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Para salvar el viñedo de mi familia, serví durante nueve años en un matrimonio sin amor con Scarlett Castillo, la CEO de la bodega. En nuestro noveno aniversario, Scarlett humilló públicamente al anunciar que estaba embarazada del hijo de su asistente, Patrick, y que yo debía cederle mi habitación y prepararle la comida. Después, exigió que donara el sacacorchos de mi abuelo, mi último lazo con mi pasado, a Patrick; cuando este lo dejó caer accidentalmente, Scarlett me obligó a disculparme de rodillas. Intenté huir, pero sus guardias me arrastraron de regreso a la finca. Patrick sufrió un ataque de pánico y, para mi horror y la absoluta indiferencia de Scarlett, fui forzado a donar mi sangre, mi rara sangre AB negativo, a pesar de mi débil corazón, dejándome al borde del colapso. ¿Cómo iba a pagar este acto de crueldad extrema una mujer que solo me veía como una herramienta? Lo que no sabía Scarlett es que, al dejarme morir, ella había firmado su propia sentencia. Mi escape de esa prisión de humillación marcó el inicio de su caída.