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Valeria Ríos nunca imaginó que aceptar aquel trabajo como secretaria marcaría el inicio de su propia ruina. Silenciosa, obediente, acostumbrada a esconder sus heridas, jamás pensó que su vida quedaría atrapada en las manos del hombre más temido del edificio: León Caballejo. Él era su jefe. Frío. Imponente. Inalcanzable. Pero también su perdición. Lo que comenzó con miradas robadas y silencios cargados de deseo, se convirtió en un vínculo imposible de romper... ni siquiera cuando el dolor, la culpa y la tragedia los obligaron a destruirse mutuamente. Ahora, Valeria vive atrapada en un matrimonio que nadie conoce, marcada por promesas rotas, humillaciones y un amor que aún no se atreve a morir. Pero el pasado siempre regresa. Y con él, un nombre olvidado, un rostro familiar... y un secreto que podría arrancarle todo, incluso lo poco que le queda.
Nada huele más a poder que un silencio absoluto justo antes de que todos escuchen tu nombre. Lo sabía. Lo sentía. Y esa noche, mientras me preparaba para salir al escenario en la inauguración de la nueva sede de Belmont International en Nueva York, supe que el mundo volvería a mirarme a los ojos.
-Es tu turno, Catalina -murmuró Lucas, mi asistente, con el auricular aún en su oído.
Me miré una última vez en el espejo. Vestido negro entallado, hombros rectos, mirada afilada, y los labios pintados con la calma de una guerra planificada. No había rastros de la mujer que alguna vez fui. Esa que lloraba detrás de puertas cerradas. Esa que firmó papeles con el corazón en la garganta. Esa que murió.
Ahora soy Catalina Belmont. Y estoy en control.
El sonido de los aplausos en la sala me recibió como si yo hubiera nacido para ese escenario. Caminé con paso firme, con los tacones marcando un ritmo que no permitía interrupciones. La sala estaba repleta. Inversionistas. Medios. Socios. Enemigos. Y entre ellos...
Lo sentí.
No necesité buscarlo. Su presencia era como un incendio en una habitación cerrada. León Caballejo CEO de Caballejo Corp. El hombre que enseñó al mundo cómo se conquista un mercado a base de visión, fuerza y sangre fría. El hombre que una vez... fue mío.
Y al levantar la vista, nuestras miradas se cruzaron.
Un segundo. Medio latido. Eso fue todo. Pero fue suficiente para que mi estómago se apretara como si una garra invisible me atravesara el abdomen.
Él estaba sentado en la primera fila, con su traje oscuro impecable y ese aire indiscutible de superioridad. Inalterable. Hasta que me vio. Sus cejas se contrajeron apenas, como un eco de duda. Como si algo en mí lo inquietara. Pero no dijo nada. No se movió.
-Buenas noches -dije con voz clara, proyectada, firme-. Bienvenidos a lo que no es el final de un sueño... sino el comienzo de un imperio.
Hubo una pausa. El silencio se rompió con aplausos. Sonrisas. Pero él no aplaudía. Me miraba como si buscara en mi rostro una sombra conocida.
Perfecto.
-Hace cinco años, Belmont International no figuraba en los rankings. Hoy, lideramos sectores donde antes ni siquiera éramos considerados competencia. ¿Cómo se logra eso? Con estrategia, ambición... y sin pedir permiso.
Hubo risas discretas. Asentimientos. La sala estaba bajo mi control, y lo sabía. Años atrás, habría temblado al ver ese rostro entre el público. Hoy, solo era un recordatorio de todo lo que sobreviví.
Había dejado de ser su esposa el día que firmé mi acta de defunción emocional. El mundo lo creyó viudo de una mujer anónima, y yo me convertí en Catalina Belmont. Nadie ató los cabos. Nadie sospechó. Ni siquiera él.
Terminé mi discurso con una reverencia elegante. Volví a caminar entre aplausos. No lo miré. No otra vez. Y sin embargo... sentí su mirada clavada en mi espalda como una advertencia.
Cuando regresé al área privada, Lucas me entregó una copa de champán.
-¿Estás bien?
-Estoy mejor que nunca -respondí, sin apartar la vista del reflejo del salón.
No fue hasta veinte minutos después que él se acercó.
-Catalina Belmont -dijo con voz grave, a pocos centímetros de mí.
Me giré lentamente. Mi copa en la mano, la barbilla alzada. Sabía que ese momento llegaría, y lo había ensayado mil veces.
-Señor Caballejo -dije con una media sonrisa cortés-. Un placer tenerlo aquí esta noche.
Él me estudió. Ojos oscuros, intensos, como cuchillas. No estaba seguro. No aún. Pero me conocía lo suficiente para oler una verdad oculta.
-Su discurso fue impecable. Aunque confieso que su rostro me resulta... familiar.
-Me suelen decir eso -contesté, con la voz cálida de una mujer sin nada que temer-. Tal vez de otra vida.
Él no rió. No respondió. Solo bebió un trago sin quitarme los ojos de encima.
Y yo, por primera vez en años, sentí que la guerra apenas comenzaba.
Porque si León llegaba a descubrir quién soy... todo podría derrumbarse. O incendiarse.
Y en el fondo, no estoy segura de cuál me da más miedo.
-Le propongo algo, señora Belmont. Una alianza. Caballejo Corp. y Belmont International. Juntos podríamos aplastar al resto del mercado.
Sonreí, aunque por dentro mis nervios ardían como pólvora. No sabía si reír o gritar. ¿Una alianza? ¿Con el hombre que me dejó sangrando en el altar de nuestra historia?
-¿Una alianza? -repetí suavemente, saboreando la palabra como si fuera veneno.
-Sí. Fusión de proyectos. Compartimos recursos, redes, inteligencia. Sería una fuerza imbatible.
Me incliné apenas hacia él, con una sonrisa tan filosa como una navaja.
-Yo no comparto. Ni recursos, ni redes... y mucho menos inteligencia. No necesito un socio, señor Caballejo Ya soy imbatible sola.
Él frunció el ceño, aunque trató de mantener la compostura. Pero lo conocía. Lo vi tensar la mandíbula, lo vi parpadear una fracción más lento. Lo vi morderse por dentro.
-No es arrogancia, Catalina. Es estrategia. Usted sabe jugar. Y los mejores jugadores no temen hacer alianzas temporales.
-¿Temor? -solté una risa seca-. León, si hay algo que no me da miedo es jugar. Pero con usted... No me agrada, no quiero hacer negocios con su arrogancia y prepotencia, en realidad me aburre.
Ahí. Ahí estuvo el golpe. Sutil. Elegante. Pero certero.
Él me miró, largo, profundo. Y por un instante... juraría que lo vi dudar. Doler. ¿Reconocer?
-Nos volveremos a ver -murmuró al fin, dejando su copa en la mesa- Le aseguro que no es rival para mi, no quiere conocerme por las malas.
-Sin duda -respondí-. El problema es que esta vez, yo tengo el control del tablero.
Él se marchó sin una palabra más, pero su presencia siguió flotando en el aire como una amenaza silenciosa. Me apoyé en la mesa, sin dejar de respirar hondo. Mi cuerpo temblaba. No por miedo. No por deseo. Sino por esa mezcla letal de adrenalina y pasado.
Él no me reconoció. Aún no.
Pero lo hará.
Y cuando lo haga... Será demasiado tarde para él.
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