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El sexy chico del café

El sexy chico del café

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Camila era esa típica mujer ilusionada que siempre la flechaban los chicos guapos de la calle, por ejemplo; aquel chico del autobús que se sentó al lado de ella y jamás volvió a saber de él, su amor platónico de una semana. Ese tipo de chica. Su vida cambió cuando conoció a Jake, su nuevo crush del café, con el que fantaseaba en tener sexo y lo plasmaba en eróticos dibujos con un realismo impresionante. Cosa que no debió haber hecho en el lugar donde él trabajaba, Camila no sabía si su amor platónico cumpliría sus fantasías o la tacharía como una loca pervertida. ¿Te gustaría averiguarlo?

Capítulo 1 La Onza de Oro

Y ahí estaba yo, en la dichosa cafetería La Onza de Oro, sentada en una mesa con acceso a la ventana con vista hacia la calle en donde los carros pasaban y las personas caminaban por la acera, de un lado a otro, dentro de sus propios mundos, cada uno con problemas que desconocía y no me importaban.

El local solo llevaba unos pocos días de haber abierto sus puertas, como quedaba cerca de mi casa decidí pasarme ese día con la intención de encontrar algo que me inspire a dibujar, había entrado en un bloqueo desde hace semanas, quería salir de él ya que mi economía dependía del arte.

Un embriagante olor a café despertaba mis sentidos, estaba esperando que algún trabajador me atendiera, todo estaba lleno así que tenía que esperar mi turno. Me percaté que habían tres, dos chicas y un chico que llamó mi atención.

Lo detallé con precaución, no quería que se diera cuenta que lo estaba mirando mientras atendía a los clientes y preparaba café en el mostrador. Un hombre alto, de cabello castaño que se notaba sedoso a simple vista, a parte que el uniforme que llevaba puesto era tan apegado a su cuerpo que le hacía resaltar su figura tonificada... ¿En qué estaba pensando? ¿En cómo se vería desnudo?

Basta, Camila, respira.

Golpeé mis mejillas para volver a la realidad, no debía pensar ese tipo de cosas vulgares. Noté que aquel chico al que estaba analizando se acercaba a mi lugar, con una sonrisa.

—Bienvenida a La Onza de Oro. ¿Qué desea ordenar? —preguntó, con amabilidad en su hablar y sus ojos notoriamente azules entre cerrados.

—Eh... ¿Me recomiendas el mejor café? Y una rebanada de pastel achocolatado por favor —respondí, intentando no mantener tanto contacto visual, me ponía nerviosa lo guapo que era.

—Pastel de chocolate —corrigió, escribiendo en un bloc de notas pequeño—. Y sería el capuchino. Ya se lo preparo.

Era lo mismo.

Se dio media vuelta y caminó hasta el mostrador en donde tenían las maquinas para hacer café.

Mientras esperaba decidí sacar mi cuaderno de dibujos y el lápiz que siempre llevaba conmigo a todos lados. Ese chico no salía de mi mente, quería dibujarlo, pero de una manera un tanto; diferente.

Me dejé llevar por las fantasías que lograba ver en mi cabeza, tenía tiempo sin que se me ocurriera algo para plasmar en papel. Una corta historia se creó en mi mente, en donde el chico apuesto del café me prestaba atención y teníamos una noche llena de pasión.

Los trazos eran finos, cada detalle y cada sombra hacían que el dibujo me transmitiera calentura, lo hice realista, dibujé al chico del café desnudo, imaginando cómo podría ser su miembro. ¿Grande, pequeño, delgado, grueso? No tenía idea, de lo que si estaba segura es que debía ser rosadito, es decir; su piel era tan pálida como un papel y sus labios tan coloridos y carnosos como si usara pintura rosa, decidí hacer su parte íntima de un tamaño promedio, detallé bien su abdomen como si fuera lo más perfecto en él.

Al tenerlo dibujado acostado en una cama, desnudo y con el pene erecto, proseguí haciéndome a mí, a un lado de él, quería que eso fuera una especie de cómic, hoy sería un dibujo, mañana otro y así, todo siguiendo una misma línea de tiempo, es resumen; primero planeaba dibujarnos desnudos, para tener una idea de nuestros cuerpos y luego unirlos en los próximos dibujos, porque no solo quería hacer uno, tenía tantas ganas de hacer muchos, con todas mis fantasías sexuales, con la ayuda de ese chico.

Me había despertado una chispa dentro.

No era la primera vez que hacía algo así. Había tenido otros crushs platónicos anteriormente.

Como ya conocía mi cuerpo, no me fue difícil plasmarlo en el papel, figura esbelta, parte íntima con un corte de vello a mi manera y pechos medianos. Nunca me gustó depilarme completamente ahí abajo, prefería hacerle cortes random, o dejar un poco de vello, me resultaba cómodo.

