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LA CASA AL FINAL DEL EMPEDRADO

LA CASA AL FINAL DEL EMPEDRADO

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Contenido

El movimiento alzado de 1910 en México, no sólo traerá la liberación de un pueblo, sino la transformación de una niña en mujer al conocer por primera vez el amor. En el camino de la vida como en el del amor, ningún corazón por muy inocente e inexperto que sea, podrá salir sin sufrir ninguna herida o tropiezo. Esto lo aprenderá la joven Alameda Gómez que tras un pequeño error con un vestido, terminará dándole un giró radical a su vida; aprendiendo del amor y sus jugarretas. Ella al lado de un altivo, acaudalado y joven abogado, reconocerá que el amor llega sin avisar, sin esperarlo; para aclarar el camino, quitar vendas de los ojos o para estrujar el corazón de las maneras más inimaginables posibles. Para ella el amor tendrá un sólo rostro, un sólo motivo; y será ese mismo sentimiento lo que la hará doblegarse y jurar lealtad a quien en un inició creyó un monstruo, para descubrir después lo que el corazón de ese hombre encierra. Esto hará a la joven cuestionarse si es su amor suficiente para salvar a ese hombre de su trágico destino.

Capítulo 1 Parte Uno

LA CASA AL FINAL DEL EMPEDRADO

Una herida en el corazón

Alberto Waldemar

DISEÑO DE PORTADA: Matisse Studio https://pixabay.com/es/

D.R. LA CASA AL FINAL DEL EMPEDRADO Todos los derechos reservados. © 2019 Alberto Waldemar

Contacto:

@all_waldemar/twitter albertowaldemar/facebook.com albertowaldemar.blogspot.com @alberto_waldemar/instagram

El copyright es propiedad exclusiva del autor y por lo tanto no se permite su reproducción, copiado ni distribución ya sea con fines comerciales o sin ánimos de lucro.

Capítulo 1

Corría el año de 1911. Entre polvo, relinchidos de caballos, gritos, lamentos y un olor a pólvora en el ambiente, había estallado ya la revolución; y en varias partes de México la población se había levantado en armas.

En el pueblo de San Isidro, a las afueras del estado de Puebla, un hombre era cliente asiduo desde hacía poco más de un año de la vieja cantina El Quelite, propiedad de su cantinero el gordo José Ramón Sigala. Cierta noche, éste sintió algo de pena al ver llegar a aquel desdichado hombre que quería mitigar su dolor ahogándose en vino. Esa vez, él había llegado dos horas antes de lo habitual. El cantinero casi podía asegurar que lo que ese hombre traía era un mal de amores, de esos que se meten muy hondo y nadie puede sacar.

—¿Lo mismo de siempre mi lic?— preguntó el cantinero al verlo sentarse a la barra.

—Por favor gordo.

— No debería beber tanto mi licenciao — dijo al traerle el vaso y la botella.

—Yo sé mi cuento gordo.

—Ya lleva un año viniendo todas las noches hasta que vienen por uste y...

—¡Y esta vez será diferente gordo! ¡Me voy a largar de este pueblo!

—Pero ¿cómo? ¿se va a ir uste?

—Aquí no tengo ya nada... Estuve esperando a que ella regresara pero no fue así... Así que he decidido ir yo a buscarla.

—Pero ¿a quién y a dónde?

—Ya no puedo más gordo. Mira lo que soy, lo que queda de mí — dijo el hombre comenzando a beber.

—Pero mi licenciao uste es un hombre fino, con una buena vida; no es para que visite este tipo de lugares. Váyase lejos de esta cochina revolución que no ha traído nada bueno.

—¡Si me voy! ¡Pero porque me duele aquí! — dijo el hombre señalando su corazón — ¡Es una pena que traigo aquí dentrito y no me la puedo sacar!

—Ya sabía yo que era una pena de amores lo que uste traiba.

—Ya que no pude olvidarla... me voy a seguirla.

—Pero entonces y su...

—¡Shhh! No lo digas gordo... — dijo sereno bebiendo otro sorbo de vino.

—¿Mi licenciao no estará uste siguiendo un recuerdo? ¿Un fantasma puesn?

—No es así... ella me sigue a mí. Su sombra me sigue por todos lados con obstinación... Por eso me he tirado a la borrachera y a la perdición. Beber es lo único que hago para olvidarla pero...

—Queriendo olvidarla termina peor mi lic... Y se puede saber ¿quién es la causante de todo su mal?

