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El CEO vagabundo y la hija mimada del millonario.

El CEO vagabundo y la hija mimada del millonario.

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Entre el lujo y el dinero, Esther ha hecho en su vida lo que le ha dado la gana acunada siempre por el poder de su padre, pero cuando él la obliga a casase por negocios, Esther encuentra una nueva oportunidad para salirse con la suya, por eso, contrata a un vagabundo para que se haga pasar por su novio en la cita en la que conocerá a su futuro esposo. Lleno de humillación, su padre la obliga a contraer matrimonio con el extraño vagabundo en busca de darle una lección y a él lo obliga con su poder, pero ¿Quién es ese extraño hombre de ojos claros y manos masculinas? Se pregunta Esther constantemente. A pesar de su aspecto andrajoso, no parece para nada un hombre de la calle y hay algo tras él que la llena de miedo y erotismo, pero el hombre (que no parece nada contento con el compromiso obligatorio) le hará la vida imposible a la hija mimada del millonario. Ella y sus cosas habían arruinado su perfecta venganza... o quizá no.

Capítulo 1 El vagabundo.

El vagabundo.

— ¡Qué diablos está pasando aquí? — gritó Esther cuando abrió la puerta de la oficina de su prometido y lo encontró con su hermanastra Leidy, ambos semidesnudos sobre su escritorio.

El hombre abrió los ojos asustado y se apartó de la mujer que cayó de espadas por detrás del escritorio.

Esther no conocía a su prometido, su padre lo había escogido para concretar un negocio y se suponía que se conocerían esa tarde en una cena, pero Esther quería verlo antes, hablar con él y aclarar las cosas, nunca se imaginó lo que encontró.

— ¿Esther? Espera, no es lo que parece — Esther dio un paso atrás, quería salir corriendo del lugar, pero sintió tanta rabia con su hermanastra que quiso golpearla. Ambas se odiaban, de seguro se había metido con su prometido a propósito y que era su jefe, así que se volvió hacia ella y la miró, la muchacha tenía el cabello oscuro muy revuelto y lloraba, pero Esther notó algo raro, ya estaba llorando antes de que abriera la puerta.

— ¿Leidy? — le preguntó Esther y la muchacha se puso de pie, corrió hacia ella y la abrazó mientras lloraba, así que Esther lo entendió — ¿La estabas obligando? — le preguntó a su prometido mientras él se estaba vistiendo.

— No, claro que no.

— Sí me estaba obligando — murmuró su hermanastra. Esther y ella nunca habían tenido una buena relación el terror que tenía en la mirada hasta la asustó a ella.

— ¡Me das asco! — Le gritó a su prometido — ¡Nunca me casaré contigo! — él se rio.

— Yo no estaba haciendo nada. Sí te casarás conmigo, mi papá lo ordenó y el tuyo tambien, así que no hay marcha atrás — Esther sintió ganas de vomitar.

— Primero me muero a pisar el altar con un monstruo como tú — tomó a su hermanastra y la sacó de su oficina.

— Nos vemos esta noche en nuestra cena de compromiso — le dijo el hombre con burla cuando se alejaron.

Esther bajó del lujoso auto, los tacones resonaron cuando los apoyó en el pavimento. La nieve comenzaba a caer a raudales y la calle se llenaba de una fina capa blanca.

Caminó seguida de los guardaespaldas por entre los hombre y mujeres que se arremolinaban entre barriles con fuego para conservar el calor.

Sacó de la billetera un fajo de billetes y lo levantó en el aire. Todos los presentes la miraron y ella aguantó la respiración, desde ahí lograba sentir el hedor de las personas de la calle que la vieron con curiosidad.

— Tengo mil dólares para el hombre que quiera hacerme un favor — nadie contestó, de seguro todos pensaron que era una broma — solo tendrá que ir conmigo un rato y se quedará con esto — los cuatro o cinco hombres que había ahí caminaron hacia ella como atraídos por el olor del dinero y los guardaespaldas hicieron ademán de interponerse, pero ella los apartó.

Los hombres la llenaron de preguntas y ella los miró, eran demasiado viejos y feos. Levantó la cabeza y vio a uno, tenía la ropa sucia y rota, la barba le llegaba a la mitad del pecho y el cabello enmarañado hasta la mitad de la espalda, era muy alto y se veía relativamente joven. Ese le servía.

Esther dejó a los demás tras ella y caminó hacia el hombre que no la miró, estaba concentrada en la puerta de un edificio.

— ¿Te quieres ganar mil dólares por un par de horas? — le preguntó y el hombre le dio un repaso de los pies a la cabeza.

— Largate, barbie — le dijo, tenía una voz clara y profunda.

— Dos mil — le dijo Esther y sacó los billetes de la billetera y se los mostró, como un hueso a un perro.

— No me importa — pero Esther no estaba acostumbrada a que le dijeran que no.