—¿Te gusta dibujar?

Mi corazón se fue directo a mi garganta y los pelos de la piel se me erizaron por completo, cerré a la velocidad de la luz el cuaderno al haber escuchado la voz del chico que me atendió a mi lado, mis mejillas estaban calientes y los pensamientos eróticos que estaba teniendo sobre él me hicieron sentir mal al ver que me sonreía con inocencia.

—¿Estás bien? Aquí está tu pedido —agregó, colocó el café y el plato con el pastel en mi mesa.

—¡G...Gracias! Eh, era solo un garabato mientras esperaba —Me trabé en varias palabras, pero a él no pareció importarle.

Que estúpida.

Veintiún años tienes Camila, y todavía te da vergüenza cualquier cosa, sobre todo si involucra un chico.

—Vale, que lo disfrutes —Hizo una reverencia y se marchó.

Dios, menos mal que no se acercó lo suficiente para darse cuenta que lo había dibujado desnudo junto a mí. ¿En qué cabeza alguien haría semejante cosa? Pensaría que soy una loca pervertida.

Tomé la taza de café y probé un poco, estaba delicioso, mejor que el que hacía mi mamá cuando vivía con ella. Hace dos años que decidí independizarme en cuando me fue bien con mi arte.

Vivía en una casa pequeña y acogedora, excelente lugar para una sola persona. En mis veintiún vueltas al sol, solo había tenido dos novios con los cuales no llegué a perder, ejem... Ya saben, la cosa esa que todos llaman "virginidad".

No le veo el sentido, simplemente decir nunca he tenido relaciones sexuales y ya, para qué ponerle un nombre a eso.

Aunque, he de admitir que mi mente siempre fue muy cochina, en plan; me encantaba imaginar muchas cosas, sobre todo si involucraban a un chico y a mí puestos en escena, supongo que eso me sucedía por no haber experimentado "esas cosas".

Al terminar de comer, guardé mis materiales en la mochila y me dispuse a levantarme del lugar, había una enorme cola afuera, era mejor irme si ya había terminado y cederle el puesto a otra persona. Me dirigí al mostrador para pagar lo que consumí. Y ahí estaba él, preparando café, me quedé hipnotizada unos segundos hasta que una voz femenina me devolvió a la realidad.

—¿Efectivo o tarjeta? —Era la cajera, me estaba mirando.

—Efectivo —respondí, sacando el dinero y entregándoselo.

—Espero que haya disfrutado y vuelva pronto —comentó, solo me limité a sonreír y me fui del lugar.

Lástima que no logré conseguir el nombre del chico del café. Ya sería al día siguiente, porque obvio quería seguir yendo a La Onza de Oro por él.

(...)

Llegué a mi casa, encendí las luces y lo primero que vi fue a mi mascota, Zeus, moviendo su peluda cola. Era un gatito color negro con patitas blancas, como si tuviera puesto unos zapatos, y de grandes ojos verdes que me miraban con cara de "karen, dame comida".

Dejé caer la mochila y tomé a mi gato entre mis brazos, tan tierno que se veía el minino.

—Ay, pequeño Zeus, te extrañé tanto.

Él solo me maullaba, lo dejé a un lado para servirle croquetas, lo tenía gordo, bien alimentado y parecía un peluche.

Lindo.

Mi día transcurrió con normalidad, había recuperado la inspiración para dibujar gracias al chico sexy del café, es que de solo pensar en él se me erizaba la piel y mi parte íntima se sentía caliente. ¿Y cómo no? Si parecía un papucho tallado por los mismísimos dioses.

Camila, respira.

La noche llegó en un abrir y cerrar de ojos, yo estaba acostada en mi cama, luego de haber vendido unos cuadros que había pintado hace un buen tiempo y me habían pedido hace unos días. Me encantaba vivir sola, Zeus era mi mejor compañía.

Mis padres se habían separado cuando yo tenía seis años, por lo que empecé a vivir con mi mamá, en cambio; nunca volví a saber nada de mi padre, desde mi punto de vista me abandonó completamente, todavía recuerdo que a los diecinueve cuando comencé a vivir sola, a mi mamá no le molestó, pero sí la puse un poco triste ya que era su única hija, pero vamos, ella andaba feliz viajando a todos lados con su nuevo marido.

Para nada envidiable. Por otro lado, yo lo que hacía era masturbarme todas las noches pensando en chicos guapos y desconocidos que veía en la calle cuando salía. Ya estaba cansada de estar soltera.

Quería que alguien me hiciera todas las cosas con las que fantaseaba. ¡Quería tener sexo!

No tenía nada de malo desear eso.

Esa noche, el chico del café no salía de mi mente, no pude evitar imaginar que estaba a mi lado, una escena se creó en mi cabeza...