—Todo empezó hace poco más de un año...

El joven J. Arizmendi y su amigo, el altivo y vanidoso abogado Vidal Rentería, estaban reunidos en un café en la ciudad de México; hablaban emocionados sobre un viaje al estado de Puebla. Se trataba de una reunión que tendrían con el presidente de la república; por aquel entonces, don Porfirio Díaz. El joven y apuesto J. Arizmendi, a sus 25 años se había vuelto uno de los secretarios personales e imprescindibles del presidente; y por lo mismo quería deslumbrarlo dando una gran recepción en dicho lugar, donde su amigo íntimo Vidal —le hizo creer que poseía una propiedad, una vieja casona—. Ambos se pusieron de acuerdo en esa cafetería casi un mes antes del evento, para así prepararlo todo.

Tiempo después de aquella reunión y ya en Puebla, Vidal pidió informes en todo San Isidro durante varios días sobre una buena servidumbre. Fue así como dio con el nombre de una excelente ama de llaves. Y que aunque era casi una niña, poseía gran experiencia y sobretodo conocía a la perfección la casona al final del empedrado en la calle catorce. El hombre desconocía la historia que había entre la jovencita que buscaba y dicha casona. Ella conocía bien el lugar ya que trabajó en esa propiedad por años, de hecho allí había nacido. Su madre al morir, le heredó a ella con tan sólo nueve años de edad, su puesto y todas sus responsabilidades. Todo lo que la joven sabía de su trabajo, lo había aprendido de su madre. Pero varios años después, cuando los dueños pusieron a la venta la propiedad, ella terminó sin empleo.

Después de obtener el santo y seña del lugar donde encontrar como cada mañana a la joven, Vidal se dispuso a esperar a que ella terminara sus diligencias al interior de la tienda de abarrotes. Y ya que era la única mujer en el negocio, desde su carruaje la pudo observar al salir del lugar, cargando una cesta con pan, manzanas y una botella de leche.

La señorita que ahora trabajaba cuidando a doña Adolfa Pons —una adinerada anciana que vivía en el centro del pueblo—, había salido a hacer las compras diarias para el desayuno.

Vidal parecía haberse enamorado al instante, justo después de mirar el rostro inocente, los bellos ojos cafés claro y la tierna sonrisa de la muchacha. Pero en ese momento no comprendió lo que estaba sintiendo y permaneció inmóvil; como reprochándose ese sentimiento. Pero luego al sentir un arrebato en su pecho, descendió del carruaje y decidió ir tras ella.

— ¡Disculpe! — le dijo sin poderla alcanzar en medio de la calle.

Ella temerosa y desconfiada, intentó apretar el paso indiferente.

En eso Vidal dándole alcance la tomó del brazo haciéndola girar hacia él; mientras un par de manzanas iban a dar al suelo.

—Disculpe ¿es usted Alameda Gómez? — preguntó sintiéndose hipnotizado e intrigado por la belleza de la mujer.

Ella al mirarlo de frente, se sintió indefensa; y a la vez su corazón latió emocionado al verlo de sorpresa.

Fue un cruce de miradas muy intenso para ambos. Era como si el tiempo transcurriera lento, y sus almas se hubiesen reencontrado después de mucho buscarse. Aunque los dos no se habían siquiera visto antes de ese día.

—Le hice una pregunta — reiteró Vidal serio.

Ella por una extraña razón no podía emitir palabra alguna.

—¿Es... muda acaso? — preguntó algo intrigado.

En eso ella liberándose de él, lo abofeteó.

— ¡No le voy a permitir que me ofenda sujetándome así en plena calle!

—¡Vaya! ¡Salió respondona la señorita! —dijo Vidal tocándose la mejilla — ¿Trata así a todo aquel que osa acercarse a usted?

—¡No sé quién sea usted señor, pero esa no es manera de tratar a una mujer!

— ¡Vaya tiene mucha integridad para ser una...!

—¿Una criada señor?— preguntó ofendida — ¡Oh vaya! ¿Piensa que sólo una señorita de alta sociedad se puede dar a respetar?

Chiquilla, esa era la palabra con la que Vidal iba a terminar su frase, cuando fue golpeado por la mujer. Pero su orgullo y altanería no le permitieron explicarle nada a la joven.

—Eso creía yo... que sólo las mujeres de alcurnia se daban a respetar... pero ya veo que no es así — dijo él con sarcasmo intentando molestarla más mientras se tocaba su mejilla dolorida.

