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En este romance erótico Juan Camilo, vicepresidente de una empresa, queda atrapado en un ascensor con Carolina, abogada y estudiante, este es el inicio de una relación llena de intermitencias y tensión.
Levanta la vista del computador. Mierda, esa sensación otra vez, piensa mientras se hunde en un trabajo sin sentido, sin imaginación, leer contratos de proveedores no parece ser la tarea más interesante del día.
Había elegido su destino, o quizá su destino la había elegido a ella. Trabajaba en una gran empresa privada del sector real. Puntualmente y para ser claros, trabajaba en una compañía dedicada a la fabricación de jabones.
Cuando estudió para ser abogada se había imaginado como una gran jurista, pero una vez en la universidad se dio cuenta que el derecho administrativo tenía más futuro económico, sobre todo cuando provienes de una familia poco o nada acomodada, no tienes un apellido suntuoso y no conoces a las personas indicadas.
Así, que ahora pasaba sus días inmersa en contratos insulsos que no cambiarían el mundo, y que ni siquiera podrían ocasionar un colapso a la empresa si se encontrara un error.
La sensación que la abruma es la de estar congelada en la vida, no saber a dónde ir ni que hacer. Los planes que tiene y que posiblemente la lleven a prosperar están en "stand by" hasta que logre encontrar un equilibrio económico y piensa que realmente ese equilibrio no llega porque siempre hay algo extra.
Vuelve a mirar la pantalla, y se da cuenta que han pasado 15 minutos y no ha escrito nada, no ha leído nada. Es la desidia frente a la vida la que se va llevando el tiempo. Decide levantarse, sacudirse un poco tomando agua.
El camino hacia la mini-cocina del piso transcurre sin variaciones, todos parecen seguir el recorrido natural de la vida, de su cotidianidad, mientras la quietud se va transformando en desesperación. Tengo que hacer algo, nadie calmará esta ansiedad por mí, vuelve a pensar, intentando que la sacudida no sea solo física, sino interna.
Toma su teléfono y busca en el listado de familiares y amigos a quien llamar. Está tan aburrida que sabe que no todos sus amigos aguantarán su estado de ánimo. Se decide por su mejor amigo, nunca la ha defraudado y a pesar de estar más triste que ella, siempre logra calmar cualquier estado de ánimo con un coctel.
- Hola bebe – responde Miguel con acento paisa a ritmo de reguetón. Primera sonrisa que le saca y solo es con contestar el teléfono, su estado de ánimo comienza a alivianarse.
- ¿Qué más pues? – responde ella completando la oración.
- Jajajaja, ¡la reconociste! – se ríe Miguel, alivianando del todo el ambiente.
- ¿Vamos a comer hoy?, es martes de Visa.
Desde hace más de un año todos los martes este es el plan, la razón es simple, tanto ella como Miguel sufrieron decepciones amorosas, que lograron ahogar en el alcohol, hecho que además les da un conocimiento de los planes de la ciudad de martes a domingo.
La conversación continúa luego de cuadrar el punto de encuentro y hablar un poco sobre el tiempo que han pasado separados. Él se encontró con viejos amigos el sábado, mientras que ella pasó el rato en la casa de su mejor amiga.
Después de la llamada, todo parece tener un mejor tono, una luz más clara, por lo menos el contrato que tiene al frente ha cambiado de perspectiva y parece más interesante.
El día pasa sin contratiempos y sólo cuando va a salir de la oficina por la tarde descubre otro contrato refundido entre sus papeles. Nooo, tendré que dejarlo listo antes de salir, piensa mirando el reloj. Tendrá que cancelar la comida con Miguel, ya está sobre el tiempo.
Dos horas después y desanimada termina el trabajo, se siente rendida, derrotada. Sube al ascensor en el piso 22 sin ganas de ver a nadie y segura de que fue un martes desperdiciado. No obstante, el ascensor para en el 12 piso y deja entrar a uno de los vicepresidentes de la empresa. Nunca han tenido contacto más allá de mirarlo de lejos y ella podría jurar que nunca ha existido a los ojos de ese hombre.
