas costumbres y dones de los Tuathas como ella. Con eso en mente, se acercó a ellos con expresión calma.

—No deberías ser así con nuestro padre, Moira. Recuerda que le debes respeto, incluso aunque no esté él aquí presente, cuida tus palabras…— Interrumpió con indulgencia, como si le hablara a una niña de solo cinco años, la misma que la observaba desdeñosa y altanera en ese momento —… Él sabe porqué lo dice. Además, no te olvides que esta no sería la primera vez que los gigantes ocasionasen problemas a los druidas. Es cierto que él fue el que más rechazo mostró ante la situación de la boda, pero, siento decirte que no puedes juzgar a un libro por su portada y bien lo sabes, Moira. Solo por aquella pequeña acción, no puedes decir que conoces a la persona lo suficiente como para probar su inocencia, hermanita ¿Cuándo fue la última vez que lo hemos visto? Incluso si antes pensara así, la gente puede cambiar por muchos motivos. No te olvides de eso.

Al escucharla, Moira, la miró desdeñosa y rodó los ojos. A veces, Kiara podía ser muy hipócrita e igual de estúpida que su padre si lo proponía. Ya eso no le sorprendía, siempre era así, Kiara la niña buena, la hija perfecta. Y ella… Moira. Se encogió de hombros dándole a entender lo que pretendía decir y sonrió burlona. Si algo debía destacarse de Moira, eso era que jamás había aprendido a callar lo que creía ella, eran conductas hipócritas e injustas. De ese defecto, había que darle las gracias a sus hermanos mayores, ellos, con sus complejos de héroes, inculcaron en ella ese tipo de actitud.

—¡Espera, espera! Hazme el favor de recordarme un par de detalles para empezar ¿Y a ti quién diablos te ha llamado, Kiara?— Replicó, altanera, para luego apuntarla con su dedo . Nunca había tomado a bien eso de las correcciones de etiqueta, necesitaba ponerla en su lugar de alguna forma— ¡Oye, oye! Pensándolo bien… ¿Qué no había sido Guillum quién te defendió de las burlas de esos nigromantes y de los mismos formore que estaban aquí para la boda? ¡Ay, ay! ¡Ya debo estar vieja y senil como Padre, porque parece que se me confunden las personas! Quizás fue otro hombre alto de ojos violetas y cabello negro y yo no me acuerdo ¿Ah? Pero también creo que oí por ahí que ese semi gigante del que no podemos asegurarnos nada, porque la gente puede cambiar y bla, bla, bla… ¡Te salvó de la batalla que ocurrió en la boda y te llevó con el himen intacto al bosque de Hojas Blancas! Sin mencionar que te dio el tributo, que en un principio era para mi, como ofrenda de un pacto de alianza entre su clan y el nuestro ¡No seas hipócrita Kiara! Después de todo lo que hizo ¡No puedo creer que pienses como Padre! ¡Me das asco! ¡Lárgate perra!

Kiara, abochornada y roja de vergüenza e hirviendo de rabia, prefirió alejarse lo más rápido que pudiese de allí, sin decir ninguna palabra, y resguardarse en la comodidad de su habitación. Había veces en las que se preguntaba porqué se molestaba en ser tan cordial con su pequeña, grosera y engreída hermanita. Si bien sabía que ella jamás tomaría con buenos modales las correcciones y contrariedades. Eran agua y aceite, eso era un hecho.

Sin embargo, ya en su cuarto, con un té de limón y uno de sus amados libros de la geografía de Eireann sobre su pequeño escritorio de alabastro recién pulido, no tuvo más remedio que darle la razón. Aunque eso solo fuera en partes y a regañadientes, ya que todavía le ardía mucho la manera en la que la había expuesto delante de terceros. A sus ojos, bien podría haberlo hecho con más tacto y menos volumen en la voz ¡No había necesidad de que todo el lugar se enterase de lo que hablaban!

Además, ella solo se había metido para prevenir su vocabulario ¡Nada más! Pero sea, su querida y adorada hermana menor prefirió malinterpretar sus intenciones y acusarla de hipocresía y de pensar de la misma forma que su padre. Por desgracia, nada más alejado de la realidad.

