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La muerte de mi padre llegó como un ladrón, silenciosa y definitiva. Dijeron que fue un accidente, pero para mí, fue el fin del mundo. Con su partida, el corazón de la joyería "Legado de Sol" dejó de latir, y las deudas se abalanzaron sobre nosotras como lobos. Mi madre se hundió en un dolor mudo, dejándome sola con un peso insoportable sobre mis hombros. Los bancos me dieron la espalda, los amigos de la familia desaparecieron; estaba congelándome en una habitación de soledad. Y entonces, apareció Ricardo, mi prometido, mi salvador. Llegó con una sonrisa cálida y un cheque, prometiendo reconstruir nuestro legado juntos. "No estás sola, mi amor. Estoy aquí. Nos casaremos, y esta será nuestra lucha." Me casé con él, creyendo que el amor me había rescatado. Durante cinco largos años, luché. Noche y día, creé colecciones que llevaban mi alma en cada detalle. Pero noventa y nueve veces, cada intento terminaba en fracaso. Un competidor se nos adelantaba con diseños sospechosamente similares, una filtración inexplicable arruinaba la sorpresa. Y cada vez, Ricardo estaba ahí para consolarme, trayéndome una rosa roja. "No te preocupes, Sofía. Eres una genio. La próxima vez será la nuestra." Yo, agotada y desmoralizada, me aferraba a él, mi roca. Hasta esa noche. El aniversario de la muerte de mi padre. Volví a casa temprano y escuché su voz. Hablaba por teléfono. "Sí, Luis, no te preocupes. Los diseños finales de la colección 'Renacer' ya están en tu correo." Mi respiración se detuvo. Luis Vega. Nuestro principal rival. Luego soltó una risita. "Ella no sospecha nada, como siempre. Mi pobre y talentosa Sofía... sigue diseñando para ti sin saberlo. Eres un genio, Luis, pero yo te doy las herramientas." Me desplomé contra la pared. Pero lo que dijo luego destrozó mi universo. "Hago lo que sea por ti, Luis. Siempre lo he hecho. Sabes que eres el único al que he admirado... el único al que he amado desde que éramos niños. Ver tu éxito es el mío." Amor. La palabra resonó en el pasillo, rebotando en las paredes de mi cráneo. Mi matrimonio, su apoyo, su amor... todo había sido una farsa. Una mentira construida sobre las ruinas de mi padre para pavimentar el camino de otro hombre. El dolor era un océano negro y profundo. Pero debajo, algo nuevo comenzaba a arder. La rabia. La determinación. Se acabó. Ricardo había jugado su partida. Ahora, me tocaba a mí mover ficha. Iba a jugar para destruir.