Dentro del ascensor se saludan con el habitual "buenas noches". Ella es analista en el área jurídica, él es vicepresidente del área de distribución. Siempre le ha parecido muy atractivo, con ojos oscuros y cejas gruesas, joven para ser vicepresidente. Disimuladamente mira la mano izquierda y comprueba con un suspiro que no trae anillo de matrimonio.
El ambiente en el ascensor se llena de energía, mira sus manos nerviosa y siente que el tiempo se detuvo. Son tantos los nervios que no puede evitar que un grito salga de su garganta cuando el ascensor se detiene bruscamente y se apagan las luces.
Están entre el piso 9 y 10. Pronto se encienden las luces de emergencia y por primera vez ella nota que el vicepresidente la está mirando directamente a los ojos. En un movimiento instintivo de vanidad, intenta peinarse infructuosamente con las manos, mientras que se ruboriza ante la penetrante mirada de él.
- Mmmm creo que es la primera vez que nos vemos – dice él con voz insegura, reflejando un poco de miedo al encierro dentro del ascensor. No obstante, haciendo acopio de valor y de su posición de hombre-exitoso-líder en la empresa dice – no te preocupes, seguro se fue la luz y el ascensor no se demorará en arrancar otra vez. Voy a timbrar para pedir ayuda.
- Ok – dice ella casi sin voz. Su gran miedo no es estar colgando en un ascensor que tiene más años de construido que ella, sino estar en un espacio cerrado con ese hombre con el que ha ensoñando en el pasado.
- Soy Juan Camilo Mendoza, vicepresidente de distribuciones y envíos – extiende la mano presentándose.
- Mucho gusto, soy María Carolina Guzmán – responde reaccionando sin querer ante el toque de su mano, mientras le sostiene la mirada.
- ¿ESTÁN BIEN? – se oye a través del intercomunicador del ascensor. Es uno de esos aparatos con auricular de teléfono de los años 80´s - Ya estamos arreglando el problema – asegura una voz antes de recibir respuesta.
Juan Camilo toma el intercomunicador e informa quiénes están en el ascensor y que están atrapados entre el décimo y noveno piso. Después de cinco minutos de aparente calma y miradas silenciosas, él saca su celular y realiza una llamada, intenta hablar bajo al lado de la puerta, el único lugar en dónde la recepción es aceptable.
- Estoy encerrado en el ascensor... no creo que me demore mucho, mmm pero mejor no me esperes... dejemos la comida para mañana, no quiero que te trasnoches... o espera si salgo rápido te vuelvo a llamar... Yo también - dice con voz tímida, suave y que deja entrever algún tipo de relación y obviamente que tiene una conversación con una mujer.
Mientras tanto ella mira su celular, con un poco de depresión, sin mensajes, ni siquiera un foward de chiste. Decide publicar un twitt sobre la situación, así por lo menos siente que alguien puede sentirse identificado.
"Encerrada en un ascensor con un churro. Hay que agradecer el bajón de energía"
Cuando sube la mirada del celular, nota que él la está mirando de nuevo.
- Y ¿qué haces en la compañía? – Pregunta Juan Camilo intentando mantener un tono cordial y distensionado.
- Soy analista del área jurídica, vengo en el ascensor desde el piso 22 – dice insegura de dar tanta información innecesaria.
- Es decir que soy yo el de la mala suerte, porque ya habías bajado 10 pisos sin problema – sonríe burlón.
María Carolina se pone roja y dice entre risas – noooooo, como crees, creo que el ascensor es mucho más viejo que yo y que tú.
- Mmmm, ¿cuántos años tienes? – pregunta él.
- 28, aún puedo contestar esa pregunta sin sentir que es un irrespeto – sonríe ella mostrando una sonrisa perfecta.
- Jajajajja – se ríe él terminando de distensionar totalmente el ambiente – yo tengo 36.
