Sus palabras derrumbaron mi mundo. El hombre que se había arrodillado a mis pies, con lágrimas en los ojos prometiéndome la eternidad, me veía como nada más que una conveniencia insípida.
La traición fue tan absoluta, tan cruel, que al día siguiente entré en una clínica y terminé con el embarazo.
Cuando él se enteró, su amor se retorció hasta convertirse en una oscura obsesión. Me encerró en nuestro penthouse, prisionera en una jaula de oro.
-Podría darte algo -susurró, con los ojos brillando con una luz aterradora-. Algo para que olvides. Para que vuelvas a ser feliz.
Planeaba drogarme, borrar mis recuerdos y mi dolor, convertirme en su muñeca perfecta y sonriente para siempre. Pero me subestimó. Yo tenía mi propio plan.
Capítulo 1
Se arrodilló ante mí, con el diamante resplandeciendo bajo las luces del restaurante, y casi le creí. Casi creí que tres años habían cambiado todo, que sus lágrimas eran reales, que esta vez, finalmente era libre para elegirme.
Dos años. Ese es el tiempo que fui el secreto de Alejandro Peralta. Su novia oculta, escondida del mundo que su familia de alta sociedad había trazado para él.
Yo era el susurro suave en el fondo. La presencia silenciosa en las sombras de su inmenso penthouse en Polanco.
Era una vida de momentos robados. Miradas rápidas y llamadas telefónicas en voz baja.
Conocía mi lugar. Entendía el arreglo.
Entonces llegó el día de su compromiso estratégico. El que su familia había arreglado para fusionar empresas.
Una generosa liquidación aterrizó en mi cuenta bancaria. Más dinero del que jamás había visto en mi vida.
Hice mi pequeña maleta. Sin escándalos, sin dramas. Simplemente me fui en silencio.
Tres años se extendieron, largos y tranquilos. Construí mi propia vida, pequeña y estable.
Entonces, estalló la noticia. Su padre, el gran magnate, había muerto.
Alejandro Peralta heredó todo. La empresa, el poder, el imperio.
Se divorció de su esposa de "arreglo comercial" rápidamente. Una ruptura limpia y pública.
Y entonces, me encontró. Supongo que siempre supo dónde encontrarme.
Se paró en mi puerta, con la lluvia pegando su traje italiano al cuerpo. Tenía los ojos enrojecidos.
-Andrea -dijo con la voz entrecortada, espesa por el llanto-. Por fin soy libre.
Se dejó caer sobre una rodilla. Justo ahí, en el tapete desgastado de bienvenida de mi pequeño departamento en la colonia Roma.
-Cásate conmigo -suplicó, mientras el diamante atrapaba la débil luz del pasillo-. Por favor, cásate conmigo.
No supe qué decir. Mi corazón golpeaba con un ritmo frenético contra mis costillas.
Me colmó de afecto. Las flores llenaban mi pequeño departamento. Cenas en lugares con los que solo podía soñar.
Me trajo a su mundo, ese que solo había vislumbrado desde las gradas. Era deslumbrante.
La boda fue espectacular. Un cuento de hadas que nunca pensé vivir.
Encaje blanco y candelabros brillantes. Todos estaban allí, mirándonos.
Lo miré a los ojos y, por un momento, realmente creí. Creí en el "para siempre".
Dije que sí, con la voz apenas en un susurro. Un nuevo capítulo, un nuevo comienzo.
Proclamó su libertad del pasado. Dijo que todo era diferente ahora.
Me dijo que yo era su única opción. Su verdadero amor.
Yo había sido su secreto. Una parte silenciosa de su vida, fácil de guardar en un cajón.
La muerte de su padre había abierto su jaula de oro. Heredó todo el imperio tecnológico.
Su matrimonio con Esmeralda Ramírez, una alianza fría y calculada, había terminado. Disuelto con la firma de una pluma.
Recordé el sobre. El cheque pesado.
Fue un adiós tranquilo, en aquel entonces. Sin gritos, sin acusaciones.
Me había sentido sorprendentemente tranquila. Una extraña paz, sabiendo que finalmente había terminado.
Pero ahora, él estaba de vuelta. Con la cara surcada de lágrimas, la voz cruda de emoción.
-Cometí un error -susurró, sosteniendo mis manos con fuerza-. Un error terrible e imperdonable.
Prometió un futuro construido sobre la honestidad. No más secretos, no más arreglos.
Me sentí querida. Celebrada. Como si finalmente alguien me viera.
Nuestra boda fue más que una ceremonia. Fue una declaración. Una exhibición pública de nuestro amor.
Se suponía que sería nuestro nuevo comienzo, una promesa susurrada bajo un dosel de rosas blancas.