— Dos mil quinientos, comida gratis y varias risas.

— Largate — bufó él y Esther avanzó. En efecto era un hombre alto, con unos ojos azules como el océano y el cabello castaño.

— ¿Te vas a perder esta oportuni…?

— Si — Esther apretó los billetes en su mano con tanta fuerza que los arrugó.

— Tres mil — el hombre volvió a mirarla, su expresión pasó del fastidio a curiosidad.

— ¿Y qué tengo que hacer señora millonaria? — preguntó, aunque no parecía realmente interesado.

— Tiene que fingir ser mi novio — el hombre soltó una carcajada grande que hizo que todos los que pasaban por la calle se los quedaran mirando.

— ¿Enserio? — Esther asintió muy convencida.

— No creo que sea difícil, solo tiene que comportarse como lo que es.

— ¿Y cómo soy?

— Un vagabundo, sin modales, tosco e ignorante. Eso es lo que necesito — el hombre alejó las manos del barril y sonrió de lado, tenía la cara sucia y las cejas despeinadas.

— ¿Y qué gano aparte del dinero? — Esther le pareció muy arrogante, ¿Quién se ganaba más de dos mil dólares por un par de horas?

— Joderle la vida a un millonario — el hombre le dio una mirada a la entrada del edificio, como si dejara atrás algo importante.

— Podría ser divertido — murmuró para sí mismo — ¿Qué podría pasar?

Cuando Esther subió a la camioneta tuvo que aguantar la respiración, el hombre olía a sudor fuerte y comida de calle y ella abrió el vidrio para que entrara el aire frío.

— Le pagaré cuando el trato esté terminado — pero el hombre negó.

— La mitad ya.

— No, le pagaré todo cuando termine.

— Detengan el auto, me bajo ya — Esther le indicó con una mirada a su hombre que no se detuviera.

— El treinta por ciento.

— La mitad — insistió el hombre. A Esther le preocupaba que saliera corriendo con el dinero, pero, de todas formas, sacó mil y se los tendió. Él los contó detenidamente antes de levantar su abrigo de donde salió un olor fuerte y los guardó en los pantalones sucios.

— Bien.

— Bien.

Cuando llegaron al restaurante lujoso donde de seguro ya la estaban esperando, Esther comprobó al vagabundo y se aseguró que se viera todo lo desagradable que pudiera. Estiró la mano y le alborotó los pelos y luego le esponjó la barba y cuando terminó se limpió con un pañito húmedo que lanzó al suelo y él la miró.

— ¿Qué tengo que hacer?

— Sé tú mismo, avergüenza a mi papá y a sus invitados, si lo haces bien te pagaré el resto — el hombre pareció dudar, como si comenzara a arrepentirse, pero Esther lo tomó de la mano y lo arrastró dentro para evitar que se arrepintiera, no tenía tiempo de ir por otro vagabundo.

La mesa de su padre estaba en lo profundo del restaurante y ella exhibió con orgullo al hombre y le apretó la mano, aunque él la agarró con fastidio.

— Creo que esto ya no me parece buena idea.

— No me importa, ya te pagué la mitad y ya estamos aquí, si te arrepientes haré que mis guardaespaldas te golpeen — lo amenazó ella y él apretó los labios.

Después de unas escaleras llegaron a un lugar privilegiado sobre una tarima. Ahí estaba su padre, su hermano Carlo y su futuro esposo, que era un niñito bajito de unos veinte llorón y alérgico que tenía constantemente la nariz roja, a su lado estaba el papá de él.

— Esther — le dijo su padre en cuanto la vio —Te estábamos esperando… ¿Quién es este hombre?

— Papá, te presento a mi novio — el vagabundo apretó los labios conteniendo una risa y Esther le apretó la mano, ya no había vuelta atrás.

— ¿De qué diablos estás hablando? — le preguntó su padre y Esther jaló una silla y sentó al vagabundo junto a su prometido. La cara de su papá se puso muy roja y cuando su hermano, Carlo, entendió lo que pasaba soltó una carcajada que enfureció más a su padre.

— Está pasando que les presento a mi novio — se sentó junto al vagabundo y le apretó la mano por sobre la mesa. Ya habían traído los platos de comida y Esther le indicó al mesero que trajera dos más.

— ¿Qué esta pasado, Fernando? — le preguntó su futuro suegro a su padre y él meneó la cabeza.

— Es una broma que nos está tendiendo Esther, siempre ha sido una bromista — los dos hombres se relajaron un poco y su “Prometido” miró al vagabundo con una expresión rara, asco y algo más.

Cuando llegó la comida les dejaron un par de platos con carne de ternera y salsas y Esther miró a su hermano, era rubio como ella, pero muy muy alto y negó con la cabeza, indicándole que se detuviera, pero Esther no se iba a detener. Apretó la mano del vagabundo y lo miró, y fue la señal que el hombre necesitaba para comenzar el show.