En la cabeza de María Carolina vuelan todos los datos que tiene sobre él, estudió en el exterior y maneja un BMW, el carro más bonito del parqueadero, es el vicepresidente más joven y el que más reconocimientos ha recibido desde hace un año que ella está en la compañía. Claramente ya conocía su edad.
El ascensor hace un amague de moverse, lo que los obliga a agarrarse de las barandas de los lados, por un momento los dos se palidecen. Luego viene una risa nerviosa, lo que los hace parecer estúpidos.
La risa solo dura un segundo, Juan Camilo frunce el ceño y agarra el auricular y casi con un grito pregunta – ¿Qué fue eso? - . La respuesta vuelve a inundar la cabina – Ehhh doctor, perdone, estamos haciendo lo que podemos. Ya llamamos a los técnicos de los ascensores, pero como se demoran, con Ruiz estamos mirando si logramos arreglarlo nosotros -. La cara vuelve a ponerse pálida, y con voz de mando ordena – No mueva nada, aquí la señorita Guzmán y yo no tenemos ningún afán, preferimos esperar a los técnicos – y tapando la bocina la mira a ella con ojos cómplices y en medio de una sonrisa agrega – no queremos una caída libre de 10 pisos -.
El ascensor queda en silencio un minuto y él vuelve a tomar la palabra.
- Creo que vamos a estar un rato largo, ¿te gustaría sentarte? -.
Los dos miran hacía el suelo y lentamente se sientan, ella tiene una falda de media pierna pegada a la cadera que no le permite cruzar las piernas, por lo que las estira y quedan de frente a frente cada uno apoyado en una pared diferente del ascensor. La luz sigue siendo tenue y la temperatura comienza a subir para él, que se quita la chaqueta, y a bajar para ella, que se abraza con sus propios brazos.
- Y entonces Carolina... mmm, ¿te molesta que te diga así?
- No para nada, en realidad me gusta más mi segundo nombre... - Espera con ansiedad la siguiente pregunta, pero ante su mirada intensa que la ruboriza, decide continuar hablando, como si no supiera nada de él – y ¿cuánto llevas de vicepresidente?
- Unos cuatro años, después de que me fui a estudiar a Estados Unidos, volví con el firme propósito de conseguir un cargo directivo – y mientras explica sonríe de forma un poco pedante, pero que demuestra lo seguro que es de sí mismo.
Vuelve a mirarla y se da cuenta que algo no va bien, ella está sentada abrazándose, así que él se levanta, le pasa su chaqueta por encima, se sienta a su lado y pregunta suavemente – ¿Tienes frio?- y ella asiente suavemente poniendo los brazos debajo de la chaqueta, su proximidad y el olor de la colonia impregnado en la chaqueta la inundan y cierra los ojos por un momento.
El silencio es interrumpido nuevamente por él.
- No se por qué nunca te había visto, pero si logramos salir de aquí, quizá podrías pasarte un día por el piso 12 y te muestro la vicepresidencia.
Carolina se ríe sinceramente, la verdad es que nunca le han interesado los procesos de embalaje ni de distribución de productos, así que para aligerar el tema le responde:
- Claro, pero preferiría conocer tu carro – demasiado tarde cae en cuenta que su respuesta suena a propuesta indecente, él en seguida se voltea y la mira con incredulidad, así que ella en medio de los nervios y de forma atropellada le dice – sí, es que supe que tienes un carro deportivo, mi papá siempre ha sido un fanático de los carros y a mí también me gustan, por eso me gustaría conocer tu carro, ya sabes ehh..., mirarlo ehhh... - el frio pasa y ha sido remplazado por una oleada de calor causada por la vergüenza.
- ¿En serio te gustan los carros? – pregunta él divertido.
- Ehhh, pues sí. No se todo lo que me gustaría, pero definitivamente si tuviera plata suficiente tendría un mejor carro que el que tengo – mierda, estoy hablando de más... piensa mientras saca las manos debajo de la chaqueta y procura doblarla bien encima de sus piernas.
- La verdad es que todos siempre queremos ganar más – dice, mientras que ella es la que parece sorprendida ahora.
