Sofia no había pisado suelo ruso en una década. Su regreso no era una peregrinación sentimental; era una obligación profesional y una necesidad personal disfrazada de auditoría corporativa. Había pasado los últimos diez años construyendo una reputación intachable en la consultora de Londres, Sterling & Finch, especializada en análisis forense de riesgo. La Iron Lady de las finanzas. Ahora, Sterling & Finch había ganado la oferta para una auditoría de emergencia en el mayor y más turbio conglomerado industrial de Rusia: Titan Steel.
Y allí estaba ella, en el corazón del imperio que la había expulsado.
Su primer contacto fue en la terminal VIP. Un hombre vestido de negro riguroso la esperaba junto a un Bentley Mulsanne blindado. No era un conductor; era una pared de músculo, con una mirada fría que denotaba entrenamiento militar.
-Señorita Volkov -saludó el hombre, su voz era un gruñido bajo en ruso perfecto-. Mi nombre es Dimitri. La llevaré directamente a la sede de Titan Steel.
Sofia asintió, su rostro profesional no revelaba la taquicardia que la golpeaba. Su acento ruso, pulido por años de uso en la élite londinense, se deslizó suavemente.
-Gracias, Dimitri. Mis maletas son las de la etiqueta plateada.
El coche se deslizó por las avenidas amplias y nevadas de Moscú, pasando bajo el omnipresente manto de la propaganda soviética y el ostentoso nuevo capitalismo. Sofía observó la ciudad, sintiendo una dolorosa disonancia. La ciudad era grandiosa, pero bajo su superficie de lujo, ella sabía que la moralidad se descomponía.
El motivo de su visita era la muerte. El patriarca de Titan Steel, Ivan Kirov, había sido asesinado dos semanas antes en circunstancias que los periódicos occidentales calificaron de "ajuste de cuentas de la vieja guardia". Esto había desatado una crisis de liquidez y una guerra de sucesión violenta dentro del conglomerado, que era esencialmente un estado dentro del estado ruso.
Sterling & Finch había sido contratada para proporcionar una evaluación de riesgo antes de que los bancos occidentales se retiraran por completo.
Dimitri rompió el silencio, su voz baja. -Su reunión es con el señor Kirov.
-¿El director financiero? -preguntó Sofía.
-No. Con Alexander Kirov. El heredero.
Sofía sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el clima. Sabía el nombre. Alexander Kirov. El hijo menor, el más brutal. El que nunca aparecía en las revistas de negocios, pero cuyo nombre se susurraba en los círculos de inteligencia financiera con la misma reverencia que el peligro. Él era la razón por la que Titan Steel seguía de pie.
-Pensé que la auditoría sería dirigida por la junta de transición -dijo Sofía, manteniendo su tono neutral.
-Alexander Kirov es la junta -respondió Dimitri, sin mirarla.
El coche se detuvo frente a un edificio que no era un rascacielos de cristal y acero, sino una fortaleza baja y masiva de granito oscuro, ubicada discretamente en una calle lateral cerca del Kremlin. Parecía más una sede de inteligencia que una oficina corporativa.
La Sala de Interrogatorios
Al entrar en la sede de Titan Steel, Sofía fue conducida por pasillos silenciosos y lujosos, vigilados por cámaras y guardias de seguridad que parecían modelados a imagen de Dimitri. No había recepcionistas sonrientes ni arte moderno; el lugar exudaba poder sin esfuerzo y la ausencia total de alegría.
La llevaron a una sala de conferencias pequeña y austera, dominada por una mesa de caoba maciza. Había una jarra de agua cristalina y dos vasos. Nada más.
Sofía tomó asiento en la cabecera, desplegando su portátil y sus notas. Se permitió un momento para recuperar el aliento. Su trabajo era limpiar el caos, encontrar la verdad y presentarla sin adornos. Era una profesional; su pasado no importaba.
Pero al mirar por la ventana, hacia el cielo de Moscú, el recuerdo de su padre la golpeó. Un hombre de integridad que fue destruido por la corrupción que imperaba en esos mismos edificios. Si había una oportunidad de vengarse, o al menos de limpiar el nombre de su linaje Volkov, era aquí.
La puerta se abrió sin un golpe.