— Que bien, no he comido nada hoy — dijo y tomó con los dedos sucios la carne y se la llevó a la boca. La salsa le chorreó en la barba y él se limpió con la manga. Era cómicamente desagradable, justo lo que ella necesitaba. Carlo comenzó a comer y Esther supo que la regañaría, pero haría lo que fuera necesario por romper ese compromiso.

Su padre se enojaría, de seguro le cancelaría las tarjetas un par de semanas y la perdonaría como siempre.

El hombre con el que su padre pretendía hacer negocios miraba al vagabundo con horror y su prometido con rabia, tanta que después de un segundo se puso de pie y le lanzó un vaso de agua a la cara.

— ¿Qué te pasa rumpelstiltskin? — le preguntó el vagabundo y el apodo hizo poner más furioso al joven que lo tomó por la camisa y lo sacudió, o lo intentó.

— ¡Ella va a ser mi esposa, esto es un insulto para mí! — el vagabundo alejó el rostro.

— Con ese aliento, no es raro que escoja a un hombre de verdad — el prometido de Esther le dio una cacheada y el vagabundo se la devolvió haciendo que cayera sentado en su silla. Los ojos se le llenaron de lágrimas y miró a su padre en busca de ayuda que se puso de pie y tiró la servilleta en la mesa.

— ¡Esto es un insulto! — gritó, todos los demás comensales los miraron — Este negocio no tiene pies ni cabeza, no dejaré mí que mi hijo se case con una mujer así.

— ¿Con una mujer así? — preguntó el papá de Esther y ella sintió que las cosas se comenzaron a salirse de control.

— Solo una mujerzuela haría algo como esto.

— No dejaré que insulte a mi hija de esa manera — el papá de Esther estaba tan rojo como ella nunca lo había visto. Ella solo quería romper el compromiso, pero parecía que había roto un negocio muy importante.

— Me largo — dijo el hombre, agarró a su hijo que tenía los ojos aguados y salió del restaurante.

— Esther sonrió orgullosa, sacó la billetera y contó sobre la mesa para que su papá viera los billetes y luego se los entregó al vagabundo que los guardó en el bolsillo. Tomó un caro tenedor, pinchó la carne de la ternera y se puso de pie.

— Gracias por esta velada — dijo — ¿Les importa si me llevo la carne? Hache mucho no comía de esta — y se fue tarareando una canción con la carne ensartada en el tenedor.

Carlo, su hermano, se puso de pie y le dio un beso en la frente a su padre como despedida.

— Esta vez si no habrá escapatoria, Esther — le dijo y se fue.

Esther vio como su padre le indicó con la mano algo a un par de sus hombres que agarraron al vagabundo en la salida y se lo llevaron en un auto.

— Él no tiene la culpa, solo lo contraté — pero su padre la miró con un rencor tan grande que le arrugó el corazón — ¡Yo no quería casarme con un desconocido por tus negocios! — le gritó ella — tú me obligaste a esto — el hombre se puso de pie y la dejó sola en la mesa.

Fernando Lacrow estaba sentado en el escritorio de su casa, tenía la tensión tan alta que el dolor de cabeza le punzaba en las cienes. Uno de sus hombres entró con los ojos abiertos.

— El vagabundo habló señor — le dijo — nos dijo su nombre, no lo va a creer — Fernando lo instó a que hablara — es uno de los empresarios más importantes del país, es dueño de varias empresas, entre esas la de Transportes Luna y Comestibles Imperio — Fernando se removió interesado.

— ¿Y por qué está vestido como un vagabundo? — el hombre se encogió de hombros.

— No he tenido mucho tiempo para averiguar, hay algo legal de por medio, no lo sé, pero lleva más de un año desaparecido, nadie sabía dónde estaba, ya lo sabemos — Fernando asintió.

— Dile a la malcriada de mi hija que entre — le ordenó Fernando y el hombre salió.

Esther entró y se sentó frente al escritorio lanzando la mirada más tierna que pudo emular, pero Fernando ya se había cansado de todo, la muchacha necesitaba un escarmiento y a él… a él le beneficiaba.

— Dilo — le dijo Esther — ¿Me quitarás las tarjeras? ¿El auto? ¿Un par de viajes? — el hombre sacó el arma que tenía entre el pantalón y la dejó sobre el escritorio. Nunca le haría daño a su hija, jamás, pero Esther sabía que eso le ayudaba a reafirmar su autoridad. Que recordara que era Fernando Lacrow, a quien nadie tomaba del pelo.

— Te casarás con ese vagabundo — Esther soltó una carcajada, pero su padre permaneció serio.

— ¿Es una broma?

— Hablo enserio, más enserio de lo que jamás he hablado, te casarás con ese hombre esta misma noche, y lo juro por mi vida.

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