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Mateo era un pintor que vivía por y para Isabel, la mujer que, según él, lo había "rescatado" y con quien compartía una vida que olía a roble viejo y vino caro en su bodega familiar. Su amor era su pincelada maestra, su devoción, su lienzo. Un día, Isabel, con los ojos nublados por una angustia fingida, le reveló una "deuda multimillonaria" y la inminente "quiebra" de su bodega, proponiendo un "divorcio falso" para protegerlo de la ruina. Sin dudar, Mateo, su "roca", accedió, dispuesto a sacrificar todo por el amor que creía inquebrantable. Dejó su vida en Jerez y se mudó a un humilde piso en Sevilla, trabajando incansablemente como camarero y profesor de acuarela, mientras su cuerpo, antes un templo de creación, se marchitaba por un ensayo clínico de alto riesgo al que se sometió para salvarla. Pero el verdadero colapso no fue el de la bodega, sino el de su corazón, cuando escuchó a Isabel reírse por teléfono, jactándose de la "farsa" y de su próximo matrimonio con otro hombre, Javier, llamándolo un "perrito leal". Poco después, moribundo en un hospital por el experimento clínico, la llamó, y ella, despreocupada, tachó su agonía de "drama" mientras planeaba su boda. ¿Cómo podía la mujer que le había prometido un "para siempre" reducir su vida, su amor, su sacrificio, a una burda mentira, a un mero "juguete" desechable? Era una traición tan profunda, tan desalmada, que el dolor se transformó en un vacío gélido, y ese vacío, en una resolución inquebrantable. Así, mientras su cuerpo moría por una verdad que ella le negó, Mateo preparó su silenciosa obra maestra de venganza, donando su cuerpo a la ciencia para que, en el día de su "boda falsa", su última voluntad desvelara una verdad tan cruda que la destruiría para siempre ante los ojos de todos.