Alexander Kirov entró en la habitación.
Él no se disculpó por el retraso. No ofreció un saludo. Simplemente llenó el espacio con una presencia física tan arrolladora que Sofía sintió que el aire se volvía escaso.
Alexander no se parecía en nada a los CEO que ella trataba en Londres. No era un hombre de trajes de diseñador delgados y gafas de moda. Era grande, ancho de hombros, vestido con un traje de lana oscura que parecía hecho de armadura. Su cabello era negro como la noche, cortado con precisión militar. Sus ojos, de un gris casi transparente, eran fríos, profundos y parecían leer cada miedo y cada pensamiento que ella intentaba ocultar. Su rostro, marcado por una mandíbula dura y una cicatriz fina justo sobre la ceja izquierda, no invitaba a la confianza.
Se movía con la calma lenta y deliberada de un hombre que nunca ha tenido que apresurarse. Caminó hasta el otro extremo de la mesa y se sentó, manteniendo la mayor distancia posible entre ellos.
-Señorita Volkov -dijo Alexander, su voz era un barítono bajo y rasposo en ruso-. Mi padre apenas lleva dos semanas en el ataúd. Y usted está aquí con un maletín lleno de preguntas. Esto no me parece una señal de respeto.
Sofía levantó la barbilla. Mantuvo un contacto visual firme, negándose a ser intimidada por su presencia.
-Señor Kirov, mi firma fue contratada por sus socios bancarios occidentales. Ellos necesitan saber si su conglomerado es estable. Mi trabajo es proporcionar una evaluación objetiva. Esto no es personal.
-Todo es personal en Moscú, Señorita Volkov. Y en Titan Steel, más.
Alexander inclinó la cabeza ligeramente. Sus ojos recorrieron su rostro con una lentitud deliberada.
-Diez años. ¿Es ese el tiempo que le tomó al apellido Volkov pensar que podían regresar a esta ciudad?
El golpe fue certero. Sofía sintió un pinchazo de calor en el cuello. Alexander no solo sabía quién era; conocía su historia, el exilio de su padre, la mancha en su nombre.
-Mi trabajo es independiente de mi pasado familiar, Señor Kirov.
-Su apellido es un pasivo, no un activo en mi ciudad. Pero entiendo la ironía. Su padre fue un chivo expiatorio de la corrupción en el sector energético. Y ahora usted, la hija, auditará el mayor símbolo de esa misma corrupción. Es poético.
Sofía cerró su portátil, el sonido fue un chasquido agudo en la sala silenciosa.
-Si no está dispuesto a colaborar de manera transparente, podemos dar por terminada esta reunión ahora mismo. Mi informe se basará en su falta de cooperación, y le aseguro que la salida de capital será masiva.
Alexander se reclinó en su silla, una sombra de sonrisa cruzando su rostro. Un gesto que era más una mueca.
-Me gusta su fuego, Señorita Volkov. Pero usted vino aquí buscando justicia y yo vine a buscar supervivencia. Son dos cosas incompatibles.
Alexander se inclinó sobre la mesa, su tono bajando a un susurro conspirativo.
-Sé por qué está aquí. No es por los bancos. Es por su padre. Usted cree que el archivo que limpiará su nombre está enterrado en algún lugar de esta ciudad. Y yo sé exactamente dónde está enterrado.
El corazón de Sofía se aceleró. Era la verdad que nadie se atrevía a tocar, el motor secreto de su regreso.
-¿Qué quiere, Alexander?
-No me llame por mi nombre. No somos amigos. Quiero un trato. Su firma auditará lo que yo quiero que audite. Su informe final dirá que Titan Steel es una fortaleza de solvencia ética. Y a cambio... yo le daré el archivo que reescribirá la historia de su familia. El archivo que enterró a su padre.
Alexander la miró fijamente, con sus ojos como dos témpanos de hielo.
-Usted usa la justicia como un arma, Señorita Volkov. Yo la uso como una divisa. ¿Acepta mi precio?
Sofía se quedó en silencio. El aire frío de Moscú se había infiltrado en la sala. Estaba de vuelta en el juego. Y el hombre que la desafiaba era el más peligroso que había conocido jamás. Su ética estaba a punto de colisionar con su venganza.