ista de An
Una oleada repentina y vio
mano, corriendo hacia
tra mi mejilla. Mi cuerpo se convuls
no de trabajo cortó el aire.
nto. -¡El deber llama, cariño!
. Ya estaba saliendo por la pu
encimera. Una monstruosidad de
te. No se había dado cuen
n descenso lent
so de baldosas, rompiénd
viendo salpicó sob
talló. Blanco y calie
avía recuperándome de las náuseas, toda
ra no gritar. El dolor
lejos de la cerámica ro
grimas calientes y furiosas que no te
ado de la cama junto a mí
alpitaba, un recordatori
echo. La herida profunda y
ada por el silencio del
norme. Un vacío que se traga
ible, pero el dolor emoc
Total y compl

GOOGLE PLAY