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En cierto reino el caos se había expandido y apoderado de cada rincón. Los monarcas soberanos, quienes recientemente habían dado a luz a la pequeña heredera al trono, estaban atemorizados y en un intento por salvaguardar a la niña, la enviaron hasta uno de los reinos más seguros para ser protegida, aunque sabían que no la volverían a ver hasta que la princesa saliera de dichos paramos. Todo ser adulto y carente de magia estaba prohibido en esas tierras, por lo que sólo la pequeña criatura podría cruzar luego de dejarla al lado de esas tierras. La princesa crecería grande y fuerte, siendo acogida por los seres mágicos que habitaban ese reino. Uno en especial seria su fiel compañero y guía. Su mejor amigo y guardián. ¿Qué aventuras le esperaran a la princesa?
Los gritos de terror que se escuchaban por todo el reino mantenían alerta a los reyes de Whitehiver, mientras pensaban que hacer con todo el caos y destrucción que estaba provocando aquel mal que parecía querer apoderarse del mundo. Su pequeña bebé de tan sólo seis meses, estando en su cuna, reía sin entender la situación. El corazón de la reina se enternecía con tal vista y al mismo tiempo se estrujaba al pensar en lo que le depararía a su pequeño retoño en el momento en que ese mal avanzara y llegara hasta ellos. Debían salvar a su reino. Debían salvar a su hija.
El rey estaba dispuesto a todo con tal de llevar a ese mal a la derrota final. No iba a permitir que miles de vidas inocentes se perdieran en su amado reino, por culpa del mal que alguien más había liberado por simples ansias de poder.
Decidido, el rey tomó las manos de su esposa y dejó un tierno beso en ellas. La mujer vio sus ojos verde azulado con cierto brillo de tristeza y determinación y de alguna manera lo supo. Ella volteó a ver a su pequeña hija y sonrió con tristeza sabiendo lo que sucedería a continuación.
El rey mando a llamar a su más leal caballero. Un hombre rubio, alto, de gran complexión y de hermosos ojos azul eléctrico hizo presencia con su imponente aura en la sala. Hizo una leve reverencia ante los monarcas y pregunto con un rostro sonriente: "¿En qué puedo servirles, altezas?"
"Tanta cordialidad no te queda, mi estimado amigo." Dijo el rey en respuesta, queriendo molestar un poco a su fiel caballero y mejor amigo.
"Tal vez con ustedes no, pero debo guardar apariencias, ¿no?" El hombre rubio de brillante aura y traje protector, se acercó a los monarcas más de cerca, acercándose a la reina para depositar un beso sobre su diestra.
"Te he llamado para encomendarte una misión." Habló con tono serio el rey. Su esposa se acercó a la pequeña bebé que movía sus pequeños pies y jugaba con sus manitas. La tomó entre sus brazos, alzándola en el aire y sonriendo la llevo hasta su pecho para acercarse nuevamente a los dos hombres.
"Soy todo oídos, Hisary." El alto hombre habló con total seriedad, a pesar de la sonrisa en su rostro. Su mirada se intercalaba entre la adorable bebé en brazos de la reina Incy, y el rey Hisary.
"El reino y cada habitante corre peligro. Yo mismo junto a toda la armada real nos haremos cargo de todo este desastre desconocido, sin embargo, quiero encargarte a mi tesoro más preciado." La voz áspera del hombre de cabellos rojizos sonó firme. Estaba más que dispuesto a darlo todo por su reino, pero no sin antes cuidar y proteger al fruto de su más grande amor. "Te encargo a nuestra pequeña Izumi." Dijo por fin, ganándose la mirada confundida del caballero de rubios cabellos.
"¿Qué exactamente quieres que haga con la princesa?, ¿alejarla del reino y de ustedes?" Cuestionó el caballero. Entendía su preocupación por la heredera al trono, pero para él lo mejor era quedarse y ayudar a detener esa maldad que se expandía a cada paso, en lugar de dejar a los monarcas lidiar con eso solos.
"De momento es lo mejor que podemos hacer. Este no es un lugar seguro, Thorne." El rey no vacilaba en su decisión. Thorne sabia con solo ver esos ojos verde azulado, que no había nada que le hiciese cambiar de opinión.
"Pero ¿qué hay de ustedes?" Preguntó preocupado por el bienestar de ambos. No podría vivir sabiendo que ellos no lograran defenderse y en algún punto perecieran.
"Nuestro deber es cuidar y velar por el bienestar de nuestros aldeanos, Yagi. No podemos dejarlos por cuidar nuestra sangre. Izumi estará segura lejos de aquí, mientras nosotros protegeremos nuestra nación." Habló por primera vez la reina, su voz sonando con firmeza, tomando el brazo de su esposo mientras seguía cargando a su hija con el otro.
"Lleva a nuestra Izumi al reino de los Mitics." Ordenó, rodeando la cintura de su esposa con su brazo.
"¿El reino Amnisty?" Sus ojos abiertos de par en par denotaron su sorpresa por tal petición. Era claro que él no podría quedarse en aquel lugar. Las criaturas que lo habitaban eran muy quisquillosas y no permitían seres adultos impuros pisar sus tierras, por eso mismo una barrera mágica ocultaba su reino del mundo exterior. Era como tener dos dimensiones diferentes unidas por un portal que nadie podía ver y mucho menos cruzar.
"Déjala cerca del portal y escóndete. Podrás volver a nuestro lado una vez ella haya sido tomada dentro del reino." Dio como instrucción.
"Te daré una nota para que la dejes sobre ella antes que la dejes ahí sola. Una vieja amiga pertenece a ese reino y estoy segura que ayudara a nuestra pequeña si se lo pido." La reina Incy se apoyó en su esposo y vio con tristeza a su adorable pequeña.
"Sus palabras son órdenes para mí, alteza." El caballero Thorne realizo una reverencia y volvió a hablar. "Si no les molesta, partiremos mañana por la mañana."
El corazón de la reina se partió en dos al escuchar aquellas palabras. ¿Cómo viviría sin su pequeño retoño? La tristeza la invadió al darse cuenta que probablemente no la volvería a ver hasta que fuese una adulta, pues el reino Amnisty no dejaba a sus cachorros salir hasta cumplir la mayoría de edad y eso variaba mucho dependiendo de cada especie o de lo fuerte que esta fuera para afrontar las dificultades; si es que ella y su esposo seguían vivos para entonces.
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