- ¿Cómo más?, has estudiado en el exterior y tienes tremendo carro... - va bajando la voz mientras cae en cuenta que sigue hablando con un VICEPRESIDENTE de la empresa donde trabaja, mierda otra vez hablando sin pensar, hablando de más... ¬-.
- Jajjajjajaja sí, es algo muy normal, sería triste conformarse con tan poco. La verdad, nunca he pensado seriamente en ponerme un límite -.
La luz del ascensor vuelve a refulgir y los dos miran al techo esperanzados, no obstante ella baja primero los ojos y lo mira de lado. Está sentado tan cerca que alcanza a sentir el calor que emana su pecho, se nota que hace ejercicio y por un momento se permite soñar con su piel debajo de la camisa, no lo había notado pero tiene la corbata un poco suelta y el botón del cuello abierto, por allí sube y baja la manzana de Adán casi llamándola a tocarlo, mira su boca y mientras sus ojos escrudiñan su cara se da cuenta demasiado tarde que él está mirándola.
Aguanta la respiración por un segundo poniéndose la mano sobre la cara, no ha sido capaz de sostenerle la mirada, lentamente vuelve a subir los ojos y él no ha dejado de mirarla, esta vez se miran de frente y se crea una tensión palpable entre ellos. Pronto ella se da cuenta que ha dejado de respirar de nuevo, así que en un acto de valentía respira tan duro que pareciera ser un suspiro, vuelve a avergonzarse y baja la mirada nuevamente, mientras él no evita sonreír mostrando todos los dientes.
Ahora soy un chiste para este hombre casi perfecto, seguro todas las mujeres sucumben a él, y yo que no me arreglé antes de salir, ¿será que tengo mal aliento?, hay una oleada de pensamientos sin sentido mientras procura normalizar la respiración y sacarse de la cabeza que él sintió las mismas ganas de besarla.
Con cuidado y disimuladamente coge su bolso y comienza a escarbarlo, buscando sin sentido, nada, solo para pasar el tiempo. Revisa su celular y aún no hay mensajes, no hay nada, ahora que no tiene señal.
Él la mira y pregunta – ¿Quieres llamar a alguien?, ¿usar mi celular? – ella lo mira nuevamente a los ojos y un rubor vuelve a subir a sus mejillas, agradece al cielo que luz no sea la más fuerte, porque tiene el presentimiento de que ha pasado de tener un color rosa normal a rojo intenso.
- Bueno – y sin pensarlo marca a su casa, para darse cuenta un segundo después de que contestó su mamá de que está quedando como una niña mimada de 18 años, no de 28. – ¿Mamá? Hola, ehhh... si estoy bien, solo quería decirte que me demoro un rato.... No, no voy a comer hoy con Miguel.... Eehhhh, pues nada, luego te cuento...- cuelga aún arrepentida de haber llamado.
Sin rodeos Juan Camilo le pregunta - ¿estás bien?, veo que te quitaste la chaqueta, ya estás caliente – y sin querer ella suelta una risa ahogada ante la pregunta que puede ser mal interpretada, se siente como una niña mal pensada, ¿cuándo calmará su imaginación, sus ideas fuera de lugar y sobretodo su risa de niña pendeja?, pero logra disimular con una sonrisa, devolviéndole la chaqueta y dándole las gracias.
Él la mira con curiosidad y le dice – No me la tienes que devolver todavía... siento que ha pasado mucho tiempo ¿no? ¿Tenías planes hoy? – pregunta sin reflejar ninguna mala intensión en su voz, solo proponiendo tema de conversación.
- La verdad tuve planes de salir a comer, ya sabes es martes de Visa en restaurantes, pero me atrasé en el trabajo y tuve que cancelar... quizá fue lo mejor, no me imagino sacando como excusa que me quedé encerrada en un ascensor ajjajajjajja – y él responde a su risa de forma natural y sin tapujos – ¿Crees que somos los únicos encerrados? -.