De solo pensarlo, su mente henchía de rabia ¿Quién más que ella tenía motivos para creer en la inocencia de Guillum? ¡Pero ella, como futura líder del clan O’Briam, tenía una imagen que dar en publico! Por lo tanto, no podía expresar abiertamente estos temas como lo hacían los demás.

Incluso, a ella misma le costaba hacerle creer a su padre que lo apoyaba en las suposiciones que tenía de aquél semi gigante, que este fuera la mente maestra detrás de todo ese vandalismo. Ella lo conocía bien, por eso sabía que era muy difícil que así fuera. Simplemente, esos atracos no cuadraban con Guillum.

¿El motivo? Era simple:

Ese hombre, aunque fuera de modales hoscos, había dado a entender, no una, sino muchas veces que no pensaba tomar parte de la guerra que se gestaba en ese momento. Además de haberle dejado en claro su manera de pensar ante dichas prácticas.

Durante el tiempo que estuvo compartiendo con él, Kiara, se había dado cuenta de muchas cosas al respecto de su personalidad. Ella bien podría decir que Guillum era una persona brillante. Ella sabía que él hablaba muchos dialectos de Eireann y de “Mas-alla-de-Eireann” también. Podía destacar en él la honradez de sus pensamientos, así como las ideas claras de un verdadero líder que piensa exclusivamente por el bienestar de su gente. Podía reconocer la sensibilidad en las piezas que él tallaba, al igual que el poder de la magia de los Formore ¿Cómo podría creer que ese hombre fuera capaz de caer tan bajo? ¡No lo entendía!

Pero, bueno, Padre, a veces solía pecar del egocentrismo del que suelen pecar aquellos que llegan a una cierta edad avanzada y adquieren mañas, producto de la soberbia que sentían al ver que ellos vividos más que otros… como las de no admitir sus errores.

De todas formas, siempre había sido así o al menos eso le había asegurado su tío Darack. Y al menos en lo referente a los Gigantes de Piedra, el viejo nigromante no se equivocaba. Pero su padre siempre alegaba que tenía motivos más que fundados para pensar de esa manera ¿Cómo no los tendría? Si esa ancestral raza, también llamada Formore, eran enemigos acérrimos de los druidas en general y del clan O’Briam en particular.

Por años, esa antigua raza, se había aliado a los nigromantes, luchando en contra de las leyes de Danna. Y, si no había guerras por luchar, estos gigantes, siempre conseguían la manera de molestar a los clanes druídicos robando caravanas de comida y secuestrando mujeres tuathas.

Pero eso había sido antes , cuando no estaba Guillum al mando. Aquel semi gigante, hijo de madre tuatha y padre formore, había conseguido hacer esa diferencia, iniciando toda su pequeña trayectoria como líder cuando la protegió a ella, aquel día en que su hermana se iba a casar con el líder del la Rebelión Nigromante, con Fionn.

Hojeó el libro, sin prestarle real atención, preguntándose cuánto había pasado de aquel encuentro ¿cuatro años? Creía que más, aunque no estaba segura. Bebió un sorbo de su taza de té y no pudo evitar sonreír con nostalgia. Por lo general, prefería evitar recordar esos sucesos aciagos que fueron la vergüenza de su familia y el conflicto que desencadenó la “Segunda Guerra Tuatha-mante”, como insistían en llamarla los historiadores druídicos que recopilaban todos los hechos para el estudio de la posterioridad.

Sin embargo, en ese momento, ella no lo pudo evitar. Debía reconocer que, de vez en cuando, necesitaba recordar ese día. Necesitaba volver a verlo de alguna forma. Lo extrañaba a horrores.

Fue así que cerró sus ojos y dejó volar su imaginación. Consiguiendo dilucidar con gran facilidad y exactitud un par de ojos del color de las amatistas claras que se dibujaron en su mente. Ojos violáceos de expresión taciturna y curiosa preocupación que la observaron fijamente aquella lejana mañana a su llegada en los establos de la casa O’Briam, rodeados de risas y gruñidos groseros que solo se burlaban de ella, ajenos a su pesar…

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Recién lanzado: Capítulo 5 (Parte 5)   11-28 19:32
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