—Con su permiso — dijo ella recogiendo la fruta, sin que él se ofreciera a ayudarla; por el contrario, la miraba con una sonrisa de burla y a la vez de admiración.

Luego ella se puso de pie e hizo el intento por retirarse.

—¡Espere! Yo he venido a ofrecerle un empleo.

—¡Dígale a su patrón que ya cuento con uno! — dijo dándole la espalda.

Vidal echó a reír cruzándose de brazos.

—Me lo merezco por patán.

Luego ella se giró mirándolo de frente y con enojo.

—Pero no es como cree... Si acepta el empleo yo sería su patrón. Es decir, trataría directamente conmigo.

—Como le dije yo cuento ya con un empleo... y si me disculpa debo darme prisa.

—¿Qué empleo es ese? ¿Cuidar a una anciana en la calle Ortigoza...?

—¿Cómo sabe usted eso? Acaso me ha estado... ¿espiando?

— Me dijeron que era una chiquilla pero ya veo que no lo es...

—¿Quién le habló de mí?

— Escucha mujer. Renté la casona al final del empedrado. Necesito a una buena ama de llaves que la administre. Alguien que conozca muy bien la propiedad. Pidiendo informes en las calles me dieron su nombre... Como verá no soy un espía de criadas.

— Pues no estoy interesada —dijo ella e iba a echar a andar, cuando Vidal sonriendo, le salió al paso caminando de espaldas pero de frente a ella y a su ritmo.

—Deje de caminar así. Me pone nerviosa.

Vidal sabiendo que tal vez podía encontrar a otra mujer que conociera la casa a la perfección, algo en su pecho y corazón quería evitar que ella se marchara.

— Le ofrezco el triple del sueldo que le paga la anciana ¿qué dice? — y detuvo su caminar.

— ¿Es que cree que puede comprarme?

—Sé que necesita reunir dinero para sacar a su padre de la cárcel...

Ella lo miró incrédula.

—¡Pues después de todo usted si es un espía de criadas!

Vidal volvió a reír.

—Escuche. Si acepta, hoy mismo saldrá su padre de prisión y liquidaré los adeudos por los cuantiosos desmanes que él cometió en la cantina.

—¿Qué es lo que dice? — preguntó ella sorprendida.

—Que si acepta mi oferta de trabajo por un mes, hoy mismo podría ver a su padre y sin descontarlo de su sueldo que omití decirle, sería por adelantado.

—¿Qué clase de hombre es usted? ¿Qué es lo que pretende?

—¿Pretende? Mmm mucho vocabulario para una... — dijo Vidal cuando fue interrumpido.

—¿Para una criada? — replicó la joven molesta.

Él contento por lograr su cometido de hacerla rabiar de coraje, guardó silencio por un instante fijando inevitablemente la atención en cada detalle del rostro de la joven. Se sentía extrañamente preso de su personalidad, de sus labios, de su —por momentos— inocente mirar, de su sofisticación, de su valor, pero sobre todo de su encanto.

—Como le dije... — continuó Vidal evitando verle al rostro —... necesito que trabaje para mí.

— Muestra mucho interés por una simple ama de llaves...

— Yo sé mi cuento.

Ella lo miró como reprochándole la respuesta.

— Escuche. No suelo dar explicaciones a nadie... Acepta mi propuesta ¿si o no? — dijo Vidal extendiendo su mano.

Ella pensando en su pobre padre, estrechó la mano de Vidal aceptando.

— Muy inteligente — dijo Vidal sonriendo irónico y echando andar rumbo a su carreta—. La espero mañana a las ocho en punto en el recibidor de la casona. Al llegar pregunte por Vidal Rentería.

— ¡Espere! — le gritó ella— ¿Y qué hay de mi padre?

—A estas horas ya debe estar en su casa.

— ¿Pero cómo sabía que yo aceptaría?

— Como le dije — dijo Vidal mirándola fijamente y colocándose su sombrero, para después subir a su carruaje —. No suelo darle explicaciones a nadie.

Ella se quedó sorprendida, intrigada y a la vez molesta con ese hombre. Pues también tenía sentimientos encontrados hacia él. Por un lado quería volver a abofetearlo, y sacarle los ojos al notar su sonrisa de superioridad y burla; pero por otro lado, una desconocida sensación un tanto agradable revoloteaba en su estómago.

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Recién lanzado: Capítulo 10 Parte Diez   03-24 16:07
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