- Mmmm, por la hora creería que sí, pocas personas se quedan hasta tan tarde, ya sabes algunos tienen vida personal – ella sonríe ante el comentario, y se vuelven a mirar, esta vez ella detalla su boca, tiene los dientes perfectos, su barba naciente hace que parezca un modelo de revista y pronto vuelve a encontrarse con sus ojos, esta vez los mira sin pena, son confiados y hay una mueca de risa en ellos, parece divertido con la situación y los nervios del encierro se han disipado.
Ella busca volver a tener un tema de conversación, saca su ipod y le dice – Podríamos oír música – a lo que él responde con una mueca:
- La verdad me gusta más hablar contigo, ha sido un día pesado y quisiera relajarme hablando de cualquier cosa –.
- Solo falta un trago – y no puede creer que haya dicho eso en voz alta, va a pensar que soy una alcohólica¸ piensa sobresaltada.
- Sí, tienes razón una cerveza o un vino serían ideal para seguir nuestra conversación. Mmm ¿quieres ir a comer? El encierro me ha dado hambre, quizá después de todo podríamos aprovechar el martes de descuento -.
Lo mira casi con la boca abierta de sorpresa, no puede responder. Su neurona inteligente se ha vuelto a esconder ante la emoción de ir a cenar con este hombre que hasta solo hace 20 minutos no tenía ni idea de su existencia.
- Ehh... mmmm – logra balbucear, para luego decir – yyyy ¿tú no tenías planes?
- Así como tú tenía un plan para ir a comer, pero ya he avisado que no podré asistir, y ahora estoy solo con hambre y ganas de un buen vino -.
Sin permitirse pensar ni perder el impulso, comienza a hablar de posibilidades, él sonríe divertido.
- Podríamos ir a un restaurante italiano en Usaquén, o si prefieres a uno peruano.... Quizá debamos buscar por internet – Mira su celular nuevamente y recuerda que no tiene señal.
- No hay lio, la verdad es que podemos decidirlo cuando salgamos. ¿Tienes carro? -.
Vuelve a ruborizarse al admitir que tiene restricción y anda en bus, cómo he podido soñar con esa boca si yo ando en bus y él es VICEPRESIDENTE... su ensoñación termina con esa respuesta, y se niega a seguir sintiendo mariposas en el estómago.
- Mejor, así podemos ir en mi carro y luego podré llevarte a tu casa – responde él acostumbrado a mantener las situaciones bajo control.
- Está bien, a mí también me está comenzando a dar hambre, ¿faltará mucho para que nos abran? -, estira las piernas buscando despertar a su nalga dormida bajo el piso frio.
- Estoy igual – dice él al parecer leyéndole los pensamientos y con agilidad se para y busca de nuevo el auricular -. ¿Ruiz?, ¿cómo va lo del arreglo?
- Doctor ya llegaron los técnicos, mmm calculan que en unos 10 minutos estarán afuera del ascensor... todavía tienen tiempo -, remata el vigilante con tono de maldad escondido.
- Gracias -. Dice Juan Camilo a secas, casi poniendo mala cara.
- Quizá deberíamos estirar un poco las piernas -, dice ella, mientras lucha para pararse sin que la falda se suba más de lo necesario, no cae en cuenta y tumba su bolso y el saco de Juan Camilo al piso.
Se agachan los dos rápidamente, ella a recoger su saco y él a recoger el contenido de su cartera y sin querer se golpean en la cabeza.
- Perdona - dice él tocándose la frente.
- No, fue mi culpa, lo siento - dice ella mientras piensa en el chichón que tendrá mañana.
Sin pensarlo dos veces ella vuelve a agacharse para recoger la chaqueta, mientras él instintivamente la coge por los brazos y la levanta, están parados frente a frente y parece que el dolor por el golpe ha desaparecido, sin embargo él mira la ceja de ella con atención, hay un pequeño chichón. Acerca la mano y ella gime ante el contacto.
- Mierda – dice él y en seguida se disculpa – perdona no sabía que el golpe había sido tan fuerte.
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