***

—Hay que admitir que te ves bien sexy en ropa interior —dijo el castaño.

—Pues, ¿te gustaría quitármela? —respondí con picardía y lamiendo mi labio inferior.

El ojiazul, estaba en bóxer, con su miembro erecto y marcado a través de la tela, era obvio que ese pequeño quería salir, su abdomen estaba tallado en cuadros, me hacía babear verlo de esa forma.

Él se acercó a mí con sutileza y me plantó un largo beso, con lengua, intercambiábamos salivas y nuestras respiraciones entre cortadas hacía que me faltara el aire. Que caliente se volvió el ambiente.

***

Volví a la realidad, espabilé pues estaba imaginando cosas perversas con un desconocido y cuando me di cuenta mi mano andaba en mi parte íntima, toda mojada y manoseándome, estaba excitada, jadeando sola, pero toda sensación se vino abajo al escuchar que habían tocado la puerta principal. ¿Quién quería hacerme una visita a las ocho de la noche?

Me levanté y limpié el néctar que había dejado en mi mano con una toalla que tenía tirada en el suelo. Caminé hasta el armario para colocarme una bata y poder salir, no iba a ir en ropa interior.

Dejé a Zeus dormido en su pequeña cama que le compré hace mucho tiempo, adorable. Caminé mientras me amarraba la bata para que no se notara ninguna parte de mi cuerpo, a excepción de las piernas.

Encendí las luces de la sala, me acerqué a la puerta, justo en el pequeño visor que me permitía ver quién estaba afuera, no quería arriesgarme a que me hicieran daño por abrir sin saber.

Era July, la vecina del frente.

Quité los seguros para poder hablar con ella, no tenía idea de qué quería, pero era una buena chica y amiga, aunque no habíamos hablado mucho últimamente. Hemos salido de compras o al cine, también pasábamos a veces las tardes juntas en su casa o en la mía, tomando té como si fuéramos señoras.

La diferencia era que ella sí estaba casada, a sus veinticinco años ya tenía marido. Al abrir me saludó con un abrazo y una gran sonrisa, como si tuviera mil años sin verme.

—¡Camila! Disculpa la hora, pero quería invitarte a un pequeño compartir en mi casa, mi hermano vino luego de haber estado en el extranjero durante cinco años —July me miró, estaba entusiasmada.

Muy poco me había contado de su hermano, solo sabía que estaba estudiando para ser barista, no sabía nada más. La castaña juntó sus manos y me lanzó una mirada rogando para que la acompañara, sus ojos azules brillaban con la luz de la luna.

Ah no, era la luz del techo de mi casa.

Suspiré, casualmente yo estaba muy ocupada momentos atrás.

—July, sabes que no me agradan mucho las fiestas —resoplé, colocando mi mano en mi cintura.

—No es una fiesta, es un pequeño compartir, solo seremos mi marido, hermano y tú —explicó intentando convencerme—. Es que hay mucha comida, no queremos que se desperdicie.

Al decir eso me atrapó, yo que era glotona desde nacimiento, por como sonaba significaba que había mucha comida que seguro me dejaría traerme a casa.

—Vale, me iré a poner algo de ropa y voy —dije, sabía que si me negaba me llevaría arrastrada por el cabello, una gran amiga.

—¡Sí! Gracias Cami, no te arrepentirás, a parte necesitas un hombre en tu vida, te puedo presentar a mi hermano —agregó July, mirándome de arriba a abajo—. Llevas mucho soltera.

Me sonrojé. Claro, como ella estaba casada no le afectaba. July era muy directa en ocasiones, sobre todo con ese tipo de temas, siempre le conté que fantaseaba con tener sexo, pero no pensé que me fuera a echar encima a su hermano para eso.

—¡Voy a vestirme! —exclamé y cerré la puerta.

Me sentí avergonzada, Dios. Veintiún años y virgen, pero sabiendo todas las posiciones que existían en el kamasutra y fanática del porno. Una pervertida de oro dirían muchos.

No tardé en cambiarme y salir de casa, solo me puse lo primero y decente que encontré, un pantalón negro ajustado junto a un suéter, el frío que hacía en casa de July era como el polo norte. Cerré con llaves, los ladrones andaban muy activos últimamente.

Caminé hacia el frente, pues es donde vivía mi querida amiga, solo tuve que cruzar la calle y ya estaba en la entrada de su hogar.

Toqué.

En cuanto me abrió no vi quién era y solo hablé.

—No creas que voy a cogerme a tu hermano, July.

Levanté la mirada, no era July la que había abierto la puerta. Era un chico, yo en ese momento estaba deseando que la tierra me tragara, desaparecer del mapa por lo que había dicho. La vergüenza me comía todo el cuerpo.

Estaba nada más y nada menos que delante del sexy chico del café.

Piedad, señor.

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